Era cerca del medio día. A través de la gran puerta de vidrio de aquel lugar pude observar como llegaron. Hicieron su entrada en medio de las miradas inquietas de quienes allí se encontraban y lentamente se acercaron a mí e hicieron señas de que «era hora de partir». Sentí que el latido de mi corazón se aceleró un poco y algo de sudor se asomaba en mis manos, en tanto que ahora me sentía centro de esas miradas que segundos antes estaban fijas en aquellos dos hombres.
Salimos del lugar y ví estacionado ese vehículo que tantas veces he oído y visto pasar, pero que ahora estaba aguardando por mí. Uno de ellos se adelantó y abriéndome la puerta me invitó a que siguiera. Ya adentro, el carro emprendió la marcha y luego de unos segundos de silencio uno de ellos me preguntó «¿es la primera vez que se sube a una patrulla?».
Y sí, esa fue mi primera vez en una patrulla de la policía. Aquellos dos hombres eran miembros de esta institución y no estaba yo allí en calidad de detenida sino de protegida, y el lugar al cual me fueron a buscar era el banco donde acababa de hacer un retiro en efectivo de una cuantía considerable como para andar con ella en el bolso por la calle, por lo cual consideré prudente solicitar el apoyo de las autoridades. Y ahí llegaron.
«¿Por qué se sintió intimidada?» Me preguntó otra vez uno de ellos al escuchar mi historia, que si bien fue más concisa y menos expresiva que la que acabo de escribir en esencia era la misma. Y la respuesta fue contundente: porque el uniforme de policía me intimida y me genera la sensación que algo hice mal y me va a caer encima el peso de la ley o quizás me da susto de que sean bandidos disfrazados como en las películas o me acuerdo que alguna vez alguien me dijo «no confíe y menos si es uniformado». «Es como si me detienen para solicitarme los papeles del carro, si bien sé que no he transgredido ninguna norma y tengo los papeles al día, el temor me asalta porque el primer pensamiento es negativo: algo hice mal», agregué.
Y no, no había hecho nada malo y estaba en manos de quienes me protegían, pero efectivamente una vez más me quedó demostrado que ante cualquier circunstancia, el primer impulso que tenemos como seres humanos, es actuar acorde con esas creencias que hemos venido almacenando desde pequeños y bajo ese lente juzgar a quienes están a nuestro alrededor o las cosas que nos rodean.
Y lo peor es que generalmente agarramos primero el lente negativo, incluso hacia nosotros mismos. ¿Cuál es el lente bajo el cual estamos viviendo?¿procuramos ver al policía bueno o nos empeñamos en encontrar al policía malo? Claro, hago esa referencia dada la vivencia que referencié al comienzo, pero me refiero a toda situación en nuestra vida, la típica pregunta de ¿ves el vaso medio lleno o medio vacío?
A partir de ahí, otra pregunta interesante es ¿cuál(es) es o son la(s) creencia(s) que está(n) marcando la forma en que conducimos nuestra vida? La manera de descubrirla(s) es primero preguntarnos qué nos decían nuestros padres o con quienes crecimos, o cómo era su comportamiento, frente al dinero, al amor, a la confianza, a la prosperidad; qué conflictos tuvimos con eso que nos decían, qué decidimos consciente o inconscientemente adoptar de ahí y finalmente analizar cuáles son los resultados que tenemos hoy en determinada área de la vida, – financiera, emocional, laboral, etc-. De seguro podremos llevarnos algunas sorpresas.
Que tal si esta semana que inicia te dispones descubir por lo menos una de esas creencias y ver cómo se ha reflejado en tu vida y si vale la pena mantenerla o empezar a trabajar para lograr un cambio.