Puedes retrasarlo, pero el tiempo no lo hará. – Benjamín Franklin
-“¿Qué estás leyendo ahí?”- Me pregunto mi tía, la hermana mayor de mi papá, cuando yo estaba estudiando mi licenciatura en Filología e Idiomas en la Universidad del Atlántico, de Barranquilla.
Yo estaba acostado sobre un sofá, de cojines vencidos, en la pensión que tuvo mi abuela paterna y luego pasó a otra de mis tías, de quien hablé en otro artículo de este blog.
La tía que me preguntó, la adinerada de la familia, a quien todo le hedía, llegó de sopetón a visitar a mi abuela. Había un cierto temor hacia ella, por sus condiciones económicas. Vivía en el barrio Alto Prado con sus hijos -mis primos- y su esposo, un cubano con apellido europeo, dueño de un próspero almacén de productos eléctricos, en la avenida Olaya Herrera con calle 36 o 37. Por tales razones, se tomaba una autoridad ante todos los demás miembros de la familia. Quizás, con el único que no asumía esa actitud de altivez, fue con mi papá, tal vez por el carácter fuerte y rebelde de él (a la muerte de mi abuelo, fue el único que no se quiso venir de Plato a Barranquilla con mi abuela y sus 8 hermanos, aceptando la ayuda de un tío, hermano de ella, que se encargó de la familia, por un buen tiempo).
Apenas llegó, me soltó la pregunta. Yo, que heredé parte de las personalidades de mi papá y mi mamá, le respondí con cierto orgullo: “Cien años de soledad”. Pensé que se iba a enorgullecer de mí; pero, realmente contrariada, me dijo: “Uff, eso es como si metieras la cara en las letrinas de Plato”. Yo sonreí y ella siguió hacia el interior de la casa.
Cuento esta anécdota porque durante el bachillerato nunca nos insinuaron que la leyéramos. Es más, en ese tiempo no había personal especializado en licenciaturas de educación y eran los abogados, los químicos farmaceutas y muchos bachilleres de Barranquilla que iban a ganarse un dinerito durante uno o dos años a los pueblos del sur del Magdalena y Bolívar, para comenzar sus estudios de pregrado en la Uniatlántico. Ya dije en otro artículo de este blog, que varios de ellos coincidieron conmigo durante mi carrera y nos encontrábamos en la cafetería de la universidad. Así que los planes de lectura que implementamos en los colegios de Barranquilla hoy en día, en ese tiempo: nada. Nuestras lecturas eran fragmentos de obras que traían los libros de Lucila González Chávez, como Platero y Yo, las fábulas de Esopo, Fedro, La Fontaine, los poemas de León De Greiff, Miguel Antonio Caro y menciones de La Ilíada, La Odisea, El Quijote, La Divina Comedia…
¿Cuándo iba yo a leer Cien Años de Soledad? Y en la universidad, le temíamos a su volumen y a su prestigio.
No obstante, un día me fui a “Pica Pica”, un lugar que nos ayudó mucho a los que no contábamos con recursos para comprar obras y textos nuevos. La poquita plata que conseguía, las invertía en obras literarias que conseguía en 1, 2 o 3 pesos. Así como lo leen. ¡Y un día me encontré con Cien Años de Soledad!
La empecé a leer con temor y la terminé con voracidad. La cruda forma en que Gabriel García Márquez trata el tema del sexo y la mujer, no sólo en esta obra, sino como factor recurrente en todas sus obras, despertó aún más mi pasión por ese tema, en mis hormonas de adolescente.
Sin embargo, hoy cuando, por razones normales, ya los años han mermado el fuego que a muchos nos ha quemado, pienso que los que se atrevieron a llevar a la plataforma de streaming la obra, no sólo se equivocaron al tratar el tema del amor que tanto obsesionó el alma bohemia de García Márquez y que tanto éxito dio a sus obras, sino que tomaron un formato equivocado, porque la presencia de un narrador en una obra del género dramático, le quita esencia. Además, mucho de lo que le dio una gran relevancia al realismo mágico perdió interés.
Los docentes que adaptamos pequeñas obras narrativas al género dramático en el aula de clases, sabemos que no es tan fácil lograr un efecto parecido al del narrador en la obra narrativa. El punto de vista narrativo al elaborar el libreto es fundamental.
Finalmente, creo que la obra de Gabo que tuvo la mejor adaptación al cine fue Crónica de una Muerte Anunciada; la cual cambió la tercera persona de la obra literaria a una combinación de la primera omnisciente con la tercera. Además, muchos ingredientes del cine, los tenía la obra narrativa.
Tal vez se esperó demasiado para llevar Cien Años de Soledad al cine, por las razones mencionadas y muchas más. Y los que no van a leer la obra, ahora menos lo harán porque creerán que lo que vieron en la serie es el libro más laureado de nuestra literatura. Gran error.