Ingresa o regístrate acá para seguir este blog.

¿Qué nos dijo Juan Manuel Santos en su discurso de posesión?

Mi madre es uribista, mi padre es santista, a mi hermana no le importa la política y yo soy antiuribista. Cada uno de nosotros representa una de las ramas del pensamiento político reciente y, por lo mismo, somos víctimas de la profunda polarización que vive el país luego de la sanguinaria campaña presidencial que culminó con la reelección de Juan Manuel Santos. Esa segmentación, que no acabará pronto, vivió un nuevo capítulo cuando mi familia y yo nos sentamos a ver la ceremonia de posesión para el periodo presidencial 2014 – 2018.

Todos estábamos con muchas expectativas. Mi papá esperaba ver a su candidato investido del poder supremo del Estado, yo estaba radiante de pensar que el aspirante del uribismo a la presidencia estaba derrotado, mi mamá miraba con recelo la pompa del evento y mi hermana se había ido. Empezó. Salió Santos del Palacio de Nariño acompañado de su familia y de muchos niños vestidos de blanco mientras se oía el Himno de la Paz.

Debo confesar que, al comienzo, pensé que el himno sobraba, que era ridículo y que estaba fuera de contexto. No obstante, luego de pensar unos minutos, entendí que su aparición en el acto de posesión de Juan Manuel Santos no fue aleatoria. La pegajosa canción, que además sirvió de sonsonete en la campaña, refrendó el mandato popular de continuar con el diálogo en la Habana y puso de manifiesto que Santos es presidente gracias a la bandera de la paz.

Comenté que me parecía una buena jugada empezar la jornada con esa tonada y que luego ya tendríamos oportunidad de ver la solemnidad del Estado. Mi madre, que ya estaba al borde, respondió indignada que la utilización de la paz con fines políticos no es más que la apertura al castro-chavismo y que nosotros, quienes votamos por Santos, nos arrepentiremos de nuestro sufragio una vez veamos a Iván Márquez sentado en el Congreso. Me mordí la lengua para evitar entrar en polémicas sectarias y continuamos sentados frente al televisor.

El presidente del Senado dijo unas palabras que parecieron no haber sido escritas por él pues resultaron poco fluidas e incoherentes. El discurso no fue entendido y tuvo permanentes problemas desde el inicio (el sólo hecho de mencionar a Ana Mercedes Plata en los saludos protocolarios merecería ya mismo un proceso de pérdida de investidura), aunque en todo caso es emocionante que un representante de la costa Caribe colombiana sea el que haya entregado el mandato popular a Santos. Con ese acento y con su figura, la proclamación pública de José David Name más parecía un vallenato.

Luego del juramento correspondiente Santos tomó la palabra. El presidente habló fundamentalmente de paz y lo hizo con la convicción de que él es el re-fundador de Colombia. Alrededor de ese término, que mencionó más de 20 veces, estructuró un discurso coherente que pudo pronunciar sin tartamudeos ni accidentes lingüísticos, siempre bajo la peligrosa visión de que él es el llamado a revisar y formular un nuevo contrato social.

En las palabras del mandatario fue evidente que su meta es pasar a la historia. Además de fundamentar su ideario en las negociaciones con la guerrilla, aprovechó para desligarse de los gobiernos anteriores mediante la transformación de los ‘huevitos’ y las ‘locomotoras’ en tres pilares abstractos: paz, educación y equidad. Habló largamente de nuestras glorias recientes en el deporte (como si todas fueran suyas), defendió la mermelada al informar que seguirán las transferencias de recursos a las regiones y fue duro contra las Farc por sus marrullas en el proceso y por atentar contra las mujeres, niños, campesinos y en general contra los civiles.

Aunque Santos trató de dar una alocución que invitaba a la unidad con frases como “No importa que me quieran o que no me quieran pues todos queremos a Colombia”, o que este nuevo gobierno es de todos los colombianos, el trasfondo de su mensaje no se entrevé bienhechor. Hubo variedad de puyas contra Álvaro Uribe, no se mencionó en ningún momento al vicepresidente saliente, Angelino Garzón, y hubo un saludo directo a Gustavo Petro en la introducción. Todas esas actitudes fomentan la parcialización colectiva y conllevan a profundizar la división.

Frente a ese fenómeno del discurso en doble sentido caí en cuenta de que mi madre había dejado de comentar agresivamente cada una de las palabras del presidente. Pensé que tal vez se habría dejado convencer de Santos, pero recapacité y comprendí que eso es imposible. En voz baja le pregunté a mi padre que por qué su esposa estaba tan callada, circunstancia que él tampoco entendía. Cuando ambos nos volteamos a verla con el ánimo de invitarla a un debate acerca del discurso de posesión, nos dimos cuenta que la mujer estaba dormida.

@JaimeLuisPosada 

Compartir post