El brevísimo video en el que el Presidente de la República se refirió este martes a los hechos recientes que vinculan su campaña con el escándalo de Odebrecht deja más dudas que respuestas.

En efecto, el clip no solamente dura escasos minuto con once segundos, lapso en el que es difícil esgrimir un argumento de defensa sólido, sino que las seis gaseosas frases que componen el libreto no son suficientes para que el pueblo de Colombia, y los ciudadanos electores, quedemos tranquilos.

Las primeras palabras de Santos, que obviamente no podían ser más que de “absoluto rechazo y condena” (porque eso es lo que dicen los manuales de manejo de crisis) son vacías ante un escándalo de mayor proporción. De nada sirve rechazar un hecho turbio cuando éste ya ha aportado un beneficio o cumplido su cometido.

No vale la pena hacer notar que “lamentar profundamente” y pedir excusas era el paso obvio que seguiría en el discurso de Juan Manuel Santos y que, de nuevo, sus palabras resultan vacuas.

Pero lo que sí es menester evidenciar es que resulta escandaloso que el primer mandatario haya reconocido de frente que “se acaba de enterar” de que una multinacional extranjera pagó en 2010 USD 400 000 (alrededor de COP 800 millones a la tasa de cambio de ese año) por la impresión de dos millones de afiches.

800 millones de pesos son casi el 5% de los COP 17 000 millones que tenían como tope las campañas presidenciales en primera vuelta de 2010 y el 9.4% de los COP 8 500 millones que tenían de techo en segunda vuelta Resolución 0020 del CNE), un gasto que no es menor. Y para aquel que ha sido reconocido por la opinión pública como un astuto jugador de poker no parece posible haber desconocido algunas de las fichas que había en la mesa para apostar.

Y continúa el tsunami de interrogantes: si Juan Manuel Santos exigió que se impusieran en su campaña presidencial normas de ética y de control, ¿sus subalternos se lo pasaron por la faja al desobedecerlo? ¿eran de verdad estrictos los estándares éticos? Y si sí, ¿por qué se vulneraron con facilidad? ¿el candidato no se preocupó de vigilar la aplicación de esas normas que con tanta vehemencia exigió? ¿Cómo le podríamos exigir hoy que supervise la correcta ejecución de la ley en el país si no lo pudo hacer en su campaña?

El principal involucrado que debe aclarar a la mayor brevedad posible es él, pues este video no satisface ningún cuestionamiento.

Aunque desde el punto lógico esta afirmación es cierta, y que no existe una relación univoca entre el escándalo de la campaña y la corrupción en el gobierno, este argumento no aclara este «hecho bochornoso».

Un llamado que, algunos creemos, no llevará a ningún lado.