Las protestas y las manifestaciones se han convertido, en los últimos meses, en una puerta abierta a los delincuentes. 

Cuando estaba en la Universidad participé gritando arengas con mucha fuerza en las movilizaciones de la MANE y las del Paro Nacional Agrario. A mi también me tocó correr escapando del gas pimenta que hace que los nervios se pierdan por la sensación de asfixia. Vi cómo los vándalos se infiltraban en la masa gruesa de estudiantes que pedíamos atención y educación pública, gratuita y de calidad. Ese movimiento llevó al Gobierno en el 2011 a detener una reforma a la educación de la ministra María Fernanda Campo que traía estímulos para la universidad privada, y pocos planes para la universidad pública. La MANE se consolidó como un verdadero movimiento estudiantil y la sociedad lo reconoció como tal. Su bandera fue siempre el arte. Hubo marchas de zombies, marchas de disfraces, besatones, desnudatones, marchas de antorchas; los estudiantes se subían a los buses a explicarle a los usuarios sus argumentos. 

Lamentablemente, una de las características propicias de los movimientos sociales es que no permanecen en el tiempo; se rompen rápidamente cuando una coyuntura se supera. La MANE fue todo un hito en la historia del movimiento estudiantil colombiano. Claro que hubo delincuentes que se infiltraron y se escondieron en la protesta, pero eran tantos estudiantes con coreografías y actos culturales que los violentos eran verdaderamente inferiores. Recuerdo que cuando algunos de ellos pasaban frente a los bancos tirando sus piedras de odio y resentimiento, y rompiendo vidrios por doquier, la masa estudiantil gritaba con acento “sin violencia, sin violencia”. Hoy hace falta ese rechazo. 

De ese movimiento me quedé con buenos amigos que aún conservo. Por ejemplo, Jairo Rivera, que fue representante de Voces de Paz en el Congreso, el movimiento que tuvo participación en el legislativo mientras que la Farc se convertía oficialmente en un partido Político; y Álvaro Forero, quien tras varios años de estudios en Francia, regresó al país y hoy es candidato a la Asamblea de Diputados de Boyacá. Dos durísimos líderes estudiantiles, formados y con buenos argumentos que emprendieron un movimiento en un momento determinante y con un objetivo sensato: decirle al Gobierno y a la sociedad que esa reforma a la educación no era conveniente. 

Con el tiempo, mi visión sobre la realidad cambió. Todo joven apasionado en la universidad suele ser de izquierdas, pero algunos cambiamos de criterio. Álvaro y Jairo siguen siendo buenos amigos, en la diferencia pero en el respeto. 

Hoy veo con preocupación que el movimiento estudiantil, que ha venido naciendo con nuevas voces y nuevos integrantes, ve con permisividad la violencia de los delincuentes. La izquierda democrática no debe tolerar la violencia por una razón elemental: no hay violencias buenas y violencias malas. Cualquier acto de violencia debe ser reprochado, condenado y juzgado provenga de donde provenga. 

Si uno o varios oficiales del Esmad se sobrepasan en su defensa del orden y de los bienes públicos, esa violencia debe ser rechazada. Nada distinto debe ocurrir con la violencia que ejercen delincuentes vestidos de estudiantes que se esconden en la movilización con el único objetivo de desatar el desorden, la agresión y el pánico. Dicen ser anarquistas, pero no tienen idea de lo que la anarquía significa. 

Como estudiante no alcanzo a contar las manifestaciones de las que hice parte. Como periodista, tampoco. Pero de las últimas manifestaciones me preocupan dos cosas fundamentales: 1. No veo argumentos reales y determinantes para las protestas convocadas. Un hecho de corrupción aislado no significa que la corrupción en las universidades públicas sea generalizada. No ha habido  hechos reales de represión de la fuerza pública, e insisto en esta cifra: Human Rights Watch entregó un informe en el que asegura que 18.000 personas murieron asesinadas en Venezuela desde el 2016 por resistencia a la autoridad, muchas de ellas en protestas contra Maduro. En Colombia, el Esmad lanza gases lacrimógenos  y balas de goma. Esto se hace en todos los países del mundo para garantizar el orden. La movilización aquí goza de garantías en comparación con la realidad de otros países, por cierto, en donde los gobiernos son de izquierda. Nicaragua, Venezuela, Corea del Norte y Rusia son buenos ejemplos.

2. Solo hace un año el Gobierno firmó un gran acuerdo de cerca de cinco billones de pesos para el inicio y el estudio de reformas estructurales al sistema. Ser pilo paga se acabó, se creó una comisión para la reforma del Icetex, y se consiguieron recursos para becas a profesores. Si hay controversia sobre el cumplimiento de algunos de esos puntos, deberían resolverse en la mesa, no en la calle. Lamento decirlo, pero muchos de los estudiantes que firmaron el acuerdo están haciendo política con candidatos de izquierda para el 27 de octubre. Sus candidatos son Claudia López y Manuel Sarmiento, entre otros. 

Dejé de marchar como estudiante cuando me di cuenta de que no había respeto por los policías en la manifestación. Ellos también son ciudadanos con derechos y no tienen por qué ser insultados, además con argumentos clasistas, de parte de quienes dicen ser de izquierda. 

“Cerdos, nosotros les pagamos su salario, qué difícil debe ser reprimir al pueblo para poder comer, estudien ignorantes, usen condón para que no les salga un hijo policía”, etc. Esos insultos son la vara que mide la capacidad de argumentación y promueven un resentimiento estúpido e innecesario.

Estuve en las últimas manifestaciones en Bogotá, atento a lo que ocurría. Vi y grabé a decenas de encapuchados desde el inicio paseándose con libertad de arriba a abajo por la masa de estudiantes sin que fueran expulsados. Si hay suficiente unidad y coordinación para elegir rutas, horarios, fechas, hacer pancartas, escoger arengas y mecanismos de Derechos Humanos, debe haber también coordinación para expulsar a los violentos. No hacerlo es complicidad. 

El movimiento estudiantil debe dar estos debates en la academia escuchando todas las posturas. Los jóvenes que salen en libertad a exigir a sus gobiernos cambios para causas justas son buenos representantes de la democracia. Pero escoger los momentos y rechazar todas las violencias habla del honor y la sensatez. 

Quienes convocan, si así lo hacen, para ganar aplausos, convertirse en figuras públicas, mantener vigencia, esquemas de seguridad, y hacer política, cometen un error histórico. 

 

En otros temas: La Corte Suprema de Justicia debe operar con absoluta imparcialidad y con pruebas serias, no con testimonios de delincuentes y filtraciones convenientes. Si cualquier ciudadano cometió un delito, que sea juzgado. Pero las pruebas deben ser incontrovertibles. Y los testimonios de criminales suelen no serlo.

@santiagoangelp