Mis amigos y compañeros de oficina se acercan a mí, creyendo ser los primeros en aconsejarme: «Fumar hace daño», me dicen como si estuvieran haciendo una gran revelación. Yo me incomodo y pienso en silencio: «¿Sí?, no ‘jodás’… de verdad que no lo había pensado, aunque eres el ‘ingenioso’ número 2.327 que me lo dice (¡pfff!)».
La gente se vuelve ‘cantaletosa’. Son muchos quienes cuestionan si fumo cuando hace calor o si aún es de madrugada… también porque es de noche o porque lo hago después de almuerzo… o por lo que sea: «¿Tan temprano y ya fumando?… ¿Y ese cigarrillo es tu postre?… No nos fumes encima, por favor… Hueles hartísimo a cigarrillo…». Como si yo les reprochara sus malas costumbres. Nadie me toleraría si yo dijera cosas como: «Tan temprano y ya te estás engordando con esa almojábana… Y ese cilantro entre los dientes lo vas a dejar de postre… Por favor, no te suenes los mocos encima de nosotros… Se te nota hartísimo esa espinilla en la cara…».
Para alguien que no fuma, cualquier momento es malo. En cambio, para un adicto a la nicotina, toda ocasión es ideal: si está haciendo frío, «para calentarme»; si está haciendo sol, «para aprovechar el buen día»; después de almuerzo, «para hacer digestión»; si no he comido nada, «para despistar el hambre»; si estoy triste, «para meditar»; si estoy feliz, «¡para celebrar!»;si acabo de tener sexo, «para sentirme como un pachá»; si no estoy haciendo nada, «porque me da la regalada gana».
Cuando cuestionan mi ‘puchito’ dañan ese momento íntimo de consumo de nicotina. Es peor cuando lo hacen en frente de otras personas. Me siento como un niño de 12 años al que el papá le dice: «¿A usted no le da pena llorar en frente de la gente?».
«Lávate la boquita, mi amor»
Hacen que me dé vergüenza fumar. A veces intento esconderme como un criminal para que nadie me moleste y si me descubren me siento como un bobo solapado: «¿Otra vez echando humo?», me dicen los ‘perfectos’. «Otra vez usted con esa nariz tan enorme», me dan ganas de contestar.
Ya no me salvo ni de las propias cajetillas de cigarrillos que incluyen imágenes tan sugerentes como la de un banano en curva descendente, acompañado de un mensaje fulminante: «Fumar causa impotencia sexual». Yo, engañándome a mí mismo, volteo la caja para que el banano se vea ‘erecto’.
Pensé que el filtro social más difícil de superar iba a ser el de mi propia familia. Cuando se enteraron de mi vicio, mi madre y mis tías me miraron con desprecio y me aplicaron el llamado ‘regaño hum’. «Hijo, ahí sí que me decepcionaste… ¡hum!», dijo la primera. «Algo malo tenía que tener este chino… ¡hum!», dijeron las segundas. Hasta mis primitos menores, cuando ni siquiera sabían pronunciar bien la ‘s’, se sintieron con autoridad para censurarme: «Qué ‘azco’ primito ‘Andrez’, ¡qué ‘azco’!, ¡hum!». Todavía hoy mi abuela me reprocha: «Mijo, usted sí fuma como una pura lavandera mueca… ¡hum!».
Aunque no fue sencillo, mi familia terminó aceptando mi condición (no tenían más alternativa). El problema es cuando uno quiere acercarse a alguien que no tolera el hábito de los fumadores y no tiene por qué aguantárselo.
Me generó mucha dificultad -por ejemplo- salir con una mujer que desde el principio anunció que odiaba dar besos a un hombre con aliento a cigarrillo. Mientras la conquistaba, el asunto realmente me sirvió para disminuir el consumo de nicotina. Luego, cuando ya éramos novios, me llené de confianza y quise retomar mis habituales dosis de tabaco. Sin embargo, el tema nunca fue negociable: «Pero lávate la boquita, mi amor», decía la bruja esa. Yo me contenía de la piedra para no contestarle con algo parecido: «Bueno, pero si tú te lavas el pelito todos los días… mi vida».
43.800 cigarrillos en 12 años
Al final, toda la sociedad ha decidido discriminarnos. Recuerdo con nostalgia cuando se podía fumar en los bares y todos terminábamos oliendo a lo mismo, sin que nadie molestara. Mi padre me cuenta que vivió una época dorada en la que fumaba en buses, aviones, salones de clases y salas de cine. ¡Qué años maravillosos!
Hoy en día parecemos ratas sacadas a escobazos de los establecimientos públicos mientras los demás nos miran con ‘azco’. Nosotros, en medio de la exclusión, nos encontramos en algún punto y sonreímos tímidamente ante la felicidad de encontrar a otro con quien podemos compartir este vicio. Al mismo tiempo, odiamos a los que intentan dejar de fumar a costa de nosotros: no compran cigarrillos, pero sí ‘recaen’ gorreando a quienes sí seguimos cargando cajetillas.
En todo caso, sé que ustedes (los ‘señores y señoras Vida Sana’) tienen razón. Tengo claro que fumar es nocivo para la salud. No soy bobo. Simplemente soy un adicto que empezó a consumir nicotina desde los 16 años y que a estas alturas de la vida (12 años después) se ha fumado 43.800 cigarrillos, teniendo en cuenta un promedio de 10 ‘puchos’ al día.
Para que les quede claro: SOY ADICTO a una droga que causa más dependencia que la misma heroína. De otra manera no se explicaría que aspire un promedio de 100 bocanadas diarias de un humo que contiene más de 2.000 tóxicos (algunos dicen que más de 4.000), entre los que se encuentran cianuro y monóxido de carbono.
No lo digo para que me tengan consideración. Sólo les pido que guarden silencio. Yo haré lo mismo cuando ustedes se engorden con almojábanas, se suenen los mocos en el almuerzo o lleguen con el pelo sucio a la oficina. ¿Trato hecho?
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