Todo empezó en el bachillerato, en una exposición sobre la Masacre de las Bananeras. Mis compañeros reían a carcajadas durante mi intervención sin que yo entendiera el motivo. El profesor había mantenido un silencio cómplice y sólo al final se tomó la molestia de corregirme: «Andrés, muy entretenida tu investigación sobre la ‘Masacre de las Bananas’ «.

El evento marcó mi vida. Mi fluidez al hablar nunca volvió a ser igual. Cada vez que me asignaban una nueva exposición, debía soportar las burlas de mis compañeros: «¿Y de qué nos va a hablar hoy? ¿Del holocausto de las sandías? ¿Del genocidio de los mamoncillos? ¿De la venganza de la piña?». Por el resto del bachillerato, me apodaron ‘Salpicón’. Las niñas me decían ‘Tutti Frutti’.

Me perdí en una etapa de inseguridad, timidez y aislamiento. La palabra del diccionario que mejor define mi comportamiento de entonces es ‘retraído’: «Que gusta de la soledad; poco comunicativo, corto, tímido; se decía de la persona refugiada en lugar sagrado o de asilo». Pues mis lugares de asilo fueron el Super Nintendo y las comunidades virtuales como LatinChat. Mis amigos más cercanos eran internautas de otros países -con quienes jugaba cartas o ajedrez- y mis conquistas iniciaban en los chats con frases tan enganchadoras como: «¿Alguna niña de 15 años por aquí?».

Mi vida social era, en realidad, una vida virtual. En el mundo de verdad quería pasar desapercibido y evitaba cualquier movimiento o palabra que llamara la atención. Recuerdo cuando me quedaba dormido en el bus y despertaba descubriendo que me había pasado de mi paradero. Me daba vergüenza que los otros pasajeros se dieran cuenta -como si me conocieran-. Me ponía de pie, con naturalidad -casi silbando- y caminaba sin prisa hasta la puerta de salida. «Aquí no pasa nada. No hay nada que ver. Todos sigan en lo suyo», pensaba.

Las cosas no mejoraron en la universidad. Mi desempeño vocal y corporal en las exposiciones daba lástima. En ocasiones me quedaba mudo e inmóvil, como si me hubieran puesto en pausa, y la única prueba de que seguía vivo era el intenso color rojo de mis cachetes. Sólo me sentía seguro escribiendo y, de hecho, me destacaba por mis ensayos y crónicas. Las palabras en el papel eran mi mejor vocero, porque los profesores se encargaban de elogiar mis textos y así me ganaba la admiración de una que otra estudiante. Pero hablar con ellas no era una opción.

 

«No puedo quedarme virgen toda la vida»

Recuerdo especialmente a una de mis compañeras de clase, que en ocasiones me buscaba conversación hablando bien de mi escritura. Era alta y esbelta, morena y de pelo negro -tipo Head & Shoulders-. Su belleza me intimidaba y empeoraba mi capacidad de respuesta.

Cualquier chance que tuviera con ella, por mínimo que fuera, lo arruiné el día que quiso despedirse dándome un beso en la mejilla. Mi escaso contacto con las mujeres era tan crítico que no supe cómo reaccionar cuando la vi acercarse tanto. Se me abrieron los ojos y encogí los hombros. Primero me incliné hacia atrás y la agarré de los brazos -pensando que ella se había tropezado y que me iba a caer encima-. Luego entendí cuál era su propósito y corregí mi postura bruscamente, sin calcular bien. Le pegué violento ‘pomulazo’ (dícese del golpe que se da con el pómulo), al tiempo que lancé un torpe y ridículo beso al aire: «¡MUUAAAASHHH!». Se quedó mirándome mientras se sobaba la frente -un poco con asombro, un poco con indignación- y se fue sin decirme una sola palabra.

Entonces decidí salir de ese destierro social al que yo mismo me había condenado. «No puedo quedarme virgen toda la vida», pensé. Casi al mismo tiempo supe que tenía un desafío mayúsculo por delante: debía enfrentarme al mundo con la desventaja de haber pasado años sin socializar, es decir, sin haber practicado cómo expresarme o cómo interactuar con otros seres humanos.

En ese proceso pasé de ser un torpe social ‘retraído’ a mi actual etapa como torpe social ‘fastidioso’, palabra que también define con mucho acierto el diccionario: «Enfadoso, importuno; que causa disgusto, desazón y hastío». Uno de los mejores ejemplos de esta clase de personajes lo supe gracias a @PipeSnchez. Él contó -a través de Twitter- la historia de un tipo que estaba en la casa de la novia y abrió la puerta del baño sin saber que ahí estaba su suegra con las nalgas sobre la taza. Pues el genio este, en medio de su torpeza y confusión, entró y la saludó de beso.

