Contrario a lo que opina la Iglesia Catolica, Brittany Maynard se fue de este mundo con grandeza y decoro. Manyard decidió morir el sábado pasado luego de haber sido diagnosticada con un agresivo tumor cerebral terminal que, además de matarla en unos pocos meses, sería la causa de dolores insufribles y de una desconexión con la realidad.

Cuando se abrió la polémica gracias a las redes sociales y a la difusión viral de mensajes de apoyo a la joven, el Vaticano, con poco tacto, salió a condenar el suceso. “El gesto de Brittany es, en sí, un hecho condenable”, afirmó con desatino el lenguaraz presidente de la Pontificia Academia para la Vida, el obispo Ignacio Carrasco de Paula, quien además es del Opus Dei.

No entiendo realmente las palabras de Carrasco. ¿Por qué la Iglesia nos enseña que debemos aguantar una muerte inminente y dolorosa y censura las vías para hacerla más soportable? ¿Qué es entonces la dignidad si no la compostura de las personas en su manera de actuar? Para la Iglesia de Cristo, en palabras de Juan Pablo II (carta apostólica Salvifici Doloris), el padecimiento siempre ha sido un aliado porque no sólo nos recuerda que no somos dioses, sino que además explica que el sufrimiento es la vía para “salvar el mundo”.

Respeto a quienes piensan así porque nadie debe meterse en el fuero interno de los demás, sin embargo, debo ser firme en decir que no estoy de acuerdo con la forma en que nos enseñaron a sobrellevar el dolor. ¿Acaso el sufrimiento psicológico no vale? Porque no me cabe duda de que Brittany, a pesar de su férrea convicción, tuvo congoja al saber que su vida se había agotado.

Ya es hora de que la Iglesia Católica deje de entrometerse y deje de conceptuar sobre las decisiones personales que no afectan a nadie más que a los interesados. No se trata de terminar caprichosamente con la vida, sino de permitir un tránsito compasivo. Las enfermedades terminales son ruinosas y acaban la estabilidad no sólo del enfermo sino de su entorno. No creo que Jesucristo, que curaba a los aquejados, piense que es reprochable aliviar un dolor insoportable.

Otro de los argumentos principales del catolicismo para oponerse a la muerte digna y asistida es que si se permitiese a los enfermos terminales acabar con su humanidad, la sociedad podría utilizar la eutanasia como solución para evitar pagar por los tratamientos de una dolencia costosa. Esto es, a todas luces, simplista e ignorante. Evitar un malestar irremediable no tiene nada que ver con una solución económica; la muerte asistida es una forma de decirle a quienes están al borde que tienen la posibilidad de irse antes para lograr que la situación sea menos densa para él y para todos.

Y si todo lo que he escrito es insuficiente, pues cabe decir que Brittany Maynard ni siquiera era católica como para que la Iglesia opinara sobre su deceso de una forma tan descarnada, autoritaria y ciega. La Iglesia debe acompañar y aconsejar, no condenar de forma miserable a un ser humano que hoy, por fin, descansa en paz. Qué pereza que nos juzguen permanentemente. Esa no es la labor de una congregación que defiende el amor al prójimo como base fundamental de su fe.

Maynard es un ejemplo de grandeza. Se enfrentó a su dolencia, la tramitó como mejor pudo y nunca se salió del cauce de la legalidad. Bien ha podido la joven salir a comprar veneno para ratones con el fin de terminar con su existencia en la intimidad de su casa, pero prefirió movilizarse hacia un territorio donde pudo encontrar ayuda institucional para hacer las cosas bien. Brittany Maynard reabrió un necesario debate sobre la capacidad de autodeterminación, sobre el dolor y sobre el derecho a morir con dignidad. Esperemos que los argumentos que rijan la discusión no se basen únicamente en el Nuevo Testamento.