¿Qué hombre no ha babeado frente a unos ojos felinos, un escote inmoral y unas nalgas forradas en apretados jeans sin bolsillos traseros? ¿Les suena la frase: «Esa vieja está para ‘lo que sabemos’ pero no se la presento a mi mamá»?
Lo reconozco. Los gustos e instintos sexuales masculinos no siempre son elegantes. Las conversaciones de hombres son tan francas como ordinarias: «Uy, esa vieja está como pa’ darle por ese %$@+* y después voltearla pa’ morderle esas #$%& y finalmente ponerle la cara en el @#&%$…».
¡Uf!, lo siento. Creo que me extralimité. Disculpen mi manera de expresarme, pero esa es la verdad. Sé que está mal dejarse llevar por los impulsos animales, pero así son las cosas. Somos como perros domesticados que no pueden huir a su naturaleza cachonda. Que no me oiga mi madre, que me entienda mi novia, que Dios me perdone, que yo me contenga.
¿Cómo son esas ‘lobas’ que nos atraen tanto, que nos hacen volar la imaginación en cuestión de segundos, que nos hacen torcer los labios mientras pensamos: «Maldita sea… ¡qué rico!»?
Generalmente están bronceadas… perfectamente bronceadas. Tienen un color canela -en ocasiones adornado con escarcha- al que provoca untarle arroz con leche o dulce de mora. Mis favoritas son las que tienen pelo negro y largo al estilo Pocahontas, brillante como el de los comerciales de Head & Shoulders. También tengo debilidad por aquellas que pintan sus uñas con motivos temáticos; mis preferidas son las sugerentes garras de tigresa africana.
Además son altas (probablemente por sus tacones) y voluptuosas. Sus pechos exuberantes suelen estar apretados -como asfixiándose- en un diminuto top que nos permite soñar con sus ombligos y hombros escarchados, morenos… con dulce de mora… hum… También guardamos la esperanza de que alguna de sus ‘lolas’ salga disparada por la presión. Sus jeans -desteñidos, de curiosos y exóticos bordados- están perfectamente ajustados -les recuerdo que sin bolsillos traseros-. Los combinan con unas botas puntudas de tacón-puntilla, como sacadas de un sex-shop.
Imaginen a Rafael Novoa con tanga ‘rompe-olas’
En conclusión, cuando uno ve a una ‘loba’, son varios los mensajes que se reciben. Su piel dice: «Lámeme». Su pelo ordena: «Jálame». Sus pechos exclaman: «AgárremeN». Su cola pide: «Golpéame». Sus botas sugieren: «Castígame». Sus uñas gritan: «¡Miau!»… es que dan ganas de darles por ese %$@+* y después voltearlas pa’ morderles esas… ¡Uf!… perdón… perdón…
¿Por qué las mujeres no piensan como nosotros? ¿Por qué no se sienten inevitablemente atraídas frente a un despampanante físico masculino?
Para responder a estas preguntas, primero debo reseñar que los hombres hacemos una diferenciación entre la ‘loba’ y la ‘guisa’. Básicamente, a la ‘guisa’ se le nota que es pobre porque no tiene cómo hacerse las prótesis, ni plata para viajar a broncearse, ni tiempo para alisarse el pelo todos los días -tipo Pocahontas-. Tampoco les alcanza para comprar perfumes de marca, de manera que sólo usan splash (del Éxito, no de Victoria’s Secret). Sin embargo, las que al menos se preocupan por cuidar su cuerpo son ‘lobas’ en potencia si se levantan al tipo indicado -con recursos suficientes para patrocinar su cambio extremo-.
Los hombres le damos tal importancia al físico femenino que no sólo categorizamos a la ‘loba’ y a la ‘guisa’, sino también nos permitimos la oportunidad de soñar teniendo una canita al aire con ellas (sobre todo con las primeras). En cambio, para las mujeres no existen los ‘lobos’. No he escuchado a la primera que use tal expresión. ¿Por qué?
Un tipo mal vestido es un ‘guiso’ que no tiene la menor oportunidad con ellas ¡y punto final! Podrían tener al frente al perfecto latino: bronceado, atlético, de dientes blancos y alineados, pero lo descartarían al primer sonido de «mi reina» o de cualquier otra expresión de afecto que evoque las jerarquías de la realeza. Tampoco toleran palabras con ‘s’ que se oigan como una unión de la ‘t’ y la ‘z’ (» ‘tzí’ me entiende ‘printzesa’ «). Rechazarían al mismísimo Rafael Novoa si se lo encuentran de frente con una tanga ‘rompe-olas’ y estampado de cebra, además de un trazado de vellos rizados que vayan del ombligo hasta abajo. Saldrían corriendo despavoridas si las saluda diciendo: «¿Qué te ‘cuentatz’? ¿Te han dicho que estás como las Zucaritas?… ¡Rrrrrriquísima! (o ‘riquítzima’)».
-«Mamá, ¿el estilo ‘guiso’ se hereda?». -«Yo no ‘tzé’, mi rey»
En este punto, debo hacer un paréntesis para destacar -con temor a equivocarme- que las mujeres paisas se salen de ese estereotipo y sí saben valorar a sus coterráneos, con sus respectivos detalles ‘guisos’, como los mechones largos al estilo de Pedro (el escamoso) y la maña de decirle «mi amor» a cuanta «chimbita» se encuentren. He visto a varias salir con fortachones que parecen instructores de gimnasio: espaldones y de brazos musculosos, pero con piernas de anoréxico (porque sólo ejercitan la parte superior del cuerpo) y tatuajes del Atlético Nacional.
Las rolas, en cambio, no saben valorar un producto 100% criollo y genuino. Al principio pensaba que mi fracaso era culpa del exceso de gel en mi pelo. Pero luego entendí que se debía a mi forma ‘guisa’ de hablar. Me di cuenta de que es herencia de mi madre, porque le pregunté si la falta de estilo se transmitía a través del ADN, a lo que ella respondió: «Yo no ‘tzé’, mi rey».
Invito a las mujeres a que desagreguen en varias categorías lo que hoy en día ellas consideran ‘guiso’. Recomiendo que empiecen por clasificarnos como ‘humildes’ (simplemente pobres), ‘garras’ (tras de pobres, ordinarios), ‘pobres con plata’ (quienes fueron humildes y hoy tienen recursos suficientes para instalar una escultura del Divino Niño en la casa) y ‘lobos’ (los ricos extravagantes que usan corbata de piel de boa y zapatos de chinchilla). Yo clasificaría como ‘humilde garra’, lejos de tener plata y deseoso de comprar calzado hecho con pelo de zorrillo.
Ninguna mujer debería privarse de la sorpresa que pueden encontrar en esa variopinta gama de ‘guisos’ que existimos por todas partes. ¡Aprendan de las paisas por favor! Y hagan como nosotros, cuando alguien nos cuestiona por salir con una ‘loba’: «Ahhhh, pero es que yo no estoy diciendo que la quiero para tener hijos, sino para darle por ese…», perdón… perdón… que alguien me contenga…
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‘Cosas que nos pasan a los hombres en baños ajenos’
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‘Sobreviviendo a los lectores criticones de mi blog’
‘Almuerzos de mujeres: ideales para entenderlas mejor’
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‘El arte de ‘levantar’ en la oficina’
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