Hay quienes creen que todo lo del rico es robado o ganado a punta de palancas o porque es ‘hijo de’. La envidia hace que algunos necesitados terminen asociándose entre ellos. Difícil volverse rico de esa manera: así como «plata llama plata», pobre + pobre = pobre.
Me explico mejor: si uno está jodido no puede juntarse con otro igual o más jodido, porque sería multiplicar desgracias. Si bien hay acumulación de riqueza, también hay acumulación de pobreza.
Me di cuenta de eso cuando mi primo me propuso ser socio de un negocio próspero. Me imaginé un restaurante o una empresa de asesorías en comunicaciones (qué ingenioso, ¿verdad?). Pero él -que ya había estudiado el mercado y evaluado nuestra capacidad de endeudamiento- concluyó que nos alcanzaba para un carro de mango biche a las afueras de un colegio; me dijo emocionado que tendríamos un segundo «carrito» luego de 5 años de arduo trabajo. Así, creceríamos hasta tener 10 prósperos dispensadores móviles de mango en 45 años, que dejaríamos como jugosa herencia para nuestros hijos.
Me sonó tentador, pero rechacé su propuesta; habríamos repetido la misma historia de nuestros padres y tíos, quienes en algún momento de necesidad tuvieron la fantástica idea de montar un carro de empanadas. Ellos desistieron de ese negocio cuando proyectaron que en 45 años apenas les alcanzaría para cancelar la deuda de la freidora rodante.
Yo mismo resentía de los ricos con frases de antología como «el que tiene plata marranea», «ahí están pintados los bancos: ¡todos nosotros jodidos y ellos generando utilidades (en lo cual me sostengo)!», «claro, como ese es hijo de papi…», «si tienen plata es porque son ladrones», «en este país hay que tener tetas y darlo para conseguir trabajo (aplica para las presentadoras de televisión)».
Todavía por estos días -lo admito-, cuando voy en mi AKT y me detengo en un semáforo al lado de un ‘gomelo’ en su Mini Cooper, me digo a mí mismo: «Esta moto es mejor, no paga peajes y gasta menos gasolina». Es una patada de ahogado, pero me dan más lástima quienes justifican su falta de recursos para adquirir vehículo, diciendo que es mejor el Transmilenio, que ellos no cambian la tranquilidad del transporte público por el «estrés» de buscar donde parquear, que pa’ qué carro si hay pico y placa, que qué ‘mamera’ la lavada y el mantenimiento… bla, bla, bla.
A una tía se le escurren las babas cuando ve un carné del Sisbén
Hay otros que se lo toman con más humor, como @gaminsito, un fantástico twittero que hace gala de magníficos apuntes propios de las clases populares. Recuerdo en especial este, a propósito de los días de lluvia en Bogotá: «En el sur está haciendo sol y con aires de pola. ¡Chupen gomelos del norte!». Su nombre es Steven Ferney Cuy (no podría llamarse de otra manera).
Vale aclarar que la ‘quejitis’ nacional permea todas las capas sociales. Ocurre con los más pobres, que se tiran en plancha cuando ven una cámara de televisión y dicen cosas como: «Señor periodista, necesitamos que el Gobierno nacional nos colabore con esta situación». Le pasa a la clase media cuando se queja del arribismo de los ricos y -lo peor de todo- siente envidia de los subsidios que les dan a los pobres; a una de mis tías se le escurren las babas cuando ve un carné del Sisbén. Por supuesto, los ricos también lloran como una caja de pollos; temen a la burbuja especulativa y justifican su tacañería con el pago del impuesto al patrimonio («ya tuviera uno para pagar ese impuestico», diría la clase media).
Anímese a ser amigo de un rico; no es tan difícil porque a ellos les divierte que les cuenten cosas sorprendentes como el hecho de desayunar tamal (cuando la plata alcanza); también gozan cuando uno les revela que hay payasos, vendedores, niños y hombres recién salidos de la cárcel que se montan a los buses a pedir plata. No la creen. Una vez escuché cómo una «niña bien» le relataba a la mamá su aventura en una flota intermunicipal, desde la Universidad de la Sabana, en Chía, hasta Bogotá: «Imagínate mamá que el señor conductor tenía un timón tan grande como las llantas de la Ford Explorer… y frenaba y arrancaba reduro, y uno se movía para adelante y para atrás».
Recomendación: supere su resentimiento hacia los adinerados y vuélvase capaz de relacionarse con ellos. Por supuesto, no se junte con ricos ladrones -y tenga en cuenta que deshonestos hay en todos los estratos-, cree sus propias palancas con millonarios de bien y hágase amigo de los ‘hijos de’.
Hay quienes creen que Dios tiene funciones de fiador
No hay alternativa distinta cuando uno es pobre -en nuestro caso, clase media tirando a indigencia-. Uno vive del día a día y siempre le está debiendo 2.000 pesos a alguien (al otro pobre que anda pegado a uno). Mamá, ante las condiciones de precariedad, opta por acogerse al Sagrado Corazón: «Mi Dios proveerá», dice. Esa es su frase favorita cuando pasa la tarjeta de crédito y yo le pregunto cómo va a pagar eso después. «Deberías proveerte a ti misma, ¿no?», le replico.
Por eso, lo primero que se necesita para salir de pobre es dejar esa bendita maña de creer que Dios tiene funciones de fiador. No me imagino al Todopoderoso aplicando sus conocimientos de contaduría, lleno de papeles y facturas, recibiendo cientos de miles de extractos bancarios con las obligaciones financieras de todos esos colombianos inconscientes.
Si yo fuera Él, les diría que dejaran la pendejada, que suficiente tenía con los líos emocionales y espirituales de la humanidad, para tener que enfrentar deudas; que estaba loco además con la ‘rogadera’ semanal de los hinchas de 18 equipos del fútbol nacional pidiendo un miserable gol; sin contar a la infinidad de adolescentes faltos de amor propio, suplicando por el amor de otra persona y haciendo la misma pregunta boba: «¡Por qué a mí Dios! ¡Buaaaaa!».
No deje su prosperidad en manos de Dios (Él lo quiere con o sin plata, no le importa). Empiece a ver en los ricos a unos aliados; ellos, además de tener su corazoncito, pueden ser unos gestores de oportunidades para que usted haga parte de esa «rancia oligarquía» que tanto detesta Chávez, pero que todos sabemos que huele bien.
No se deje envenenar de batallas ideológicas. Un profesor de historia decía que el capitalismo defiende que sólo unos pocos tengan una gran casa; el comunismo ordena que nadie pueda poseer esa casa. Pero lo más razonable es que todos, sin excepción, vivamos en un amplio y bonito hogar. Cuando lo consiga, ahí sí, asóciese con un pobre.
*Próximo miércoles, desde las 8 a.m.:
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