Dejo pasar a todo el mundo, voy siempre a la derecha, cambio de carril «a la de Dios» y mis manos sobre el timón están ubicadas -sagradamente- a las 10 y 10. Mi insulto preferido es: «¡Tonto!». Cuando realmente me sacan la piedra digo: «¡Guache!».

Debe ser que llevo apenas seis años manejando. Aprendí a los 21 porque mi temeroso padre nunca quiso enseñarme en su auto: «Cuando tenga licencia lo dejo manejar todo lo que quiera; además, si usted coge el carro no sólo tiene que poner la gasolina, sino también pagarme el costo del rodamiento» (es decir, debía compensarle el desgaste de las llantas, el motor y demás).

Ingresé a una escuela de conducción. Los alumnos eran en su mayoría mujeres y jóvenes entre 16 y 18 años. Todos parecíamos ser igual de ‘buñuelos’ para manejar. El profesor hacía observaciones básicas como: «El semáforo tiene tres colores: el rojo, el amarillo y el…». Todos contestábamos en coro para aparentar que algo sabíamos del tema: «¡Verde!».

Consciente de que el menos ignorante de la clase era yo, planteé preguntas que nunca hubiera hecho con estudiantes más calificados. Cuando tuvimos lecciones de mecánica general me lancé con esta: » ‘Profe’, ¿existe la ‘chumacera’ o es una leyenda urbana?». Señoras y señores: no hay tal. Me lo confirmó el instructor.

» ‘Profe’ -pregunté de nuevo-, hay quienes hablan del round point (como los rolos gomelos) o del ‘rompóin’ (los costeños) o del ‘rombói’ (los caleños). Yo no tengo problema porque digo glorieta, pero ¿qué es lo correcto?». El ‘profe’ -valluno- me dio la respuesta equivocada: dizque «romboid» (con ‘d’ al final). Busqué en un diccionario de inglés y supe que los londinenses usan roundabout, mientras los gringos hablan del traffic circle. Lo que los costeños, caleños y rolos quieren decir viene del francés rond-point (escuche aquí cómo se pronuncia).

Durante mis primeros meses al volante, llegaba sudando a la oficina. Era todo un calvario porque en esa época no había descubierto el ‘antimapa axilar’ No Sweat (vuelvo y agradezco a los inventores de este milagroso producto antitranspirante). Los conductores -rabiosos ante mi lentitud- me sobrepasaban y se alistaban para decir: «¡Vieja bruta tenía que ser!». Cuando descubrían que era hombre, improvisaban de manera inmediata: «Ah, ¡a usted le enseñó a manejar su mamá!». Yo, muy asustado -y también indignado-, decía sin levantar la voz: «Uish, ¡guache!».

 

«¡Quién lo manda a pitar!»

Odiaba quedar de primero en los semáforos. El arranque de mi carro tenía una extraña conexión con el pito del taxi de atrás. Se prendía la luz verde y yo seguía nervioso todos los pasos aprendidos: «A ver… piso el embrague (si va a usar la palabra en inglés, tenga en cuenta que es clutch y no ‘closh’); meto primera… ¿cómo es esta vaina? Ah, sí, la palanca hacia la izquierda y luego hacia adelante; con cuidadito voy soltando el embrague mientras acelero de a poquitos…».

En ese punto el taxista pitaba y mi carro se apagaba automáticamente. «Ni modo -me decía-, empiezo otra vez; a ver… la palanca en neutro, piso el embrague…». El taxista -impaciente- daba reversa, me sobrepasaba casi rozando el espejo y gritaba: «¡Un chocolate caliente para este ‘buñuelo’!». Yo le alcanzaba a contestar: «¡Quién lo manda a pitar! ¡Tonto!».

La pasividad que cargo al volante se debe -por supuesto- a mi falta de valentía (ver «Soy muy cobarde; le tengo pavor a las peleas»). También es consecuencia de mi espíritu de abuela. Admiro la paciencia de esas venerables ancianas. Entre otras cosas, no he visto a la primera bajándose del carro para ver qué tanto golpeó al del frente. Tampoco sé de alguna que se haya dado trompadas en plena avenida.

Ser agresivo no es práctico. Me da profunda pereza el solo hecho de pensar que me van a rayar el carro y tendré que detenerme a negociar el arreglo. El tiempo que perdería sería tan lamentable como la típica discusión llena de ‘peros’:

-«PERO pa’ qué no me dejó pasar».

