¿Por qué no es posible hablarle en castellano fluido? «Hola, Surita pruciosa (Hola, Sarita preciosa). ¿Ken es la bundusón de la casa? (¿Quién es la bendición de la casa?) ¿Ken es la ñeñeca cunsuntida? (¿Quién es la muñeca consentida?) A mer, ¿ken, ken? (A ver, ¿quién, quién?)».
¿Qué sentido tiene cambiar la voz? ¿Para qué inventar un nuevo idioma remplazando consonantes y vocales? ¿A cuento de qué me expreso como si fallaran mis facultades mentales? Me he dado cuenta de la cara de bobo que pongo, exagerando la risa como si me acabaran de poner botox y ‘pelando’ los dientes como si fuera una hiena.
Me había prometido nunca hablarle así a Sara, pero hoy me resulta imposible cumplir con ese compromiso. También había jurado que jamás recurriría a ese jueguito al que todo ser humano acude para sacarle una sonrisa a un bebé: cubrirse detrás de una puerta, de una cobija o de las propias manos y entonces aparecer sorpresivamente («¿On ta bebé?»).
Sudo en mi desesperado intento por llamar su atención. Bailo en frente de ella como si estuviera haciendo casting para ‘El Factor X’, me boto al piso como un perro bobo para que me busque con la mirada y hago ruidos y muecas como un maniático para capturar su mirada esquiva y pasajera. Cuando al fin se queda viéndome, con cara de seria, es como si dijera de manera indiferente: «¿O sea que qué? Todo eso que usted está haciendo… ¿para qué o como por qué?».
Mis esfuerzos no paran ahí. He desempolvado mi memoria musical para entonar canciones legendarias como «Pin Pon es un muñeco», «El Payaso Plin Plin», «Arroz con Leche» y «Tengo una muñeca vestida de azul». Incluso, inconscientemente, he llegado a adaptar otro tipo de canciones que ni siquiera pensé que me sabía: «Surita cunsuntida, pungana den cheno, pomo un fanonito qui pusho mi Nio (Sarita consentida, colgada del cielo, como un farolito que puso mi Dios)«.
Todo lo que ella hace es único, precioso, magnífico, increíble, digno de ser retratado como lo demuestran las 84 fotos y los 32 videos que tengo de Surita… perdón, de Sara… quien a sus escasos siete meses de vida ya cuenta con un detallado registro multimedia de los momentos más importantes de su existencia, como la inolvidable experiencia de la primera compota -desparramada a lo largo y ancho su babero rosado- y el piecito derecho que siempre anda desnudo porque se le cae la condenada media.
«Si vieran lo inteligente que es»
Yo la veo emocionarse con alguna de mis payasadas, mientras agita las piernas y los brazos descoordinadamente, expidiendo babas por entre esa jetica sin dientes y untada de papilla. Inevitablemente, esa imagen me produce una repugnancia incontenible: «¡Tan miminaaaa! (¡Tan divinaaaa)!». Por Dios… yo ni siquiera uso la palabra ‘divina’.
Aún no he contado lo peor. Cargo las fotos y videos en el celular mostrándoselas a todo el que dé papaya, como quien anda con bebé prestado: «Vean, esta es Sarita… ¿linda o no?». Y no me conformo con enseñar una o dos fotos, sino que tengo que socializar todo el álbum, intentando convencer a mi aburrida audiencia de que la próxima imagen es mejor que la anterior: «Pero miren esta… ahí se está chupando el dedo del pie… uy, no, pero esta sí es chévere, porque está sacando la lengua… ahhh, no, pero vea, esta sí que es campeona, con el gorrito de vaquita… humm, ¿ya le mostré la foto en la que se está chupando el pie?».
También he caído en el cliché de hablar de Sara como si desde ya demostrara cualidades de genio que ningún otro bebé tiene: «¡Jah! Si vieran lo inteligente que es… Es que ella es ‘súper-entendida’ y es más jodida que quién sabe qué… Claroooo, ella sabe cuando la mamá no está… bobita no es… Hum, es ‘china’ es más avispada».
