Todo es evidente desde que se aborda el vuelo Miami-Bogotá. La gente parece montando un bus intermunicipal Tunja-Cajicá, queriendo acomodar -a toda costa- sus abusivos equipajes ‘de mano’, llenos de regalos de 10 dólares.

Quieren entrar de primeros al avión, como buscando silla desesperadamente en un Transmilenio. El propósito no es coger puesto, sino conquistar el mayor espacio posible de los maleteros superiores. Sudan mientras empujan sus abultados costales para acomodarlos a la fuerza en los compartimentos. Pelean con el pasajero del lado, quien refunfuña porque se quedó sin lugar para su equipaje. Me hace recordar la costumbre, muy colombiana, de echar indirectas en voz alta: «¡Jum! Es que la gente no respeta…», dice uno mirando de reojo y levantando las cejas.

La escena es muy distinta a la que se ve cuando aguardan en la sala de espera del Aeropuerto El Dorado, justo antes de salir del país. Allí se comportan de lo lindo. Todos, muy educados, se sienten cerca del primer mundo y se contagian de buenos modales. Siguen amablemente las instrucciones del personal de la aerolínea para abordar en orden.

Estuve en ese primer mundo durante un periodo de tiempo. Me llené de sus buenas prácticas y me volví mejor que todos los colombianos. Cruzaba las cebras, respetaba los semáforos y fumaba sólo en los lugares permitidos. «Ahora soy mejor que todos en Colombia», pensaba. Mis frases favoritas eran: «Es que en Estados Unidos…» y «por eso estamos como estamos».

El regreso me produjo una frustración inmediata; ocurrió cuando tomé el primer taxi. Subí a uno de esos zapatos móviles que invaden la ciudad. Da la impresión de estar montado en un carro de juguete de Fisher Price. Quería bajar la ventana, pero no había manija. El taxista, muy amablemente, sacó de su guantera una llave brístol para graduar la altura de la ventana: «Se la presto con carácter devolutivo», dijo. «Qué lástima -pensé-, quería quedármela para empezar a armar mi propio taxi».

 

«Lo único nuevo es que Uribe ya no es el Presidente»

El estado de las calles refresca la memoria. Los huecos, aunque no han cambiado, se ven más grandes que nunca. Hasta los reparcheos causan indignación porque se ven como mediocres remiendos («es que en Estados Unidos…»). Lo que más me resultaba increíble es que aún estuvieran reparando las baldosas del Transmilenio (¡hasta el día de hoy!). «Por eso estamos como estamos», me repetía con aire de superioridad.

Por alguna razón, tenía en el imaginario que el país había cambiado radicalmente durante mi dolorosa ausencia. «¿Qué hay de nuevo?», le pregunté al taxista, como si llevara 20 años en el exterior. «Pues patrón, que la ciudad está vuelta nada por culpa de ese Alcalde tan inepto». Me pareció que eso no era noticia: «Señor, creo que no me hice entender; le pregunté QUÉ HAY DE NUEVO». El conductor reflexionó por unos segundos y concluyó: «Pues nuevo, nuevo…, que Uribe ya no es el Presidente».

No es culpa del taxista. Las noticias en la radio son idénticas a las de todos los años: «Ausentismo en el Congreso desata polémica», «Invierno no da tregua», «Farc anuncian liberación unilateral y Gobierno autoriza a Piedad Córdoba como facilitadora», «Colombianos, entre los más felices del mundo», «Un pastuso ayudó a armar el árbol de Navidad en el Rockefeller Center de Nueva York», «Un paisa es el encargado de iluminar a Londres», «Asciende número de niños quemados con pólvora».

Los relatos de los periodistas y las declaraciones de las figuras públicas también parecen cíclicas. Anuncian, por ejemplo, la noticia de que «fracasó la negociación del salario mínimo» -qué novedad-; entonces aparece el presidente de la Andi diciendo que su propuesta está por encima de la inflación y que «antes agradezcan»; acto seguido, habla el vocero de las centrales obreras y reclama que eso no alcanza ni para el incremento del papel higiénico (es que somos muy cagones); el bloque informativo remata con una ingeniosa nota periodística que hace sumas y restas de lo que debe pagar una familia promedio en arriendo, salud, educación y alimentación.

