A propósito de la nota del diario El País de España Milagro en Bogotá (28 de abril de 2016), que retomó el  portal Las Dos Orillas Restaurantes top bogotanos: mucho billete pero mala comida (02 de mayo de 2016), en la que el crítico gastronómico español Ignacio Medina contó su experiencia de recorrer varios restaurantes de Bogotá.

 

Siempre lo he dicho: en Bogotá hay algunos restaurantes que, a pesar de tener éxito, son caros y malos.

No sólo porque la sobreproducción en la puesta en escena puede ser abrumadora, sino principalmente porque, como bien lo señaló Ignacio Medina en la nota de Las Dos Orillas, la mayoría de restaurantes en la capital colombiana son arribistas: no tienen en cuenta ninguna de las raíces de la cultura culinaria nacional, viven en función de la imagen y, por supuesto, se desenvuelven de espaldas a la cocina.

En palabras de Medina: “mi taxi pasa por delante de algunos [restaurantes] y las cristaleras me dejan ver el peculiar brillo que ilumina los negocios que nacen de espaldas a la cocina, con el mandato de estar a la última. La apariencia es lo que importa. La mayor concentración de comedores de moda —inversiones millonarias, exhibición de lujo interiorista, relaciones públicas y anfitrionas con tacones de vértigo— que he visto en América Latina. Nunca había encontrado una ciudad tan volcada en sus restaurantes y que al mismo tiempo viva tan de espaldas a la cocina”.

Y es que esa sensación de no sentir la identidad nacional en la comida ni la verdadera personalidad de los platos extranjeros es, quizá, una de las consecuencias más frustrantes de esa tóxica tendencia de exaltar las formas a través de millonarias inversiones en detrimento de la esencia.

Aunque no se trata de encontrar culpables del por qué de este fenómeno, parece correcto pensar que ha ocurrido gracias a que existe un nuevo grupo social (en el que estar a la moda es sinónimo de aceptación y logros) que empezó a estar interesado en refinar y sofisticar su paladar pero no por la comida en sí misma, sino para ir a lugares en los cuales codearse con políticos y gente famosa sin importar el precio y para poder comentar con propiedad acerca de la movida bogotana.

Gracias a ellos, los que apreciamos la buena comida y los que consideramos que ir a un buen restaurante es parte de una experiencia sensorial de bienestar personal, hemos quedado arrinconados en los mismos restaurantes tradicionales que nunca pasarán y que no son muchos, mientras hacemos planes de salir del país en recorridos gastronómicos que nos saquen de la monotonía.