Abro los ojos y ahí están los malditos; tan diminutos, tan insignificantes, tan feos, tan flacos, esperando la oportunidad para llenar sus barrigas con mi sangre. Han estado molestando toda la noche y su zumbido no me deja dormir.

Los zancudos son unos maleducados. Yo comprendo que deban alimentarse (todos tenemos que comer), pero exijo que al menos coman callados. Odio el sonido de sus alas cuando las baten junto a mis oídos. También detesto esa leve brisa que generan en mi frente o en mi nariz, como si se tratara de un diminuto ventilador para insectos.

Hay varios tipos de zancudos. Unos son los ‘kamikazes’: se lanzan temerarios sobre mi piel, de frente, sin importar que aún esté despierto. Otros son los ‘ninjas’: también me pican cuando sigo en pie, pero lo hacen sin que me entere.

En un tercer grupo están los ‘solapados’. Esos son los peores: los cobardes. Atacan en gallada al mejor estilo de la guerra de guerrillas, emboscándome cuando duermo en medio de la oscuridad. «Adiozzzzzzzz», me susurran al oído, como queriendo burlarse. «Va la madre…», digo yo, somnoliento, sabiendo que me espera una batalla a muerte.

La imagen es escalofriante. Prendo la luz e intento buscar con la mirada a esos delincuentes. Pero no es fácil porque tengo los ojos rojos, casi cerrados. La luz me lastima, de manera que frunzo el ceño y arrugo la nariz. Tengo la respiración agitada -inhalo y exhalo como un toro-, me rasco un brazo con una mano y ‘juego rasquinball’ con la otra. Sigo medio dormido. Doy pasos en falso usando apenas unos bóxers y medias tobilleras (sí, yo sé, qué ‘guiso’). «¿Dónde están, infelices?», murmuro. «Zzzzzzoquete», me contestan pasando por el lado, sin que aún pueda enfocar mi vista.

 

«¡Pazzzzito!»

Al principio, hace muchos años, cuando no comprendía la complejidad de este molesto enemigo, me acostaba dejando una mano en estado de alerta. Intentaba aplastarlos contra mi cara justo en el momento en que sentía su aleteo en mi mejilla. Nunca lo logré, pero sí sufrí el dolor de varias de mis bofetadas.

Luego acudí a los insecticidas en aerosol, pero el olor era tan insoportable que ellos terminaban durmiendo en mi cama y yo en la sala. Luego probé con esas pastillas que se queman y expiden un olor repelente. Sin embargo, descubrí que su efecto consistía en dopar a los zancudos y terminaban volando como unos locos, drogados, como si se tratara de un concierto de Rock al Parque. «Yo a estos no les voy a patrocinar el vicio», pensaba. Dejé de usarlas.

También probé con la técnica de mi hermano. Él se tapa con las cobijas y saca un brazo para que ellos se alimenten sin perturbar su sueño. Qué considerado, ¿no? Entre ellos han logrado entenderse mutuamente y han desarrollado una dinámica en la que todos conviven pacíficamente. Yo les llamo: «La comunidad del zancudo».

Quise seguir el ejemplo de mi hermano y de su noble espíritu, pero no pude. Me sofocaba con el calor de las cobijas y sentía que me faltaba el aire. Entendí que mi hermano les dejaba el brazo como carnada para evitarles la tentación de meterse en su cama. En varias ocasiones, creyendo que había bloqueado todas las vías de acceso a mi catre, los zancudos lograban inmiscuirse, susurrándome obscenidades. Resultaron ser unos completos ‘roscones’ y, además, ‘guisos’: «¡Pazzzzito! (‘papacito’)», me decían, al tiempo que yo saltaba de la cama, rogándoles respeto y explicándoles que era virgen, que yo no le jalaba al tema de acostarme con zancudos, y menos con zancudos varones: «Jum… tan ezzzzzzquivo», me respondían burlándose.

 

«Uizzzz… tan arizzzzzco»

Decidí enfrentarlos a mano limpia. Prendía la luz y hacía un reconocimiento visual del área. Primero escaneaba las paredes: «Allá, hay uno», pensaba en silencio para no alertarlo. Continuaba revisando las cortinas y husmeaba luego entre los libros: «Allá hay otros dos», me decía a mí mismo mirando rápidamente hacia otro lado para que no pensaran que los había descubierto.

Me volví todo un maestro Yoda para atraparlos con la mano; los sentía aún vivos en mi puño, los sacudía con rabia y finalmente los estrellaba contra las paredes de mi cuarto: «Uizzzz… tan arizzzzzco», me reclamaban con cinismo. El problema es que empecé a ‘construir’ un mural de insectos aplastados y mi novia se sentía incómoda frente a esa colección de zancudos fallecidos en acción.

