Taza de Café*

La cafeína es una droga estimulante aunque su consumo no está penalizado como el de otras sustancias psicoactivas que han sido estigmatizadas por nuestra sociedad amargada y conservadora. Puede ser, tal vez, porque el café nos sirve de escudo cuando nos preguntan por la cocaína y por Pablo Escobar cuando estamos por fuera de Colombia, o quizá porque este grano ha sido siempre una columna vertebral de nuestra identidad nacional.

¿Quién acaso no recuerda al ex presidente Álvaro Uribe con una taza de café en la mano mientras montaba un caballo fino? ¿Cuál colombiano no siente una profunda identificación con Juan Valdez y por ende con todos los recolectores del país? ¿Aún alguien habla de Gaviota como el ícono de mujer superada? ¿No hay en la radio una serie de anuncios publicitarios folclóricos y un poco rústicos de café Águila Roja que los oyentes hemos aprendido a tararear de manera inconsciente?

En 2010 se produjeron en el mundo siete millones de toneladas de grano que equivalieron a 117 millones de sacos por valor aproximado de 70 mil millones de dólares , cifra que sólo es superada por las exportaciones de la industria de hidrocarburos. Este dato no es un número vacío si se pone en contexto: con todo ese café se preparan al día, más o menos, 2.250 millones de tazas del líquido.

Aunque es cierto que el consumo excesivo de cafeína puede perjudicar la salud, pues su ingesta se asocia con episodios de insomnio, ansiedad, irritabilidad, jaquecas, temblores, taquicardia, presión alta, enfermedades coronarias y molestias gástricas (que incluyen úlceras y descompostura fecal), si el café se toma en su justa medida, esto es entre tres y cuatro tazas al día, aporta la cantidad exacta de narcótico para acceder a ciertos beneficios.

El café reduce el riesgo de padecer enfermedades monstruosas como el Alzheimer y el Parkinson, así como dolencias menores como la gota, las cefaleas y la congestión bronquial. Pero eso no es todo: una buena dosis de esta droga lícita puede aumentar la atención, la memoria y la capacidad de aprendizaje en un mundo cada vez más apremiante. Seguramente es por eso que la gente comenta orgullosa que “lo primero que hago en el día es tomarme un tinto” o “yo no perdono mi café después de almuerzo”.

En todo caso no debemos desconocer que, como sustancia estimulante, la cafeína puede generar adicción y su correlativo síndrome de abstinencia cuando se corta su uso. En un país en el que la competencia por posicionar el café es tan alta, pareciera que se incrementan las personas que no pueden salir de su casa a trabajar o estudiar si no han recibido su inyección de cafeína.

Según la FDA (Food and Drug Administration) aproximadamente el 80 % de los adultos del mundo toma cafeína diariamente. Un cálculo nada despreciable pues representa a casi cuatro quintos de la población global mayor. Y no se trata de promover el pánico; el síndrome de abstinencia del café ha sido probado por estudios científicos hasta tal punto que el trastorno se incorporó en la Clasificación Internacional de Enfermedades de la Organización Mundial de la Salud ICD-10. Según se señala, los síntomas más usuales son dolores de cabeza, fatiga, falta de concentración, depresión, ansiedad y temblores.

A pesar de ello, estoy convencido de que cada cual debe consumir lo que le provoque y en las dosis que desee, salvo que esta costumbre termine por dañar a alguien más. Así que lo mejor es no leer esta columna pues no le traerá más que un aburrido proceso de reflexión.

Cuentan que Honoré de Balzac, prolífico escritor francés del siglo XIX, ingería unas 50 tazas de café al día y que por eso murió poco después de cumplir 50 años. Nunca se supo si su deceso se debió a su adicción por la cafeína, aunque lo que sí se puede intuir es que su fallecimiento fue un estimulante proceso.

* Foto cortesía: MadriCR (Own work) [CC-BY-SA-3.0], via Wikimedia Commons.