 

«Ahora le entrego las vueltas»

Llegué a mi casa, con la esperanza de que mi familia hubiera avanzado tanto como yo. Fue decepcionante. Las deudas seguían inamovibles, la llave de la ducha goteaba igual que hace un año y la humedad en la pared no cedía. Mi hermano aún mantenía el título familiar de «oveja descarriada» y mi madre había empezado otra dieta; el césped del parque estaba igual de largo a como lo recordaba.

Intenté refugiarme en programas de televisión y el panorama no cambió. A la misma hora estaban transmitiendo «El Grinch» y «Santa Cláusula», además de un aburridísimo largometraje sobre el Niño Jesús y alguna de las versiones de «Mi pobre angelito»; también las temporadas de Navidad de «Seinfield», «Friends» y «Mad about you».

Volví a salir a la calle. Cogí un bus, en un acto de nobleza y humildad para rebajarme al nivel de quienes no están a mi altura. Me subí cuando aún se movía, porque el cretino del conductor no fue capaz ni de usar el paradero ni de detenerse completamente. Le di un billete de 20 mil pesos y lamenté no haber recordado que el cambio no lo dan de inmediato: «Ahora le entrego las vueltas», dijo el infeliz. También había olvidado los arranques y las frenadas bruscas de los buses, las ventas de maní dulce durante el recorrido, además de los cantantes ocasionales de guitarra desafinada y los drogadictos rehabilitados.

Me bajé indignado, echando madres del transporte público. Prendí un cigarrillo y luego boté la colilla al suelo. Me fui a beber con unos amigos y me emborraché hasta vomitar. Regresé a mi casa y al otro día les mentí a mi madre y a mi novia sobre dónde había estado. Comí sin lavar un sólo plato y salí de casa sin tender la cama. Me monté al carro en pleno ‘pico y placa’ y soborné al Policía que me detuvo por pasarme dos semáforos en rojo. Aquí me tienes Bogotá. Acá está este prohombre de la patria. He vuelto ¡y he vuelto con toda! Cómo me merece esta tierra. Cómo los merezco yo a ustedes. Somos el uno para el otro.

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¡OJO! Este mes de marzo sale a la venta el libro «A usted también le ha pasado, ¡admítalo!», de Intermedio Editores. Son 21 ‘posts’ publicados y 19 INÉDITOS como: «TERMINAR con… colombiana vs. extranjera» (es la segunda parte de «SALIR con… colombiana vs. extranjera»), «Yo era un patito feo, inmundo; ahora soy un pato, a secas», «Soy el amigo gay de un par de amigas», «Las costeñas me intimidan» y «La buena vida de los hijos bastardos». ¡El prólogo es de mi mamita!

*Próximo miércoles, desde las 8 a.m.:
‘Si yo fuera celador, sería igual de insoportable’

*Mi twitter: @agomoso. Busque posts anteriores en bit.ly/agomoso

*Si se lo perdió…

‘Querido Niño Dios: te pido que mi familia no me avergüence en la fiesta de Año Nuevo’

‘Que alguien me explique los gozos de la novena de aguinaldos’

‘Manejo como una dulce anciana’

‘Mi tía, la invencible, tiene el superpoder de la intensidad’

‘Muéstrame tu foto de perfil en Facebook y te diré cómo eres’

‘¿Por qué los colombianos nos creemos «la verga»?’

‘¡Deje el resentimiento contra los ricos!’

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‘A mí me tocó aprender a bailar con mis primos’

‘¿Por qué las mamás pelean cuando hacen oficio?’

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‘Si su nombre es ‘guiso’, usted tiene pasado de pobre: att. Jáiver’

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‘Qué miedo empezar una nueva relación’

‘Me salió barriga; ahora sí salgo a trotar’

‘Así se sufre una temporada sin trabajo ni novia ni plata pa’ viajar’

‘Qué difícil ganar una beca cuando no se tiene pasado de ñoño’

‘Mi mamá habla un mal español; mi papá, un pésimo inglés’

‘Sí, soy metrosexual… y usted también, ¡admítalo!’

‘Conquistar a las mujeres de hoy requiere más que sólo actitud; aliste una hoja de vida impresionante’

‘¿Cómo se atreve mi ex novia a casarse?’

 

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