Hace poco Angelina Jolie, la actriz mundialmente reconocida y representante de la ONU para las migraciones, publicó una tremenda columna en la Revista Time explicando el problema y el fenómeno de la migración.
Decía Jolie que durante la segunda guerra mundial la gente entendió en los migrantes a los ciudadanos europeos que llegaban a otros países porque sus ciudades habían quedado destruidas. Hoy los migrantes se encuentran especialmente en África, Oriente Medio, Centro América y Venezuela. (Vea: Angelina Jolie: What We Owe Refugees)
Sin importar la diferencia de contextos; una guerra catastrófica versus las situaciones geopolíticas de cada rincón del mundo de donde los ciudadanos deciden partir, las condiciones siguen siendo las mismas: ningún migrante desplazado abandona la tierra en la que ha crecido y construido sus vínculos con las personas, la familia y su cultura por placer.
Es la tragedia la que lleva a los migrantes desplazados a abandonar sus países. Son situaciones de supervivencia. No encontrar alimentos, medicinas, la violencia que les ha quitado a personas cercanas, a sus propias familias, la inminencia de una amenaza, o la falta de oportunidades que se hace perenne y obliga a los ciudadanos a tratar de conquistar nuevas fronteras.
En Colombia viene creciendo un sentimiento de rencor y de desidia contra los ciudadanos venezolanos. Dicen las personas que la inseguridad ha aumentado aunque no existen cifras precisas que permitan concluir que los índices crecientes de inseguridad se deban a la presencia de ciudadanos venezolanos. Sí, ciudadanos venezolanos. No simplemente venezolanos, porque las palabras y la forma en la que las expresamos también pueden concluir en xenofobia. Un venezolano o “veneco” es una persona, es un ser humano y, por lo tanto, un ciudadano con derechos y dignidad.
Colombia nunca ha sido un país seguro. Nuestras ciudades están colmadas de criminales y delincuentes que han escogido el camino del delito, el sicariato, el narcotráfico y la corrupción. Claro que existen personas buenas y decentes, buenos ciudadanos seguramente como usted, querido lector, que se esfuerza contra la corriente por ser correcto y hacer las cosas bien. Esos, esperemos, somos la mayoría.
Pero la minoría hace mucho ruido y no es una novedad. Nuestro país tiene una historia sangrienta, de injusticias y abusos del poder, una democracia a la que le hacen falta muchos parches para que funcione bien, instituciones débiles, y un sentido cultural de que el poder es para los clanes y para el beneficio propio; además de una mentalidad despreciable del dinero fácil, la vida fácil, la ostentación, y el poco esfuerzo.
Con esa realidad venimos batallando desde la fundación de la República, y con problemas modernos como la violencia de las guerrillas y el narcotráfico llevamos 60 y 40 años. Nada de eso es culpa de los ciudadanos venezolanos.
Muchos dicen que ya son demasiados, que no hay empleo y que deben ir a arreglar su país y no traer problemas. Esa es una mirada facilista, inhumana y egoísta. Si los ciudadanos venezolanos desesperados para enviar dinero a sus familias, hijos, hermanos y padres aún atrapados en el socialismo mezquino cobran menos que el promedio de los profesionales o en los trabajos comunes, es también culpa de los empleadores colombianos que ven en pagar bajos salarios una oportunidad para enriquecerse a sí mismos.
El Gobierno de Colombia ha sido el único que ha recibido con puertas abiertas a los ciudadanos migrantes, porque tenemos una historia compartida de siglos que no se puede esquivar. Lo que debemos hacer los ciudadanos, en concordancia con las políticas públicas, es tender los puentes de la civilidad para reconocer la crisis, darles la bienvenida y servir de apoyo y de soporte en sus luchas.
Seguramente habrá quienes también escojan el camino fácil y se dediquen al crimen. Pero no por unos cuantos puede generalizarse a un pueblo que huye de la anulación de la libertad buscando oportunidades para sobrevivir. Se trata de supervivencia.
Es nuestro deber ajustarnos al momento de la historia y actuar como seres humanos civilizados, entendiendo que, a la final, aquel viejo mito de las fronteras es tan solo una invención de la imaginación potente del hombre, y que podemos construir un país mejor con aquellos que vienen ávidos de democracia.
En otro tema: Se van a cumplir 20 días sin que la JEP haya expulsado del Sistema Integral de Verdad, Justicia, Reparación y no Repetición a los guerrilleros que aparecen en el video volviendo a las armas e incumpliendo notablemente el compromiso más importante del Acuerdo. Esto no es culpa per se de la JEP, sino de un Gobierno que por el afán de los aplausos, entregó demasiadas garantías a connotados delincuentes.
Aclaración: Horas después de publicar esta columna, algunos de los guerrilleros disidentes que aparecieron en el video fueron expulsados definitivamente de la JEP y pasaron a la justicia ordinaria.