Todos desarrollamos instintos de conservación diferentes. El mío consiste en usar los argumentos para evitar un puñetazo o, como último recurso, huir corriendo como una ‘nena popó’.

No imagino qué hubiera sido de mí en épocas de campañas medievales, donde todo aldeano era carne de cañón. A las batallas me habrían tenido que llevar arrastrado, mocoso y ojeroso de tanto llorar: «Snif… pero… pa´ que me necesitan acá… snif, snif… si yo no aporto nada a esto… snif, snif… ¡Miren! ¡Me oriné otra vez! Nooooo… snif, snif…».

Hubiera inventado cualquier excusa para zafarme de la guerra: «Vea, les lavo, plancho y cocino… Si quieren, le coso los rotos de los calzoncillos, les saco filo a las espadas y limpio todas las cotas de mallas… ahhh, ¡obvio!, prometo no tocar sus mujeres (sí, como no), pero, por favor, no me manden a la guerra ¿sí?».

«¡Sea varón!», me habrían gritado los habitantes de la comarca. Yo hubiera respondido: «¡’Jalándole’ al respetico! Soy bien macho, a lo bien…, lo que pasa es que me da mucho miedo que me maten, que es muy distinto; además, es más hombre el que sabe respetar a una dama». La reacción de todos mis paisanos -incluidas las mujeres- habría sido una risotada general: «¡Ese tipo es mucha mariquita! ¡Ja, ja, ja, ja!». Mis esfínteres habrían salido de control una vez más: «No se burlen… ¡Miren! ¡Me oriné otra vez! Nooooo… snif, snif…».

En caso de haber pertenecido a las tropas escocesas de William Wallace, prescindiría de la espada y cargaría dos escudos (tres ojalá) para protegerme mejor; me hubiera ubicado siempre en la última fila, y desde allí habría buscado al otro lado a un tipo que se viera con tanto o más miedo que yo. Le habría hecho señas para que nos fuéramos a un costado y le diría sin que nadie se diera cuenta: «Bueno hermano, ambos estamos cagados del susto; así que ¡bruscos no!».

 

¡Oh, temerarios taxistas y nobles guerreros de las barras bravas!

En ninguna época o contexto habría soportado la posibilidad del sufrimiento físico o demostración de fuerza. Si en Colombia hubiera nacido guerrillero, me habría convertido en el primer desmovilizado de la historia; ¡y los hubiera ‘sapeado’ a todos!, para que después no me pegaran.

Aunque en mi vida real no aparecen casos tan extremos, la cobardía hace presencia en cada circunstancia que implique riesgo de agresión. Nunca le reclamo al tipo aventajado que se cola en el TransMilenio (porque además son decenas), ese que endurece sus hombros como un verdadero gladiador y entra empujando con coraje. Tampoco me atrevo a contradecir a esos temerarios taxistas que cobran de más; pienso en silencio: «Ese cabrón me vio la cara», pero no lo confronto; al contrario, le digo que se quede con los 800 pesos que me debe de cambio, porque temo que ese prohombre me casque por tacaño.

Mi cobardía ha llegado a tal punto que no voy al estadio porque siento que las barras bravas de Santa Fe me van a golpear al creer que soy de Millonarios, mientras que los azules me darán una paliza al suponer que estoy del lado rojo. Al final, cuando ambos equipos se den cuenta de que no soy hincha de nadie, me van a dar en la ‘jeta’ juntos para castigar mi indiferencia hacia el fútbol. Esos valientes uniformados… qué envidia.

Espero que la vida nunca me ponga a prueba para defender a los puños el honor de mi novia; esa es una escena que imagino con frecuencia: el tipo (grandulón y tal vez borracho) la insulta, yo suspiro -cagado del susto- y le replico con voz temblorosa: «¡Atrevido! ¡Grosero! ¡Maleducado! ¡Inculto!». El tipo se me acerca amenazante: «¿Entonces qué va a hacer? ¡Píntela!». Yo, buscando presión social, grito como un desesperado: «¡Miren a este tipo! Tras de atrevido, ¡ahora ‘nos’ va a pegar!». En este punto, le lanzo un puño que no tendrá efecto alguno, pero lo hago como una mera formalidad. Inmediatamente, mi contendor me derriba y rompe mi nariz con un solo lance; me quedo en el suelo (haciéndome el muerto para que no me pegue más).

 

Mis amigos me dicen «Suiza»; si ellos pelean con otros, yo seré neutral

Ojalá sean útiles las habilidades que he adquirido para evadir conflictos. Los débiles somos expertos en eso. Lo primero es no dar ‘papaya’. Me he vuelto habilidoso para disimular cuando miro a la mujer del prójimo; a los tipos garras los identifico a 10 kilómetros de distancia (son los que tienen bozo de ratón y/o pelo de Pedro el Escamoso).

Además, para disuadir peleoneros, busco amigos grandes en los que me pueda esconder o que también sean ‘tropeleros’, de manera que combatan sin mi ‘ayuda’. Todos ellos saben que en una trifulca no cuentan conmigo; por eso me llaman «Suiza», porque tienen claro que adoptaría una posición neutral.

Todo eso me da pena; sé que nadie guarda respeto por los cobardes. Pero hay algo que me da más vergüenza en la vida; no tener las agallas para detener a un ladrón que acaba de rapar un celular o romper el vidrio de un carro. Siento asco de mí mismo cuando observo que hago parte de esa multitud que mira silenciosa el atraco.

Me pregunto dónde están esos ‘héroes de acero’ que no le tienen miedo al dolor, esos tipos capaces de darse en la jeta con otro desconocido en la calle o dejarles los ojos morados a sus indefensas mujeres; dónde están los taxistas cuya mano no tiembla para sobrefacturar o esos rudos buseteros que demuestran su garra al manejar como hábiles pilotos poniendo en riesgo sus vidas y (¡qué coraje!) las vidas de los pasajeros; dónde están los William Wallace o los miembros de las barras bravas (esos soldados urbanos de la patria) para impedir un delito a plena luz del día.

Todos ellos estarán de acuerdo en que soy un enorme cobarde; no sólo les doy la razón, sino que les ofrezco disculpas y les manifiesto mi admiración; aplaudo sus nervios de plomo y compromiso con la sociedad; son como unos verdaderos Batman que luchan contra el crimen organizado o como nobles Robin Hood que les dan de comer a los pobres. Sólo me queda una duda y perdónenme la curiosidad: ¿por qué no aparece ninguno de ustedes, valientes peleoneros, en un simple atraco callejero?

 

*Próximo miércoles, desde las 8 a.m.:
‘¡Deje el resentimiento contra los ricos!’

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