Es un amor ciego, como el que siente la novia cuando recién lo nombra a uno en propiedad. No importa que haya otros mejores, que corran más rápido, que tengan más cualidades. Lo de uno es mejor.
Tengo un Renault Twingo negro, modelo 2007. Cuando lo saqué del concesionario, a finales del año 2006, pensé que la ciudad ya tenía suficientes carros y que el alcalde y el Gobierno nacional debían detener de inmediato la venta de vehículos nuevos, porque nosotros los conductores no aguantábamos más esas chatarras -desde los modelos 2006 hacia atrás- congestionando las vías.
Lo lavaba cada 8 días y lo polichaba cada 15. Llegaba a mi casa y me quedaba viéndolo, enamorado, como si fuera una nave de última tecnología: «Es que el mío es más bonito… tiene el parabrisas más grande… a pesar de lo pequeño, es muy amplio por dentro… mejor que no tenga la dirección hidráulica porque así saco más músculos en los brazos… éste contamina menos y no consume tanta gasolina… ¿para qué un motor de más cilindraje si durante el trancón todos andamos a la misma velocidad?… el Ferrari tendrá motor italiano, pero el mío es de motor francés».
Me sentía único en el mundo manejando a mi ‘Negrito’. Desde adentro, juraba que los peatones y los demás conductores me observaban con admiración. Yo sonreía. Miraba a las mujeres, queriéndome comunicar telepáticamente con ellas: «Tú podrías ser el copiloto de mi vida… ahí verás», pensaba mientras les ‘picaba’ el ojo. Sentía que ellas oían mis pensamientos y quedaban perdidamente enamoradas de mí y de mi ‘Pantera’.
El primer golpe se lo di apenas una semana después de estrenarlo. Iba con dos de mis primos, jactándome ante ellos de mi pequeño bólido. Les hablaba de lo lindo que era el ‘Osito Panda’ y de todas sus cualidades, cual mamá orgullosa de su hijo: «¿De quién son bumpers, de quién son bumpers?», decía consintiéndolo.
Quise coger la paralela de la Autopista Norte, en Bogotá, y tuve dificultades en el uso sincronizado del clutch y el acelerador (era un ‘buñuelo’… aún lo soy, véase ‘Manejo como una dulce anciana’). Solté demasiado rápido el embrague y el carro dio un fuerte empujón hacia delante.
«Doctor, prométame que el ‘Negrito’ se va a recuperar»
Mis primos pensaron que el taxi de atrás me había golpeado: «¡Pare primo! ¡Ese man le pegó!», decían mientras amenazaban con sus miradas al conductor de atrás por atreverse a lastimar al ‘Chiquitín’. Yo estaba confundido. No estaba seguro si había sido culpa de mi torpeza. Empecé a mirar por el retrovisor qué cara hacía el taxista. En esas, intentando descubrir si él era responsable, dejé de mirar la vía y el carrito se empezó a desviar ligeramente. Yendo a 15 kilómetros por hora… ¡le pegué al andén y se rayó la copa!
Definitivamente, al que no quiere caldo le dan la olla completa. Cuando nos bajamos a ver las lesiones de mi querido ‘Afro-carro-descendiente’, confirmé que el taxista nunca le pegó. Miré con furia a mis primos, odiándolos por provocar que mi pequeño bebé se hubiera raspado una piernita. Fui de inmediato a comprar otra copa. Grave error. La volví a rayar parqueando dos semanas después.
Algunos colegas me dijeron que eso era normal. Así como es natural que a los recién nacidos les dé ‘pañalitis’, los carros nuevos son susceptibles de sufrir prontas raspaduras. Incluso, un amigo me recomendó que, para no lamentarme con cada golpecito, le hiciera yo mismo un rayón a cada puerta y a cada copa.
El peor día de todos fue cuando me estrellaron. Una vieja bruta, en otro Twingo, me cerró y le pegó durísimo a mi lindo ‘CarBerry’ en su lado izquierdo. La puerta quedó sumida y las ‘ñaticas’ (el bumper) torcidas. Me bajé lleno de pánico, lo acaricié y le dije -con lágrimas en los ojos- que todo estaría bien.