No he llegado a tal punto, pero sí confieso que mis comentarios son tan fuera de lugar como saludar a la suegra mientras está cagando. Soy del tipo de personas que dicen cosas imprudentes y hasta ofensivas. Recuerdo la vez que me reuní con un grupo de amigos en la casa de uno de ellos. Algunos vimos una cucaracha pasar por la terraza y mientras los demás quisieron guardar un sensato silencio -para no hacerle pasar una vergüenza al anfitrión- yo no me pude contener: «¡Uy! ¡Una cucaracha! ¡Qué asco!». Los otros, apenados, quisieron arreglar mis palabras: «Qué exagerado… es apenas una ‘cucarachita’ que debe venir de la casa vecina…». Yo insistí en mi torpeza: «¿Una ‘cucarachita’? ¿¿¿UNA ‘CUCARACHITA’??? ¡Donde hay UNA, hay MIL! ¡Guácala!».

 

Alcanzando la ‘mensidad’

Mi problema se agrava porque me gusta llevar la contraria por el simple hecho de llamar la atención. Hablo como si tuviera un conocimiento superior sobre todos los temas y me expreso como si la verdad fuera mía. En el fondo, se trata de un grito desesperado: «¡Auxilio! ¡Alguien présteme atención!… Ay, mamá, ¡tú no!… ¡Otra persona, por favor!».

Es el mismo grito de desespero que se notaba cuando usaba Microsoft Messenger: me desconectaba y volvía a conectarme, una y otra vez, para asegurarme de que otras personas me vieran y se animaran a saludarme. Ahora me la paso escribiendo mensajes inconclusos en mi perfil de Facebook o en el BlackBerry Messenger, con el propósito de que me pregunten a qué me refiero: «Esperándote…», «¡Amando la vida!», «Triste…», «No me rendiré…», «¡Al fin!».

De otra parte, no entiendo los chistes capciosos. Y para colmo de males, me río de lo que no es gracioso. Además, mis bromas son malas y, a pesar de que soy consciente de ello, las repito hasta 10 veces con públicos diferentes a ver si a alguien le parecen divertidas: «Había una vez…. ¡truz! ¿Sí me entiendes? O sea que había ‘una avestruz’… jeje… Es un juego de palabras… jeje… Si quieres te lo explico de nuevo… Ahhh, ¿no quieres?… ¿Por qué te vas?».

Para las mujeres, por supuesto, soy un tipo incómodo y aburrido. Incluso, en una época fui despectivo a la hora de hacer preguntas: «¿Has estado embarazada alguna vez?»… «¿No te molestan los gorditos en tu cintura?»… «¿Te acompleja tu nariz aguileña?» (para más información, lo invito a leer Si quiere conquistarla… pertúrbela).

Lo bueno es que ya aprendí a evitar los comentarios que pueden resultar insultantes en mis citas. Lo malo es que aún me veo como un idiota cada vez que pongo el codo sobre la mesa y acto seguido se me resbala. Intento ocultar mi estupidez hablando de temas rebuscados con los que pretendo dármelas de sabelotodo: «Vi en History Channel un documental sobre cómo algunos hombres han alcanzado la inmensidad». La mujer que me escuchó decir eso supo responder muy bien ante mis ínfulas: «Bueno, tú puedes decir que al menos has alcanzado la ‘mensidad’ «.

Yo les pido que nos tengan paciencia y que -en un acto de bondad- guíen a los cientos de miles de torpes sociales que existimos. Por experiencia propia les puedo decir que de puro milagro salimos a la calle y volvemos a nuestras casas sanos y salvos.

Corríjannos, con cariñito, ante cada idiotez y enséñennos cómo encajar mejor. Comprendan que no somos retraídos o fastidiosos porque así lo queramos, sino porque alguna circunstancia marcó nuestras vidas y nos intimidó en el camino de ser mejores individuos dentro de la sociedad. En mi caso se trató de la ‘Masacre de las Bananas’ y con eso tuvieron pa’ joderme el resto de la vida. No se burlen. Entiendan y consideren.

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*Si se lo perdió…

‘Cuando uno se aburre del trabajo’

‘Si quiere conquistarla… pertúrbela’

‘He aquí el porqué las mujeres no pagan la cuenta’

‘Mi novia es una bruja’

‘La primera vez de un turista colombiano en Estados Unidos’

‘Viajando en avión por primera vez’

‘Cuando los gordos hacen ejercicio’

‘Mis ‘archienemigos’: los zancudos’

‘¿Por qué los hombres feos despreciamos a las mujeres feas?’

