Éramos a lo sumo 15 personas con algo en común: una papeletica azul y un recibo de pago que debimos entregar a la entrada de aquel pequeño salón, como reconocimiento a nuestra condición de infractores de tránsito. Todos estábamos por iniciar el curso pedagógico en la Secretaría de la Movilidad que nos permitió ahorrarnos un porcentaje de la multa
Llegó la instructora, una joven con problemas de la garganta que como pudo, sorteó esa media hora en medio de interrupciones de quienes no podían contener la queja sobre lo que les pasó:
«Admito que dejé el carro parqueado donde no se podía pero era por dos minutos y me demoré 10 y cuando salí estaba ya encima de la grúa y a los otros carros que estaban allí solo les habían colocado un parte, pero el mío por más que todos le dijimos al policía de tránsito que la dueña del carro estaba ahí, no me lo dejaron bajar y ahorita está en los patios, debí haber tomado una foto del policía y recogido las firmas de todos», decía una señora con la voz entrecortada por la rabia que aún sentía.
Y a mi lado, un señor… «yo iba por la autopista y delante mío iban varios carros a la misma velocidad pero al único que paran es a mí y por mas que le dije que me mostrara el aparato de velocidad, el policía no quiso»
Pacientemente la joven instructora le explicaba a la señora del problema de la grúa que de acuerdo al código de tránsito cuando el carro que han subido a la grúa ya le han puesto los seguros (admito que no tengo, como varios allí presentes, ni idea de que seguros hablaba), no es posible que bajen el carro. ¿Tenía los seguros?.. el silencio de la señora dio a entender que tampoco sabía de qué estaba hablando..
Y al señor de la velocidad, alguno de los allí presentes le preguntó ante su insistencia en señalar que eran varios carros los que iban a su misma velocidad «¿pero usted iba a más de 60?… silencio otra vez por respuesta.
¡Por supuesto que iría a más de 60! Y por supuesto que el carro estaba en un lugar mal parqueado!! El problema en los dos casos es que «¡los pillaron!» y tan de malas que los pillaron a ellos y no a los otros infractores. Entonces el argumento de fondo era ¿Por qué a ellos y no a los demás?
¿De pronto el carro lo debían bajar de la grúa y no dejarlo ahí si no tenía los famosos seguros?. Probablemente, cabe la duda y hasta habría cabido apelación a la multa. ¿De pronto el policía debió haber parado también a los demás carros y haber mostrado el indicador de velocidad al infractor in- fraganti?. Probablemente, cabe la duda también. Pero en carta blanca, en los dos casos hubo una clara irresponsabilidad, cuyos autores no admitían abiertamente porque seamos sinceros, si hay algo difícil para el ser humano es aceptar su propia responsabilidad sobre los resultados que tiene en su vida, porque es más sencillo encontrar responsables fuera de nosotros. «Sí, lo hice.. pero es que…» y a renglón seguido una buena excusa que siempre será acertada para quién la da.
El tema de la responsabilidad sobre nuestros actos lo he abordado en varias ocasiones en este blog, por eso voy a recordar mi artículo del 3 de julio, cuando aún no pertenecía a esta comunidad de bloggers (que de paso invito a que lo lean en su totalidad), porque definitivamente viene como anillo al dedo.
Sin darnos cuenta promovemos muchas veces entre nuestros pequeños que lo más fácil es culpar al profesor que «nos tiene bronca», y hasta vamos y peleamos por esos chiquitos; de jóvenes responsabilizamos a nuestros padres porque «no nos entienden» y como adultos la gama de posibilidades es mayor aún y va desde ese jefe que es un tirano y no valora mi trabajo, ese amigo que es un falseto, ese policía que se equivocó, ese trabajo que no me deja un minuto para respirar y hasta llegamos al punto de decir «tomo esta decisión porque otros quieren que la tome».
Y en esa carrera por culpar a los demás de nuestras propias frustraciones, no nos detenemos a echar un vistazo y ver que en realidad somos nosotros los que generamos lo que nos sucede minuto a minuto en nuestras vidas.
Se trata de un círculo de nunca acabar, si continúa como va, porque estamos transmitiéndole a nuestros pequeños esa facilidad para justificar que aquello malo que nos sucede es por culpa de otros. Y ellos, que de bobos no tienen un pelo, terminan entendiendo aquello que nosotros en su momento entendimos a la perfección: obtenemos beneficios siendo víctimas y no responsables y el principal de ellos es QUEDAR BIEN, LUCIR BIEN.
Es tan responsable el que cometió la infracción de tránsito como la autoridad que no cumplió a cabalidad con su función.
Entonces, que tal si empezamos a mirar como cerrar ese círculo y empezamos a asumir la cuota de responsabilidad que nos corresponde en todos los actos de nuestra vida.
Podríamos hasta pensar en cosas que hoy en día suenan utópicas y se han fundido en el laberinto de los mitos urbanos: que un funcionario corrupto asuma su propia corrupción y pague el precio sin defenderse como prócer diciendo en voz baja que «con estos sueldos de miseria que recibo.. de algún lado debo sacar para vivir dignamente» Y claro, quien paga la «mordida» acepte que tiene dudas sobre su propia fortaleza para ganar esa licitación y no sea el otro prócer que dice «es que hay taaanta corrupción que es la única manera de ganar esto». Siii como noo..
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Postdata.. ¿y a todas estas, como llegué yo a ese curso? Porque hice un giro prohibido…. y … pagué el precio de mi irresponsabilidad.