Lo llevé inmediatamente al taller y exigí que el caso lo atendiera el mejor especialista: «Doctor -le dije al hombre con doctorado en mecánica automotriz-, ¡prométame que mi ‘Negrito’ se va a recuperar!… snif… snif». Él respondió con tranquilidad: «No se preocupe. Sólo sufrió unas laceraciones. Latas que llaman. Habrá que cambiar la puerta, pero es un procedimiento que no implica mayores riesgos». Salí de allí con el corazón en la mano, lamentándome por no pasar la noche acompañando al ‘Osito Panda’ en esos momentos tan difíciles.
«No me has vuelto a ‘polichar’ «
La rutina enfría cualquier relación. El amor infinito que nos teníamos empezó a disolverse en la cotidianidad. Él ha empezado a cansarse de mi indiferencia: le duele que lo abandone en plena calle, cuando antes le pagaba parqueadero.
Por mi parte, estoy fatigado de su forma de pedir, pedir y pedir: «Que la revisión de cada 10 mil kilómetros, que el cambio de llantas, que los frenos, que ya no me llevas al lavadero de carros tan seguido, que no me has vuelto a ‘polichar’, que por qué le miras la cola a ese Audi…».
Mi ‘Pantera’ -siento dolor al decirlo- ya no es esa nave única e irremplazable. Además, tenemos expectativas y sueños distintos. Siento que yo he crecido y que ya no soy el adolescente que era feliz manejando un carro dos puertas. Mi querido Twingo se ha estancado y parece condenado a ser usado por empresas como Herbalife o Saludcoop. Tal vez el problema no es él sino yo. Quizás él es todo lo que necesito, pero mis ambiciones me enceguecen y me hacen creer que no es suficiente para mí. El ‘Afro-carro-descendiente’ no me merece.
Creo que le pediré que nos demos un tiempo. Él sabrá que será para siempre. Lloraremos. Le diré que nunca olvidaré los maravillosos momentos que pasamos juntos, los viajes que hicimos, las mujeres que conquistamos. Tantos recuerdos hacen que este rompimiento sea difícil, porque lo quiero mucho, pero también soy consciente de que nuestra relación no es viable.
No sé cómo sobreviviré a la ‘tusa’. Es probable que acuda a la técnica de «un clavo saca a otro clavo». Me refiero a un carro cero kilómetros. Sé que es injusto. Entenderé si algún día mi novia me echa, pensando igual que yo.
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*Próximo miércoles, desde las 8 a.m.:
‘La bendita maña de decir mentiras’
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*Si se lo perdió…
‘Cosas que nos pasan a los hombres en baños ajenos’
‘Sudando en el peor puesto del TransMilenio: la puerta’
‘Sobreviviendo a los lectores criticones de mi blog’
‘Almuerzos de mujeres: ideales para entenderlas mejor’
‘Cuando los hijos regañan a sus papás como niños chiquitos’
‘Mujeres que le tienen fobia al motel’
‘El arte de ‘levantar’ en la oficina’
‘Sobreviviendo como asalariado a la reestructuración de una empresa’
‘Shows de mujeres que hacemos los hombres’
‘Esta es la historia (que me imagino) de unos taxistas que golpearon a un par de pasajeros’
‘¿Cuándo será mi última ‘faena’ entre sábanas?’
‘Si yo fuera celador, sería igual de insoportable’
‘Salí del país, me unté de mundo y ahora soy mejor que ustedes’
‘Querido Niño Dios: te pido que mi familia no me avergüence en la fiesta de Año Nuevo’
‘Que alguien me explique los gozos de la novena de aguinaldos’
‘Manejo como una dulce anciana’
‘Mi tía, la invencible, tiene el superpoder de la intensidad’
‘Muéstrame tu foto de perfil en Facebook y te diré cómo eres’
‘¿Por qué los colombianos nos creemos «la verga»?’
‘¡Deje el resentimiento contra los ricos!’
‘Soy muy cobarde; le tengo pavor a las peleas’
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‘Es cierto y es un karma: los hombres pensamos siempre en sexo’
‘Respuesta masculina a cosas que ellas nos critican en la cama’
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‘¿Por qué las mamás pelean cuando hacen oficio?’
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