Cuenta
una parábola china que un anciano llamado Chunglang, tenía una pequeña
propiedad en la montaña. Sucedió cierto día que se le escapó uno de sus
caballos y los vecinos se acercaron a manifestarle su condolencia.
Sin embargo el anciano replicó:
-¡Quién sabe si eso ha sido una desgracia!
Y
he aquí que varios días después el caballo regresó, y traía consigo
toda una manada de caballos cimarrones. De nuevo se presentaron los
vecinos y lo felicitaron por su buena suerte.
Pero el viejo de la montaña les dijo:
-¡Quién sabe si eso ha sido un suceso afortunado!
Como
tenían tantos caballos, el hijo del anciano se aficionó a montarlos,
pero un día se cayó y se rompió una pierna. Otra vez los vecinos fueron
a darle el pésame, y nuevamente les replicó el viejo:
-¡Quién sabe si eso ha sido una desgracia!
Al
año siguiente se presentaron en la montaña los comisionados de «los
Varas Largas». Reclutaban jóvenes fuertes para mensajeros del emperador
y para llevar su litera. Al hijo del anciano, que todavía estaba
impedido de la pierna, no se lo llevaron.
Chunglang sonreía
* * *
No
sé si exista el destino. Recién hablaba con un amigo sobre el tema y
coincidiamos que sería muy simplista decir que ya nuestro camino está
marcado y que no importa lo que hagamos nuestro rumbo está trazado. Y
sería simplista porque el ser humano vendría ocupando el papel de
marioneta en una obra cuyo guión ya alguién conoce el final.
Sin
embargo, hay algo que trasciende esto y tiene que ver con la razón de
ser de las cosas que nos suceden. ¿Cuántas veces sentimos que los
caminos se nos cierran y no aparecen soluciones cercanas?. Hasta el más
exitoso de los hombres, al cerrar la puerta a sus espaldas y en la
soledad de su propia compañía, ha sentido en algún momento que tiene a
su alrededor más preguntas que respuestas y que debe hacer un alto no
solo para hallarlas, sino para entender el por qué, o mejor, el para
qué, de aquello que está viviendo.
Y es ahí cuando ponemos a
prueba nuestra propia fé y certeza frente a hacia donde queremos
encaminar nuestra vida, como el anciano chino quién a pesar de las
adversidades nunca dudo que cada cosa que le ocurría buena o mala,
tenía un propósito mayor que la situación que estaba viviendo.
Ese
es el meollo del asunto: cada persona que se cruza en nuestro camino,
cada puerta que se cierra, cada puerta que se abre frente a nosotros,
cada mala o buena experiencia, todo tiene un significado que va más
allá de ese momento en el tiempo y si aprendíeramos a entrenar nuestro
radar y estar atento a lo que en verdad significan, de seguro
dejaríamos de darle trascendencia a situaciones que solo son un eslabón
para algo mayor y las viviríamos dándoles el justo valor