Mi mamá vio con emoción el comercial por televisión, a través del LCD de 32 pulgadas que reposa en la sala de nuestra casa. Allí aparecía Carlos Calero, con su sonrisa y papada irresistibles, diciendo que «sin rifas y sin sorteos» podríamos reclamar una olla a presión.
Sólo necesitábamos 50 envolturas de Ricostilla y 12.000 pesos. Decidí asumir el gasto y rompí el marranito donde guardaba mis ahorros. Fui de inmediato a la tienda de don ‘Chucho’ donde pagué 13.000 pesos por los cubitos de Ricostilla. Mi madre llamó a chismosearles a sus primas en Popayán, Pereira, Barranquilla y Cúcuta: «¿Si saben que van a regalar ollas a presión? Lo único que necesitan es…».
Una mañana de abril salimos temprano a reclamar nuestra preciada olla. Ese día no fui a trabajar con mi tío, quien me contrata como su ayudante -de 6 de la mañana a 3 de la tarde- en un puesto de jugos de naranja y salpicones a la salida del Parque El Salitre. Me gano 15.000 pesos en cada jornada, pero mi compromiso, ese día, era acompañar a mi mamita, así que me excusé con él.
Íbamos en el bus cuando ella, agradecida por mi «detalle» de asumir los 25.000 pesos de la promoción, me recordó que su sueño era verme llegar tan lejos como Calero: «Te pareces a él y todo», comentó. «No te preocupes mamita -le contesté-, te puedo asegurar que tú y yo vamos camino al Éxito». En efecto, ya estábamos llegando al Éxito, almacén que había sido definido como uno de los puntos de canje de las ollas. «Ahora sí vamos a comer pollo sudado de verdad, verdad», dijo ella con ilusión.
La fila era enorme y vi a muchas madres y abuelas frustradas. Las ollas se habían acabado. Por primera vez entendí lo que significa la frase «hasta agotar existencias»: es el arte de dilatar la entrega de un premio «hasta cansar las existencias» de quienes aspiran a tenerlo.
Nos dijeron que, en todo caso, hiciéramos la cola para reclamar una «ficha de cambio» que debíamos guardar. También nos advirtieron que teníamos que estar «pendientes» por televisión de dónde entregarían el premio posteriormente. En total, fueron 3 horas de fila para recibir una simple ficha. Durante ese tiempo alcancé a confirmar, entre los pasillos del almacén, que el precio de una olla a presión es de 50.000 pesos. «Buenísimo, nos vamos a ahorrar 25.000… bueno, la verdad es que, restando lo que nos gastamos en buses hoy, realmente estamos ahorrando unos 20.000…, pero igual eso es platica…».
«Pues esperemos hijo, porque qué más hacemos»
En la noche, las primas de mi mamá llamaron para quejarse porque les había pasado exactamente lo mismo en Pereira, Barranquilla y Cúcuta: «Pero mija, parece que las ollas las van a entregar el próximo 21 de mayo. Eso vi en la televisión. Guarde esa ficha porque si no, no le dan nada… hablamos luego, ¡se me van a acabar los minutos!… saludes a Andrés, dígale que es igualito a Carlos Calero. ¡Divino!».
Volvimos con la tal ficha. Esta vez, la cita era en la Plaza de los Artesanos, al frente del Parque El Salitre -muy cerca del puesto de jugos de naranja y salpicones de mi tío, con quien tampoco trabajé ese día-. Llegamos a las 8 de la mañana. Nos sorprendimos con los dos kilómetros de fila que había a esa hora y que quedaron inmortalizados en Youtube.
Quise hacer la ‘colombianada’ de colarme, aprovechando que en la fila estaba doña Nury, amiga del barrio, pero casi me linchan. Escuché toda clase de recriminaciones por parte de la multitud: «¡Eh!… ¡Colado!… ¡Respete para que lo respeten!… ¡Tan avión!… ¡Tenga consideración que mi abuela está haciendo fila con tanque de oxígeno y todo!… Al que deje colar a otro, ¡lo sacamos por dormido!… ¡Síiiii!… ¡Fuera! ¡Fuera! ¡Fuera!». Doña Nury, asustada ante la amenaza de ser excluida de la fila, se unió a ellos: «¡Yo a este ‘chino’ ni lo conozco!… ¡Saquémoslo por abeja! ¿Qué dijo papito? ¡Fuera!».
La humillación aún la cargo en mi corazoncito, como una espinita que no he podido sacar. Me dirigí al final de la fila donde aguardaba mi mamá, con ese saquito de lana que apenas la abriga, esa faldita de segunda que le heredó a su prima millonaria de Pereira, esa cabeza siempre despelucada y esa paciencia infinita para encomendarse al Espíritu Santo mientras se cruza de brazos: «Pues esperemos hijo, porque qué más hacemos». Nos dieron las 5 de la tarde. Mientras a mí me ardían los pies de estar parado todo el día, ella seguía incansable sobre sus zapatos negros de tacón bajo.
