Hola. Mi nombre es Fanny. Soy la señorita Vichada. Participé en el Concurso Nacional de Belleza y acabo de volver a mi querido Puerto Carreño. No gané, pero espero algún día trabajar en ‘Estilo RCN’ o, al menos, en ‘Sweet’ para decir cosas como: «Claro que sí, Carlitos». Esta es mi historia:
Siempre era la última candidata en desfilar porque debíamos salir en orden alfabético -según el departamento al que representábamos-. Lo peor es que me tocaba después de la Señorita Valle, que tenía una tremenda comitiva como de 10 personas apoyándola: «¡Esa es! ¡Esa es!…». Luego salía yo, intimidada. Todos se quedaban callados y debía enfrentar por unos segundos ese silencio que sólo rompía mi tía Nelly cuando empezaba a aplaudir como una loca: «¡Buena, mamita! ¡Buena! ¡Vi-cha-da! ¡Vi-cha-da! ¡Fa-nny! ¡Fa-nny!», gritaba mientras seguía aplaudiendo como una foca.
Para colmo de males, recién llegué a Cartagena, nadie daba razón de la banda que me identificaba como participante del Concurso: «¿Y usted quién es?», me preguntaban cada 15 minutos. Casi me agarro de las mechas con una mujer policía que no me dejaba entrar a uno de los eventos: «Me da pena, pero por aquí sólo ingresan las candidatas», me dijo. «¿Pero cómo así? ¡Yo soy la Señorita Vichada!», le expliqué. «Hum… en Vichada no hay ‘señoritas’ «. A mí se me subieron los parásitos a la cabeza. «¡Mire, no sea igualada! ¡Respete para que la respeten! ¡Más bien consígase un trabajo en el que no se peine como un hombre!…».
Esa policía estuvo a punto de voltearme el mascadero, pero afortunadamente aparecieron algunos miembros de la logística del reinado: «¡Miren! Qué tal esa care’ araguato (mono de la Orinoquía). ¡Dizque a no dejarme entrar!», reclamé indignada. Uno de los organizadores se quedó mirándome de arriba abajo: «¿Y usted quién es?».
Todos les corrían a las niñas de Magdalena, Atlántico, Sucre, Meta y, obviamente, a Valle. La verdad es que en varias ocasiones me sentí tratada como candidata de segunda categoría, como babero de bebé, como moneda de gamín, como si todas fueran Coca-Colas y yo un jugo Hit de cajita con sabor a naranja-piña.
«¡Fanny, te vimos en la televisión!»
Por eso fue muy importante la compañía de la tía Nelly. Además, me daba seguridad porque ella ganó hace unos años el Reinado del Curito, en La Primavera (municipio de Vichada). «Vea, mamita, póngase estas candongas que fueron las que me dieron buena suerte cuando me coronaron… pues, me refiero a cuando me coronaron en el reinado… ay, bueno, y en lo otro también, jijiji».
Pero el amuleto no sirvió de mucho. Ni las secciones de farándula en las noches ni los periódicos en las mañanas hablaban de mí. Las cámaras de los noticieros siempre estaban con las favoritas. Yo caminaba por detrás de las entrevistadas: «Si no se animan a hacerme preguntas, al menos aparezco de fondo en la pantalla y tal vez así me busquen de una novela para hacer un ‘castin’ «, pensaba. Pero los únicos que se daban cuenta eran los del pueblo: «¿Aló?… ¿aló?… ¡Fanny! ¡Fanny! ¡Acá te vimos en la televisión! ¿Aló? ¡Es que hay mucha bulla porque todos los vecinos están acá viendo!… ¡Ole! ¡Chito, que no dejan oír! ¿Aló?».
No sabía que sería tan difícil. Incluso, eran problemáticos asuntos que parecían tan sencillos como la repartición de las sandalias patrocinadas por Asoinducals. A pesar de que era el mismo modelo para todas, mi talla estaba agotada y no tuve oportunidad de escoger ‘de primeras’, porque les dieron prioridad a las favoritas. El resultado: me tocó andar con el pie espicha’o, pero no fui la única y para la muestra les tengo esta foto de la Señorita Boyacá.
Algunas nos quejamos. Dijimos que nos parecía el colmo, que cómo así, que qué era esto, que tenaz. Estando en esas, apareció de la nada Raimundo Angulo, el mismísimo Presidente del Concurso Nacional de Belleza: «¿Qué pasa aquí?, preguntó en tono regañón mientras me miraba. Bueno… de hecho no sabía si me estaba mirando a mí o a mi compañera -o a las dos al mismo tiempo-. Tampoco sabía a qué ojo verlo (le apuesto a que usted ve esta foto de Raimundo y tampoco va a saber hacia dónde está mirando).
Me llené de valor y pensé: «Esta es mi oportunidad para darme a conocer, para destacarme como líder, para que al menos me oigan la voz… para lo que sea». Aclaré mi garganta y hablé: «Don Raimundo es que mire estas sandalias lo pequeñas… tengo los dedos tan morados que creo que están muertos».
Me empezaron a decir ‘Vichanda’
Él observó con algo de asco mis pies, levantó la cabeza, volvió a mirarme -o a mi compañera, o a las dos, no sé-: «Veo…, veo…», dijo confundido, pero de repente sacudió su cabeza, le cambió la expresión y gritó con furia: «¡¿Y usted quién es?! ¡¿Y qué hace con las sandalias de las candidatas?!».
Eso no fue lo más frustrante. Lo que más me desilusionó, de verdad, fue que no gané el premio al mejor traje artesanal. Le tenía mucha fe a ese vestido porque fue el que usó la tía Nelly en el Reinado del Curito. Por el contrario, sirvió para que las demás candidatas se burlaran: «¿Y usted se disfrazó de comando jungla del Ejército o qué?», me dijo una de esas viejas groseras. «No ‘mijita’ -le respondí con la cabeza en alto-, este vestido es así de verde porque representa el parque nacional El Tuparro, orgullo de Vichada». «¿Ah, sí? Pero para representar a su parque hubiera sido suficiente con esa nariz de nutria».
Se me volvieron a subir los parásitos a la cabeza. Quería contestarle con la misma moneda, pero no pude porque vi su nariz respingada, sus ojos brillantes, sus dientes perfectos, su pelo hermoso, su provocativo color de piel, sus piernas largas tan divinas… mejor dicho, un poquito más y me le tiro encima para darle un beso.
Ese día me bautizaron ‘Vichanda’. También ese día entendí que no tenía cómo competir. Deseé que alguien me hubiera dicho desde antes que este Concurso es -de verdad- sólo para mujeres bellas. También deseé que alguien hubiera tenido el valor de decirme, desde el principio, que yo no era una de ellas.
Confieso que en la noche de la elección se me aguaron los ojos cuando empezaron a llamar a las 10 finalistas y las vi caminar al frente, emocionadas, mientras yo debía seguir en mi puesto con una sonrisa fingida. También alcancé a sollozar cuando coronaban a Atlántico y todos la aplaudían a ella, mientras que nadie se fijaba en mí.
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