Contra todo pronóstico, contra el deseo de las clases altas del país, contra las empresas encuestadoras, contra la opinión de la mayoría de periodistas que decía que ya Petro había llegado a su techo y daban a Rodolfo Hernández como el presidente de Colombia en el periodo 2022-2026, Gustavo Petro Urrego alcanzó la presidencia con la votación más alta de la historia del país.
Fue un baldado de agua fría para la mitad de la población y otro de agua más helada cuando se fueron conociendo los nombres de los nuevos ministros, con lo que desvirtuó todos los argumentos con los que pensaban frenar la arrolladora decisión de dar un giro a la política tradicional y a la elección de un presidente distinto a los de los últimos 50 años, que dejaron que nuestra patria se sumiera en la más profunda corrupción, en el narcotráfico, la miseria y la desesperanza.
Petro con sus nombramientos de un gabinete capacitado, con su relación con el pueblo, con su discurso de posesión, con sus relaciones internacionales, con un espíritu conciliador hizo olvidar el tan cacareado e inexistente Castro-Chavismo, el posible éxodo de la población adinerada y los males que le endilgaban, si asumía la presidencia.
Sin embargo, la llamada oposición ha comenzado a tratar de torpedear, a través de trinos, la gestión del nuevo gobierno con sus ministros a bordo. Sobre todo, el proyecto de reforma tributaria, presentado por un excelente ministro de hacienda, como es José Antonio Ocampo. No hay un día que las senadoras del Centro Democrático, con María Fernanda Cabal a la cabeza, quien parece haber comenzado campaña para la presidencia del próximo cuatrienio, no envíen trinos censurando los puntos de la reforma. No obstante, no aportan ideas al proyecto, como lo ha solicitado el ministro, persona abierta al diálogo y la concertación. Da la impresión de que ella, Polo Polo, Paola Holguín y Paloma Valencia se estuvieran ganando el alto salario que les pagamos los colombianos, trinando todo el día cual pajarito herido. No hacen sino censurar lo que dice el nuevo presidente o alguno de los miembros del gabinete. No aportan nada positivo. Hay que dejar que trabajen para ver si cumplen lo prometido. La oposición se le hace a hechos, si no, se convierte en pucheros. La oposición que le hicieron a sus gobiernos la hicieron Petro, Cepeda, Robledo, Miranda, Sanguino, Marulanda, entre otros, con debates argumentados y documentados.
Los que ahora se quejan vía tweeter, parecen hijos de Caín. Les da envidia que este gobierno tenga éxito. No les importan los pobres y desposeídos. Sólo quieren que no les toquen el dinero, que no podrán llevarse a la tumba. Además, son egoístas, clasistas. Les gusta la vida fácil, el poder para proteger sus inmensas fortunas, sus tierras sin fin. El hambre del pueblo los tiene sin cuidado.
No quieren que se dé la paz. No quieren que se conozca la verdad de muchos hechos sucedidos en las últimas décadas.
El expresidente Uribe trató de mostrar una falsa humildad, una falsa modestia, pero parece que sus senadores no lo dejan que vaya a disfrutar de sus nietos y de su esposa. Cuidar su ganado vacuno y equino. Respirar tranquilamente el aire puro que tiene el campo. El tiempo se pasa volando y como dice la canción: “Se ha olvidado de vivir”. ¿Será que el poder y el dinero producen más felicidad en la vejez que la vida en familia?
¿Qué mejor legado le pueden dejar los expresidentes a un país que retirarse a tiempo y que la historia juzgue lo que hicieron durante su mandato?
¿Será necesario que sus representantes en el congreso trinen y trinen para que les reconozcan lo que ellos dicen que hicieron?
¿Por qué no dejan trabajar al nuevo gobierno para que realice lo que prometió?
Siempre he dicho que hay que mostrar, por lo menos, un acto de nobleza. Por favor, háganlo. Si Petro fracasa, perdemos todos.
¡No seamos hijos de Caín!