-«PERO si el que tenía la vía era yo».

-«PERO yo ya había metido la nariz del carro».

-«PERO eso le pasa por atravesado».

-«¡Más atravesado será usted!».

-«¡La suya que es de cabuya!».

 

Los espanta-motociclistas

Aunque mi padre nunca me enseñó a manejar, sí aprendí de él lo que nunca haría al volante. Recuerdo cuando tenía 12 años y él me llevaba al colegio en su Chevrolet Monza. Un motociclista, sin hacer el pare, salió a la avenida principal por la que transitábamos. Casi lo matamos. Mi papá lo persiguió hasta acorralarlo contra el andén: «¡Bruto, malparido, ‘hijueputa’!», le gritaba.

Yo, sentado en el puesto del copiloto, estaba justo en medio del desconocido y mi padre. Muerto del susto, pensé que ese ‘guache’ (me refiero al motociclista) iba a sacar un arma para acabar de un tiro con el asunto. Me imaginé actuando como un héroe: abriría la puerta rápidamente, tumbando con ella el arma; después le lanzaría a la cara el balón que llevaba ese día para jugar baloncesto; finalmente, mi padre entraría en acción, lo inmovilizaría y haría entrega del rufián a las autoridades competentes para que le cayera todo el peso de la ley.

Alcancé a visualizar los titulares de prensa:

«Niño valiente y su padre noquean a motociclista ordinario».

«Bogotá le entregará las llaves de la ciudad al pequeño Andrés y a su padre».

«Presidente recibirá en la Casa de Nariño al ‘dúo dinámico’ «.

«Los ‘espanta-motociclistas’ hablarán hoy ante la Asamblea de la ONU».

Nada de eso ocurrió. Después de varios cruces de ‘madrazos’, mi papá siguió su camino. «¿Eso fue todo?», pensé. Habíamos emprendido una irresponsable persecución, adelantando carros en zigzag, ¿para nada? Nos enfrentamos en vano a un extraño, poniendo en riesgo su vida al echarle el carro encima.

De habernos encontrado con el tipo equivocado o de haber hecho una maniobra imprecisa, los titulares hubieran sido otros, propios del periódico amarillista El Espacio:

«¡Tome pa’ que lleve! – Padre de familia atropelló a motociclista atravesado».

«¡Se encontraron con el motociclista de la muerte! – Sin saberlo, perseguían a sicario».

«Tras riña, ¡niño se cagó literalmente del susto! – En el colegio le dicen ‘popito’ «.

Les digo, en serio, que no valía la pena.

 

*Próximo miércoles, desde las 8 a.m.:
‘Que alguien me explique los gozos de la novena de aguinaldos’

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*Si se lo perdió…

‘Mi tía, la invencible, tiene el superpoder de la intensidad’

‘Muéstrame tu foto de perfil en Facebook y te diré cómo eres’

‘¿Por qué los colombianos nos creemos «la verga»?’

‘¡Deje el resentimiento contra los ricos!’

‘Soy muy cobarde; le tengo pavor a las peleas’

‘Yo no entendía por dónde orinaban las niñas; dudas que muchos teníamos, pero nos daba pena preguntar’

‘Mi abuela es más progresista y liberal que sus hijas’

‘Es cierto y es un karma: los hombres pensamos siempre en sexo’

‘Respuesta masculina a cosas que ellas nos critican en la cama’

‘Carta de un hombre que no ve fútbol, ni le gusta, ni le importa’

‘A mí me tocó aprender a bailar con mis primos’

‘¿Por qué las mamás pelean cuando hacen oficio?’

‘Así es, aún vivo con mi mamá’

‘Si su nombre es ‘guiso’, usted tiene pasado de pobre: att. Jáiver’

‘Salir con… colombiana vs. extranjera’

‘Volví con mi ex… suegra, pero no con mi ex novia’

‘Qué miedo empezar una nueva relación’

‘Me salió barriga; ahora sí salgo a trotar’

‘Así se sufre una temporada sin trabajo ni novia ni plata pa’ viajar’

‘Qué difícil ganar una beca cuando no se tiene pasado de ñoño’

‘Mi mamá habla un mal español; mi papá, un pésimo inglés’

‘Sí, soy metrosexual… y usted también, ¡admítalo!’

‘Conquistar a las mujeres de hoy requiere más que sólo actitud; aliste una hoja de vida impresionante’

‘¿Cómo se atreve mi ex novia a casarse?’

 

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