Llegué a caer en el desespero. Tenía miedo de llegar a mi cuarto. Había noches en las que mataba más de 20 zancudos tan solo en mi habitación. No les miento. Mi novia se negaba a quedarse en mi casa porque sentía que no estábamos solos.

Un día, en medio del insomnio y la rabia, descubrí la mejor arma de todas para combatirlos: la aspiradora. Al borde de la locura, me armé con ella y los perseguí en ‘boxers’ por toda la casa. Esculqué debajo de las camas y detrás de los cuadros, también en los baños, en la cocina, en los armarios… los vecinos me miraban con desconfianza a través de las ventanas: «Ese chino está haciendo cochinadas con la aspiradora», pensaban. «Zzzzeeeee alborotó la polizzzzzzzía», decían los insectos.

Diría que he logrado ganarles las batallas diarias, pero soy consciente de que no he vencido en esta guerra. Lo digo porque no importa cuántos zancudos terminen cada noche succionados por mi letal arma doméstica; a la mañana siguiente, siempre -¡siempre!- descubro que hay uno o dos descansando en alguna de las paredes. Allí amanecen gordos, rozagantes,  descarados, recién alimentados con mi sangre sin tener al menos el decoro de esconderse. «Buenozzzzz diazzzzzzz zzzzabrozzzzzura», me saludan. Sé que los veré otra vez esta noche… y sé que volverán con refuerzos.

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*Próximo miércoles, desde las 8 a.m.:
‘Cuando los gordos hacen ejercicio’

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*Si se lo perdió…

‘¿Por qué los hombres feos despreciamos a las mujeres feas?’

‘¡Alerta! ¡Mi mamá tiene cuenta en Twitter!’

‘¡Déjenme fumar en paz!’

‘Esta es la columna (que me imagino) de Daniel Samper Ospina si hubieran ‘hackeado’ la cuenta de otro Daniel Samper Ospina’

‘Esta es la historia (que me imagino) de la entrevista ‘in english’ a Carolina Cruz… ‘and the music’ ‘

‘¿Es ud. adicto a la impuntualidad? Yo sí’

‘Cuando una mujer se aprovecha de un hombre’

‘Si yo fuera empleada del servicio… sería igual de confianzuda’

‘Yo era un patito feo, inmundo; ahora soy un pato, a secas’ (del libro ‘A usted también le ha pasado, ¡admítalo!’)

‘Las costeñas me intimidan’ (del libro ‘A usted también le ha pasado, ¡admítalo!’)

‘Si yo fuera taxista… sería igual de atravesado’

‘Celos de madre’

‘Trabajo como ‘independiente’ y… ¡me estoy volviendo loco!’

‘La necesidad tiene cara de olla – Yo hice fila con sobres de Ricostilla’

‘Malos entendidos entre hombres y mujeres – Segunda parte’

‘Malos entendidos entre hombres y mujeres – Primera parte’

‘Chistes tontos de la infancia’

‘Las ‘supervacaciones’ de mi mamá me aburren’

‘Todo nos gusta regalado’

‘Nos fascinan las ‘lobas’, ¿por qué a ellas no les gustamos los ‘lobos’?’

‘La bendita maña de decir mentiras’

‘El amor al carrito nuevo’

‘Cosas que nos pasan a los hombres en baños ajenos’

‘Sudando en el peor puesto del TransMilenio: la puerta’

‘Sobreviviendo a los lectores criticones de mi blog’

‘Almuerzos de mujeres: ideales para entenderlas mejor’

‘Cuando los hijos regañan a sus papás como niños chiquitos’

‘Mujeres que le tienen fobia al motel’

‘El arte de ‘levantar’ en la oficina’

‘Sobreviviendo como asalariado a la reestructuración de una empresa’

Shows de mujeres que hacemos los hombres’

‘Esta es la historia (que me imagino) de unos taxistas que golpearon a un par de pasajeros’

‘¿Cuándo será mi última ‘faena’ entre sábanas?’

‘Si yo fuera celador, sería igual de insoportable’

‘Salí del país, me unté de mundo y ahora soy mejor que ustedes’

‘Querido Niño Dios: te pido que mi familia no me avergüence en la fiesta de Año Nuevo’

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‘Es cierto y es un karma: los hombres pensamos siempre en sexo’

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‘Carta de un hombre que no ve fútbol, ni le gusta, ni le importa’

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‘¿Por qué las mamás pelean cuando hacen oficio?’

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‘Si su nombre es ‘guiso’, usted tiene pasado de pobre: att. Jáiver’

‘Salir con… colombiana vs. extranjera’

‘Volví con mi ex… suegra, pero no con mi ex novia’

‘Qué miedo empezar una nueva relación’

‘Me salió barriga; ahora sí salgo a trotar’

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