‘¡Alerta! ¡Mi mamá tiene cuenta en Twitter!’

‘¡Déjenme fumar en paz!’

‘Esta es la columna (que me imagino) de Daniel Samper Ospina si hubieran ‘hackeado’ la cuenta de otro Daniel Samper Ospina’

‘Esta es la historia (que me imagino) de la entrevista ‘in english’ a Carolina Cruz… ‘and the music’ ‘

‘¿Es ud. adicto a la impuntualidad? Yo sí’

‘Cuando una mujer se aprovecha de un hombre’

‘Si yo fuera empleada del servicio… sería igual de confianzuda’

‘Yo era un patito feo, inmundo; ahora soy un pato, a secas’ (del libro ‘A usted también le ha pasado, ¡admítalo!’)

‘Las costeñas me intimidan’ (del libro ‘A usted también le ha pasado, ¡admítalo!’)

‘Si yo fuera taxista… sería igual de atravesado’

‘Celos de madre’

‘Trabajo como ‘independiente’ y… ¡me estoy volviendo loco!’

‘La necesidad tiene cara de olla – Yo hice fila con sobres de Ricostilla’

‘Malentendidos entre hombres y mujeres – Segunda parte’

‘Malentendidos entre hombres y mujeres – Primera parte’

‘Chistes tontos de la infancia’

‘Las ‘supervacaciones’ de mi mamá me aburren’

‘Todo nos gusta regalado’

‘Nos fascinan las ‘lobas’, ¿por qué a ellas no les gustamos los ‘lobos’?’

‘La bendita maña de decir mentiras’

‘El amor al carrito nuevo’

‘Cosas que nos pasan a los hombres en baños ajenos’

‘Sudando en el peor puesto del TransMilenio: la puerta’

‘Sobreviviendo a los lectores criticones de mi blog’

‘Almuerzos de mujeres: ideales para entenderlas mejor’

‘Cuando los hijos regañan a sus papás como niños chiquitos’

‘Mujeres que le tienen fobia al motel’

‘El arte de ‘levantar’ en la oficina’

‘Sobreviviendo como asalariado a la reestructuración de una empresa’

Shows de mujeres que hacemos los hombres’

‘Esta es la historia (que me imagino) de unos taxistas que golpearon a un par de pasajeros’

‘¿Cuándo será mi última ‘faena’ entre sábanas?’

‘Si yo fuera celador, sería igual de insoportable’

‘Salí del país, me unté de mundo y ahora soy mejor que ustedes’

‘Querido Niño Dios: te pido que mi familia no me avergüence en la fiesta de Año Nuevo’

‘Que alguien me explique los gozos de la novena de aguinaldos’

‘Manejo como una dulce anciana’

‘Mi tía, la invencible, tiene el superpoder de la intensidad’

‘Muéstrame tu foto de perfil en Facebook y te diré cómo eres’

‘¿Por qué los colombianos nos creemos «la verga»?’

‘¡Deje el resentimiento contra los ricos!’

‘Soy muy cobarde; le tengo pavor a las peleas’

‘Yo no entendía por dónde orinaban las niñas; dudas que muchos teníamos, pero nos daba pena preguntar’

‘Mi abuela es más progresista y liberal que sus hijas’

‘Es cierto y es un karma: los hombres pensamos siempre en sexo’

‘Respuesta masculina a cosas que ellas nos critican en la cama’

‘Carta de un hombre que no ve fútbol, ni le gusta, ni le importa’

‘A mí me tocó aprender a bailar con mis primos’

‘¿Por qué las mamás pelean cuando hacen oficio?’

‘Así es, aún vivo con mi mamá’

‘Si su nombre es ‘guiso’, usted tiene pasado de pobre: att. Jáiver’

‘Salir con… colombiana vs. extranjera’

‘Volví con mi ex… suegra, pero no con mi ex novia’

‘Qué miedo empezar una nueva relación’

‘Me salió barriga; ahora sí salgo a trotar’

‘Así se sufre una temporada sin trabajo, ni novia, ni plata pa’ viajar’

‘Qué difícil ganar una beca cuando no se tiene pasado de ñoño’

‘Mi mamá habla un mal español; mi papá, un pésimo inglés’

‘Sí, soy metrosexual… y usted también, ¡admítalo!’

‘Conquistar a las mujeres de hoy requiere más que sólo actitud; aliste una hoja de vida impresionante’

‘¿Cómo se atreve mi ex novia a casarse?’

 

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