Todos quieren cargarla, darle tetero y cambiarle el pañal. En las reuniones familiares no hay quien se resista a coger sus bracitos y piernitas carnosas, a jalarle sus cachetes con algo de desespero, a darle decenas de besos, a apretujarla y a zangolotearla -así dice mi abuela: «¡Dejen de zangolotear a la niña!»-.
Incluso, ya tenemos identificada a una tía que logra sacar de quicio a Sarita, porque la abraza como el zorrillo apestoso de los Looney Tunes (Pepe Le Pew, el mismo que agarra de manera exasperante a la pobre gatica), mientras le dice con su fastidiosa voz nasal: «¿Ken es la ñeca? ¿Ken es la moshura? (¿Quién es la muñeca? ¿Quién es la hermosura?)», como si mi sobrina fuera a decirle: «¡Yo! ¡Yo! ¡Pero suélteme, fastidiosaaaaa!».
Cuando me quedo detallándola, me pregunto por qué nos idiotiza de esa manera. La veo mueca, calva, sin cintura, con gorditos en todo el cuerpo y me doy cuenta de que la queremos tanto, simplemente, por el hecho de existir. Sarita no nos da nada a cambio. Nuestro amor por ella es tan infinito como desinteresado. Pero me he dado cuenta de que también es uno de los sentimientos más egoístas y egocéntricos que un ser humano pueda tener, porque consiste en un amor que se profesa por la propia sangre y por la de nadie más.
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‘Algunos hombres no bailamos por gusto, sino para ‘levantar’ ‘
‘Si yo trabajara con una moto, también me metería entre los carros’
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‘Estoy llegando a los 30 y no tengo maestría’
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‘¿Es ud. adicto a la impuntualidad? Yo sí’
‘Cuando una mujer se aprovecha de un hombre’
‘Si yo fuera empleada del servicio… sería igual de confianzuda’
‘Las costeñas me intimidan’ (del libro ‘A usted también le ha pasado, ¡admítalo!’)
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‘La necesidad tiene cara de olla – Yo hice fila con sobres de Ricostilla’
‘Malentendidos entre hombres y mujeres – Segunda parte’
‘Malentendidos entre hombres y mujeres – Primera parte’
‘Chistes tontos de la infancia’
‘Las ‘supervacaciones’ de mi mamá me aburren’
‘Nos fascinan las ‘lobas’, ¿por qué a ellas no les gustamos los ‘lobos’?’
‘La bendita maña de decir mentiras’
‘Cosas que nos pasan a los hombres en baños ajenos’
‘Sudando en el peor puesto del TransMilenio: la puerta’
‘Sobreviviendo a los lectores criticones de mi blog’
‘Almuerzos de mujeres: ideales para entenderlas mejor’
‘Cuando los hijos regañan a sus papás como niños chiquitos’
‘Mujeres que le tienen fobia al motel’
‘El arte de ‘levantar’ en la oficina’
‘Sobreviviendo como asalariado a la reestructuración de una empresa’
‘Shows de mujeres que hacemos los hombres’
‘Esta es la historia (que me imagino) de unos taxistas que golpearon a un par de pasajeros’
‘¿Cuándo será mi última ‘faena’ entre sábanas?’
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‘¿Por qué los colombianos nos creemos «la verga»?’
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‘Respuesta masculina a cosas que ellas nos critican en la cama’
‘Carta de un hombre que no ve fútbol, ni le gusta, ni le importa’
‘A mí me tocó aprender a bailar con mis primos’
‘¿Por qué las mamás pelean cuando hacen oficio?’
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‘Si su nombre es ‘guiso’, usted tiene pasado de pobre: att. Jáiver’
‘Salir con… colombiana vs. extranjera’
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