Muchas mujeres cargan a dos diminutas consejeras (una en cada hombro) que discuten permanentemente frente a toda clase de alimentos: una de ellas se llama Insaciable y le dice «adelante, qué delicia, ¡cómetelo!»; la otra es conocida como Obsesión y es la encargada de gritarle «¡estás loca, te vas a poner como una marrana!».
Es un pulso diario entre lo que desea Insaciable y lo que advierte Obsesión. A la hora del almuerzo, la primera ruega para que no sólo se coma el plátano sino también el arroz, mientras la otra saca su calculadora de calorías para recordarle que sólo debería consumir la proteína porque en la mañana tragó mucho pan. «Nooo, ‘mijita’, usted no me va a dejar con hambre», dice Insaciable. «Pues esa es la idea», le responde Obsesión.
Inevitablemente, el dilema termina por afectar a los hombres, porque ellas quieren involucrarnos activamente en esa discusión. Recuerdo una noche que fui a comer con mi novia y al final quise pedir un postre. Pude sentir el silencio incómodo de ella, escuchando con atención la discusión eterna entre sus dos consejeras. En su hombro derecho oyó los argumentos de una: «¡Aprovechemos que este tacaño nunca invita postre! Además, ¡aquí la torta de chocolate es de muerte lenta! Tres cucharaditas no más y mañana hacemos ejercicio». Rápidamente, mi novia giró su cabeza hacia el otro lado para escuchar la opinión contraria: «Claro, de muerte lenta… así es que nos vamos a morir si nos metemos esa mano de azúcar, ¡muertas y gordas! ¡No, no y no! ¿Se acuerdan lo apretados que nos quedaron los jeans la semana pasada por andar comiendo a la par con este?».
Obsesión ganó el pulso en esa oportunidad, por lo que me vi obligado a disfrutar el postre sin compartirlo. Sin embargo, el lío no acabó ahí -al menos, no para mí-, porque sentí la mirada reclamante de mi novia. Fue como haber puesto un pedazo de carne frente a un mueco. Esta vez pude escuchar, con mis propios oídos, a ambas consejeras -¡unidas!- echando pestes en contra mía: «Me parece el colmo que este inconsciente haya pedido el postre sabiendo que nosotras no vamos a comer. ¡Ya quisiéramos tragar así», decía Insaciable. «Sí, ¡qué tal el guache!, porque una cosa es que yo me oponga a esas tortas, pero otra cosa muy distinta es tener que ver a otro comiendo. ¡Yo también me antojo!», reclamó Obsesión.
O todos en la cama, o todos en el suelo
Lo curioso es que las mujeres tampoco sienten paz si se da el caso contrario, es decir, que ellas coman y uno prefiera abstenerse. Mejor dicho, calman sus conciencias aplicando el dicho aquel de «o todos en la cama, o todos en el suelo». Lo supe la semana pasada, cuando fui a almorzar con un grupo de compañeros de la oficina (un hombre y dos mujeres). Cuando terminamos, ellas propusieron rematar con unas obleas a manera de postre. Ni él ni yo quisimos, porque simplemente no nos provocaba, pero nos ofrecimos a acompañarlas con gusto.
Lo que siguió fue una cantaleta de padre y señor mío por parte de la Obsesión de cada una de mis compañeras: «¡Si ven! ¿No les da pena? ¡Cojan ejemplo! Y eso que se supone que los hombres son más tragones. Después no se vayan a quejar ‘que míreme este gordo aquí, que ando como una vaca, que cómo me voy a meter a la piscina con este cuerpo así, que la bruja de la Sofía cómo hace para no engordarse…».
Ahí fueron interrumpidas por las consejeras Insaciables, quienes salieron en defensa del antojo: «Ay, no. Eso demuestra que es un problema de metabolismo, porque la bruja de la Sofía anda diciendo a grito herido que come de todo y mire como se ve». Las Obsesiones replicaron de inmediato: «¿Y ustedes se creen ese cuento tan ‘chimbo’? Esa vieja habla más paja que hombre infiel. Por ahí nos contaron que esa vieja toma pastillas y hace gimnasio cuatros horas al día, hasta en Año Nuevo». «Nooooo, ¿en serio? ¡Uish, cómo la odiamos!».
En todo caso, el almuerzo diario es apenas la punta del iceberg, porque el tira y afloje -entre Insaciable y Obsesión- se acentúa en las fechas especiales, como la alegre Navidad, con sus montones de reuniones sociales y tentaciones gastronómicas:
-«¿Pero cómo no vamos a comer buñuelo? Van a creer que somos unas antipáticas».
-«Mejor pasar por antipáticas que por ‘antiestéticas’ «.
-«Aish, estamos en diciembre. En enero hacemos dieta. Reciba la natilla que da pena hacer el desplante».
-«¡Me da más pena parecer un elefante!».
-«Oiga, ¡deje la amargura!».
-«¡Y usted mejor deje la gordura!».
-«¡Flaca langaruta!».
-«¡Gorda mofletuda!».
El mundo conspira contra ellas y ellas atentan contra sí mismas
El problema, por supuesto, no se limita a diciembre, porque las ‘ocasiones especiales’ se atraviesan en cada semana del año, sin excepción: la torta en el cumpleaños de zutano, la picada en la despedida de fulana, el almuerzo donde la abuela con gallina, papa, yuca y arroz («¡auxilio!», diría Obsesión).
No me voy a detener en las excusas que usa Insaciable para comer en cada momento -ni en los respectivos reproches tormentosos de su contraparte para amargarle cada bocado-, pero sí quiero resaltar que las calorías son motivo de debate hasta en el coqueteo de un hombre hacia una mujer. Es tan sencillo como esto: uno regala chocolates, no verduras; uno conquista con dulces y no con botellas de agua («¡te traje una bandeja de uchuvas!»… ¡pfff!).
Parece que el mundo conspirara contra ellas, tentándolas a comer en exceso y, al mismo tiempo, idealizando a las flacas voluptuosas. Las mujeres también parecen conspirar contra sí mismas, viviendo inconformes, inseguras, llenas de culpa y comparándose las unas con las otras.
Todos lo saben: no hace falta ser nutricionista para entender que ninguno de los extremos es bueno. Por un lado, hay quienes -definitivamete- se dejan convencer de la consejera Insaciable y viven con los kilos al alza y la autoestima a la baja; el problema no es que se vean gordas, sino que sean infelices por ello; en el fondo, tampoco es un asunto de vanidad, sino de salud. De otra parte están las que sucumben ante Obsesión y terminan esclavas de los gimnasios, de los dolorosos masajes, de las engañosas pastillas adelgazantes, de la acupuntura, de las mil doscientas dietas y de cuanto retoque puedan financiar con el sueldo.
Me perdonan que no remate con una broma el ‘post’ de hoy, pero aquí es donde el tema deja de ser chistoso porque han sido muchas las que han padecido en silencio, muriendo lentamente de anorexia o vomitando a escondidas cada comida por cuenta del sentimiento de culpa.
A Insaciable y a Obsesión hay que sacarlas de sus vidas… hay que mandarlas a la mierda, porque nunca van a vivir en paz teniéndolas al lado; frente a cualquier porción razonable de comida, la una reclamará que es muy poco y la otra dirá que es mucho. Las mujeres deben decirles -deben decirse a ellas mismas- que SE COME PARA PODER VIVIR y NO SE VIVE PARA PODER COMER.
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