Tenía unos 21 años cuando, viendo las noticias, me referí a una presentadora de televisión como “esa vieja está muy cucha, ¿no?”. Lo dije en voz alta, con arrogancia, sobradez e impertinencia. Tres características que no solía ver como defectos sino como “las cualidades del perfecto irreverente”.

En mi juvenil ignorancia y prepotencia, aquella presentadora no debía estar en un set de televisión porque era vieja, viejísima. Tenía unos 32 años. Prejuicios que quién sabe cómo aprende uno y en dónde, y nadie está ahí para dar un merecido “calvazo” cuando se requiere.

Sentí miradas de recriminación por mi comentario. Estaba en una sala de redacción y conmigo miraban las noticias un grupo de cuchos, ancianos, vejetes, vejestorios; hombres y mujeres de avanzadísima edad; colegas de profesión que estaban “capando” museo; reporteros que seguro habían vivido para hacer un cubrimiento especial y en vivo sobre el Florero de Llorente. Todos debían tener entre 30 y 35 años. Unas momias vivientes. Es más, creo que había uno de 38 que seguro había entrevistado a Alonso de Ojeda, en exclusiva para El Chibcha Times.

Pues bien, me llegó la hora. Soy el cucho de 35 años que veía tan lejano. No me estoy quedando sin pelo, pero sí tengo señales inconfundibles de decrepitud. Entre otras cosas, cuando me agacho a recoger algo se me ve la raya de la cola, me refiero a toda la música electrónica como “trance”, no hablo del portátil o el Mac sino de “la computadora” (en femenino) y luzco algo ridículo con pantalones de colores (o sea, en vez de verme joven, me veo como un cucho en pantalones de colores). Si usara colorete, lo dejaría marcado en la taza de café. Así le pasaba a mi madre. Y sí, dije colorete.

 

Me miran como un radio AM/FM

Siento que los más jóvenes me ven con curiosidad, como si fuera una antigüedad andante, como si fuera un radio AM/FM, o un iPod nano de 4 gigas, o un iPhone 7 sin actualizar, o una película en DVD, o una “computadora” portátil con puerto USB.

No puedo culparlos. Yo hacía lo mismo. Para mí los cuchos eran como un carro con casetera, o un “runner” que trota usando un “discman” (oh, por Dios), o un programa del Canal A, o una computadora de “diskette”, o un teléfono móvil con antena.

Supongo que compré una idea equivocada: que la vida acababa a mediados de los 30. Para ese momento, pensaba, ya uno debía estar graduado, casado, embarazado, con un trabajo, un carro y un lugar decente para vivir. Ahí acaban las películas, ¿no? Los novios se besan en el altar, le suben a la música, los invitados bailan, “fin”. Una mujer gestante acaricia su barriga, la acompaña el esposo, ambos miran por la ventana, música sobrecogedora, “fin”.

Yo nunca oí la música de fondo durante nuestro embarazo. Y eso que varias veces esperé con paciencia. Un día, como en el octavo mes de gestación, mi esposa me dijo: “Llevas 40 minutos acariciándome la barriga. Me estoy empezando a sentir incómoda”.

Me vine a dar cuenta de lo obvio: la vida continúa más allá de los 35 años, cosa que no estaba entre mis planes. No estoy seguro de qué sigue ahora, pero sí tengo certeza de algo: no necesariamente se vuelve más fácil.

Si antes era un reto conseguir novia, ahora el desafío es abstenerse de buscar una (claro, porque le puede parecer de mal gusto a mi mujer). Antes un propósito de vida era independizarse y salir de la casa de los papás a cualquier lugar con los mínimos indispensables: un cuarto, una cocina, una sala y servicios públicos. Ahora lo difícil es encontrar un hogar, a precio de huevo, con todos esos “gallos” que ahora necesitamos porque hemos aprendido que así se vive más cómodo: que esté ubicado en una zona “antitrancón”, pero cerca del jardín del niño y del trabajo de uno (facilísimo); que tenga cuarto de ropas con ventilación natural, dos parqueaderos y depósito (breve); ¡ah!, pero el closet no alcanza para guardar la ropa de ella. No nos sirve. Vuelva a empezar.

 

Cuando pensé que todo acababa, estoy empezando de nuevo

En 2010, cuando tenía 27 años y era un “bebé”, empecé a escribir en este portal el blog “Le puede pasar a usted”. Durante un año y medio publiqué 82 artículos y un libro (A usted también le ha pasado, ¡admítalo!). Hablé de la adolescencia, de cómo aprendí a bailar, de las novias, del primer carro, los primeros trabajos y, en general, conflictos y dilemas sin aparente trascendencia, pero que en realidad afectan nuestros días. Dejé de escribir en el blog aún con 28 añitos (juventud, divino tesoro).

Han pasado solo siete años desde entonces. Mis planes, expectativas y percepción de la realidad han cambiado radicalmente. A esta edad, cuando yo pensé que todo acababa, siento que estoy empezando de nuevo. Cuando creí que 15 años de vida laboral eran muchos, vengo ahora a enterarme de que aún pueden faltar otros 30 años de trabajo. Si pensaba que casarse daba estabilidad emocional frente a la soltería promiscua, ahora intuyo que la gente se divorcia por la misma razón por la que decide contraer matrimonio: para encontrar balance. Juraba que los amigos duraban toda la vida, pero aprendí que con ellos también se termina, como los noviazgos.

Por eso he retomado este espacio, y como lo haría un cucho que se respete de mi generación: con un blog. No podría ser de otra manera. En este nuevo mundo de influenciadores en Instagram y Youtube, de imágenes y videos como forma más popular de comunicación, este vejete tenía que aferrarse a una plataforma en la que hay que leer.

A cambio de ponerlos en esta tarea anacrónica, ofrezco un incentivo: detrás del humor, la ironía y la burla de mí mismo, encontrarán situaciones con las que podrían sentirse identificados. No el lado Instagram de la vida, sino la vida misma. Cosas que podrían pasarle a cualquiera de ustedes.

 

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*Todos los miércoles, una nueva publicación

**Aquí, índice completo de la 1ª temporada de este blog (83 artículos)

***También escribo una novela en línea: ManagerFC.com