La empezaron a llamar sus familiares de diferentes puntos del país. Primero lo hizo la prima Yurani, de Popayán: «No mija… usted no sabe la que nos pasó por acá. Todo el día haciendo esta fila tan berraca hasta que nos dijeron que se habían acabado las ollas. La gente se ‘rebotó’ y trajeron policía y todo… Yo ya estoy en la casa, después de esa ‘patoneada’ que me tocó pegarme desde la vereda, pero al menos me entrevistaron por televisión. Pa’ eso la llamaba, pa’ que me viera esta noche… hablamos luego porque ya no tengo más minutos…».
«¿Qué tal que la promoción hubiera incluido fríjoles en la olla?»
Luego se comunicó con ella su prima en Cúcuta: «Si le contara ‘mana’. Unos ‘toches’ se colaron y se formó un desorden ‘arrechísmo’, hasta que los ‘pingos’ organizadores cancelaron la entrega de ollas».
Después, llamó la prima millonaria de Pereira: «Nooo, mija. ¿Vos seguís ahí? Yo iba a reclamar la olla, pero la fila era como de un kilómetro y medio. Ni po’ el berraco iba a hacer esa cola. Lo que hice fue grabar un videito desde el carro que ya subí a Youtube pa’ que lo vea cuando tenga un tiempito… ahh, verdad prima que usted ni tiene Internet… bueno, ni modo, ¿le gustó la faldita que le mandé?».
Finalmente, llamó angustiada la prima de Barranquilla: «¡Ajá prima! Yo no sé si seguí’ acá, po’ que ‘unoj’ tipo’ pasaron en un carro diciendo que se habían acabado ‘laj’ olla’. No sé si ‘ejtaban’ mamando gallo o andaban borracho’ po’ que me pareció ver a uno con cerveza en la mano».
Empecé a perder la esperanza. Ya oscurecía sin que hubiéramos avanzado significativamente en la fila. Vi a un hombre, como de 45 años, caminar en el sentido contrario de la cola, con una caja donde parecía guardar una olla pitadora nueva. «Señor, ¿esa es la olla de la promoción de Ricostilla?», le pregunté. «Sí -me contestó con desconfianza y sin detener su marcha, como temeroso de que le fueran a robar su nuevo artículo de cocina-, pero le cuento que sólo quedan como 100 y no creo que alcance para ustedes».
En el bus de regreso a casa, con las manos vacías, reflexioné sobre los esfuerzos que hicimos para ganarnos una olla ‘medio gratis’, teniendo en cuenta que compramos13.000 mil pesos en cubitos de Ricostilla, más los 12.000 pesos que debíamos poner. Esos 25.000 pesos, más los 30.000 que dejé de ganar con mi tío en su puesto de jugos de naranja y salpicones, hubieran sido suficientes para comprarle la olla a mi mamita.
En la noche, viendo el noticiero que mostraba los desórdenes en diferentes ciudades del país, llegué a una conclusión espantosa: «¿Qué tal que la promoción hubiera incluido fríjoles en las ollas?… ¡Habría sido una guerra civil!», pensé en silencio, sin saber que el mismísimo Adolfo Hitler se había quedado sin olla para su mamá.
Pero no fue lo más aterrador de esa noche. Vi con asombro -como descubriéndolo por primera vez- el televisor LCD de 32 pulgadas en el que estaba viendo las noticias en la sala de mi casa. Me dirigí a mi mamá y le pregunté con desconcierto: «¿Cómo es posible que tengamos un televisor pantalla plana, pero no una olla pitadora?».
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¡Ojo! No olvidar…
Este sábado 11 de junio a las 4 p.m. estaré en la Panamericana de Unicentro (Bogotá) firmando libros. En la editorial juran que aún hay gente interesada en conocerme (sí, como no). También pueden ir simplemente a tomarles fotos a los horrendos lunares de mi cara.
El libro «A usted también le ha pasado, ¡admítalo!» -de Intermedio Editores- incluye 20 artículos INÉDITOS (vea aquí los títulos). ¡El prólogo es de mi mamita! Está a la venta en Panamericana, Librería Nacional (aquí, compra on-line), Prodiscos, Tower Records y La 14, entre otras.
*facebook.com/agomoso Twitter: @Agomoso
*Próximo miércoles, desde las 8 a.m.:
‘Trabajo como independiente y… ¡me estoy volviendo loco!’
*Si se lo perdió…
‘Malos entendidos entre hombres y mujeres – Segunda parte’
‘Malos entendidos entre hombres y mujeres – Primera parte’
‘Chistes tontos de la infancia’
‘Las ‘supervacaciones’ de mi mamá me aburren’
‘Nos fascinan las ‘lobas’, ¿por qué a ellas no les gustamos los ‘lobos’?’
‘La bendita maña de decir mentiras’
‘Cosas que nos pasan a los hombres en baños ajenos’
‘Sudando en el peor puesto del TransMilenio: la puerta’
‘Sobreviviendo a los lectores criticones de mi blog’
‘Almuerzos de mujeres: ideales para entenderlas mejor’
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