¡No sea bruta! Le dije a una buena amiga cuando me invitó, a través de un mensaje de texto, a almorzar a una taverna. “Taberna se escribe con be larga. Por supuesto que no acepto la invitación. Su mala ortografía y yo somos incompatibles…”, continué.  Ella, ensoberbecida, me interpeló: “el bruto es usted que no sabe que el término taverna es en italiano y que hace referencia a un restaurante de lujo con muebles de estilo rústico. No me acompañe, usted se lo pierde.”

Me quedé estupefacto. ¿Podría la altiva mujer tener razón? ¿Será que el ignorante era yo? Ante tantas dudas me senté a investigar y no tardé mucho en encontrar la respuesta. Cacio e Pepe, un relativamente nuevo restaurante ubicado en la carrera 11 con calle 90 en Bogotá, es descrito como una Taverna Italiana. Y no sólo eso. La crítica, tanto especializada como amateur, es sobresaliente. Con estos elementos, y un poco con el rabo entre las piernas, opté por ir a conocerlo.

Lo primero que sobresale al llegar a Cacio e Pepe es su ambiente. Tal como me lo describió mi insolente conocida, hay una mezcla de muebles simples con una atmosfera llena de estilo. Es cierto que el día soleado y tibio aumentó nuestra sensación de bienestar, no obstante, el sitio tiene un sello propio de sobria sofisticación que invita a vivir una experiencia diferente.

Con prontitud, tanto el mesero como el anfitrión del lugar nos invitaron a sentarnos y nos ofrecieron una bebida. Al ojear la lista de licores, que es lo primero que una persona correcta debe revisar cuando asiste a un comedero, noté que hay una lista de preparados exóticos y clásicos que son muy llamativos pero que no caen en los excesos de la nueva gastronomía que tanto gusta a la clase emergente bogotana. Así, me decanté por una mezcla llamada ‘negra & dorada’ que se prepara a partir de una cuidadosa fusión de cerveza negra, cerveza rubia, ron oscuro, jengibre y limonaria. Me atrevo a decir que, quizás salvo los daiquirís que sólo se consiguen en La Habana, este líquido es el más exquisito que haya probado jamás. Amargo, dulce, ácido, picante y refrescante son cualidades que se experimentan todas a la vez y que conducen al espíritu a un éxtasis etílico y sensorial que no es fácil lograr a partir de un bebedizo. Y ni mencionar los vasos de vidrio en forma de lata, que son el detalle último para que los placeres fluidos sean perfectos.

‘Negra y Dorada’

“Si la bebida es sublime, no puedo esperar a probar la comida”, pensé, y proseguí a leer el menú. De mi análisis concluí que cada una de las recetas ofrecidas está concebida para llevar un paso más adelante las típicas preparaciones de la nonna. No quiero decir con esto que los restaurantes italianos clásicos deben estar fuera del radar de la excelencia, lo que quiero significar es que en este lugar, a pesar de que se cocina con ingredientes relativamente comunes (cosa que un paladar necio como el mío agradece mucho), los platos cuentan con un grado superior de seducción y garbo.

Por fortuna éramos varios comensales, razón por la cual pude probar distintos platillos . Para recomendar con los ojos vendados:

– Alcachofas salteadas con holandesa de anchoas y queso pecorino: ¿Qué importa untarse los dedos y el bigote de salsa si se trata de una crema holandesa con anchoas sobre un exquisito pedazo de alcaucil?

– Sopa de arvejas con cangrejo y albahaca: Más parece un cuadro de Gustav Klimt que una crema de aquellas que odia Mafalda.

De lo otro que comí puedo decir que la minestrone se pasó un poco en su dosis de tomate y en su espesor pero que las albóndigas de pollo, que nadaban en sus caldos, estaban simpatiquísimas. Que la pizza no sobresalió puesto que estaba gruesa y su masa poco crocante. Que el brie y manchego fundidos combinan el sabor fuerte de los quesos con un poco de cerdo y miel, que la pasta con albóndigas no fue nada trascendental y que el postre, caprese de chocolate, estaba bien preparado. El balance, en términos generales, es bueno.

Antes de partir decidí ir a hacer mis aguas menores para evitar accidentes incontinentes con posterioridad. No sé si en realidad tenía ganas o si me condujo la curiosidad de conocer el baño del establecimiento. En fin, hallé una puerta de vidrios biselados en marcos de metal negro que me dio paso a un recinto tosco, con una música muy alta y cuatro lavamanos iluminados por lámparas art deco. Detrás de otras dos puertas, que parecen las de una fábrica, están las letrinas para hombres y mujeres. En mi lado encontré unos exquisitos orinales que van hasta el piso, luz tenue y paredes de un fino mármol combinado con listones burdos de madera. Mientras miccionaba concluí: “este espacio era lo único que me faltaba para cerrar esta experiencia satisfactoria en Cacio e Pepe”.

@JaimeLuisPosada