A los tres -hombres- nos daba pena dejarnos enseñar de las tías. Pensábamos que era incómodo y hasta incestuoso tocar las cinturas de ellas, pero no las de nosotros.
Teníamos entre 16 y 17 años. Iniciamos las sesiones privadas de baile bajo dos principios: necesidad y solidaridad. El primero radicaba en la urgencia que teníamos por ofrecerle un buen baile a una niña; era lo único que podíamos brindar. En ese entonces hablábamos de las tres ‘P’ que necesitaba un hombre para conquistar: Pinta, Plata, y Personalidad. Sólo teníamos la última.
Nos íbamos de rumba y comprábamos con dificultad media botella de aguardiente. La consumíamos con celo entre nosotros. Éramos más egoístas que el tipo que se come los mocos a escondidas para que nadie le pida. Lo sé, faltábamos al deber cristiano de darle de beber a la sedienta, pero ni modo. Ante la escasez de recursos, debíamos vendernos con puro talento y destacando nuestros peinados ‘irreverentes’ bañados en gel.
El tema de la Presencia significaba un reto adicional: superar el filtro a la entrada de los bares. «No pueden pasar, es una fiesta privada», nos decían. «Qué mala suerte -pensábamos con ingenuidad- este es el quinto ‘rumbeadero’ con fiesta privada esta noche». Después entendimos que era un veto a las camisetas de cuello roído y a los tenis rotos.
En efecto, nuestros armarios estaban llenos de harapos. Hicimos un esfuerzo y cada uno compró una muda de ropa digna de mostrar: chaqueta, jeans y tenis. Luego, intercambiábamos esos tres ‘chiros’ y hacíamos diferentes combinaciones, para no vernos siempre con lo mismo. Peleábamos con nuestras madres si descubríamos que le había caído una gota de Clorox a alguna prenda.
La solidaridad, el segundo principio que motivó las clases autodidactas, se debe a que somos los primos mayores y no contábamos con primas de nuestra edad. Los tres nos sentíamos identificados tras haber compartido bochornosas experiencias en la pista; siempre nos tocaban las feas y hasta ellas se desesperaban con nuestros movimientos torpes y descoordinados.
«Acérquele la pelvis… ¡pero sin arrimarle el payaso!»
Las niñas medio-bonitas que aceptaban bailar nos hacían esa odiosa llave que impedía ‘amacizarlas’; ponían la mano en nuestras costillas y empujaban duro para guardar distancia. Las caleñas se jactaban de tener la salsa en las venas; creían que, al lado de ellas, Shakira se veía como una más de las Ban Band de Iván: «Se nota que eres rolo», decían con arrogancia.
El módulo 1 de las lecciones lo llamamos «Pasos Estándar». Iniciamos con salsa y merengue. Dividimos roles: uno era el hombre, el otro interpretaba a la mujer y el tercero observaba y corregía: «No, eso no se ve natural… baje más el codo, suéltese… está arrastrando mucho el pie… volvamos a ver el video de DLG y verá… cójale más duro la cintura y acérquele la pelvis, que sepa que usted manda… ey, ¡pero sin arrimar el payaso!».
Pensando que teníamos mayores destrezas, nos fuimos de fiesta. Pero nada cambió. Una vez más, nos tocaron las feas (no nos juzguen por pensar así; digámonos la verdad: ¿qué niña quiere bailar con un harapiento y qué hombre prefiere sacar a la pista a una ‘no bonita’?; tal vez Jesús lo haría, con un par de tragos encima).
Citamos a una reunión extraordinaria del Comité de Baile. Analizamos la situación. Concluimos que nos saltamos un paso importantísimo: primero, debíamos despertar el interés de ellas a la distancia. Me explico: las mujeres hacían un escaneo preliminar de los hombres en el bar e identificaban a quienes se destacaran entre la multitud. Si un ‘x’ (como nosotros) se acercaba, ellas lo rechazaban de inmediato porque no era el tipo que esperaban.
Unos brillaban por su buen estilo; otros, ponían botellas caras en la mesa (las primeras ‘P’: Presencia y Plata). Nosotros, envidiosos, decíamos: «Fijo-fijo son traquetos». Decidimos sobresalir entre los demás con lo que denominamos «Baile en Solitario». Así se llamó el segundo módulo de las clases. Aplicaba para el inicio de la rumba, cuando no hay música bailable y sólo se escuchan suaves ritmos pop o electrónicos. Lograr el objetivo de ‘amacizar’ a una niña bonita dependía de cómo nos moviéramos en esa primera etapa.
Diga la verdad, ¿usted cómo cantaba ‘Smooth Criminal’, de Michael Jackson?
Regresamos a mi casa a practicar. Nuestro maestro era Jamiroquai. Cada uno bailaba y los otros hacían observaciones. «¡Pero muévase con actitud!… suelte los hombros… intente un ritmo de piernas distinto… uy marica, está sudando como un marrano, ¡le está saliendo mapa en las axilas!, desde acá puedo ver a las islas Filipinas; espere le traigo No Sweat (mágico antitranspirante que salvó mi vida y la de mis camisas)».
Volvimos al bar. Oculté con astucia el punto desteñido con Clorox de mi jean. Bebimos el guaro con avidez para deshacernos de la media botella (que no se notara la pobreza); el rápido consumo también ayudó a desinhibirnos para aplicar el «Baile en Solitario». Lo hicimos con cero técnica pero mucha actitud, con Personalidad. No nos importaba entonar de manera equivocada las letras de las canciones. Tres ejemplos:
En ‘Sopa de Caracol», hay una parte que dice así:
Watanegui consup,
iupipati iupipati
Por falta de oído, la cantábamos de esta manera:
Guata-meri-konzu
Yuppi pa’ ti, yuppi pa’ mí
En ‘Smooth Criminal’, clásico de Michael Jackson, la letra dice así:
Annie Are You OK?
So, Annie Are You OK
Are You OK, Annie
Nosotros entendíamos esto:
Erin-ayuwoki
So, erin-ayuwoqui
ayuwoquiiii…
No es broma (aquí el video subtítulado para que dimensionen la burrada, minuto 1:30). Incluso, cuando sonaba ‘Go Pato’, tema reggae de Pato Banton, yo gritaba el coro diciendo «¡Com Pacto!».
Créanlo o no, funcionó. Logramos destacarnos con la tercera ‘P’. Sonábamos tan convincentes, y nuestros movimientos se veían tan seguros, que algunas niñas cantaban como nosotros. Vinieron la salsa y el merengue. Qué felicidad, ¡estábamos bailando con mujeres de verdad! Una caleña, aún jurándose mejor que Shakira, me hizo un modesto reconocimiento,: «Para ser rolo, no bailas mal». Orgulloso de mi logro y aún desinhibido -ahora sí arrimando el payaso-, le dije sin vergüenza: «Aprendí con mis primitos».
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