Fontibón, Pueblo de la Real Corona

468 de años dignos de ser celebrados; que lástima que solo un día al año intentemos recordar y celebrar la historia de la ciudad que nos acoge, nos regocija y divierte, pero que también vivimos y padecemos. Durante 468 años de lo que conocemos como Bogotá y ciento y tal vez miles de lo que fue Bacatá nuestra sabana ha ido tejiendo una gran historia que entrelaza y mezcla diversas culturas, formas de pensar y de actuar que le han dado forma a lo que hoy representa nuestra ciudad, pero año tras año parece que sepultáramos ese pasado que hoy forma parte integral de lo que somos. Para dar un ejemplo, voy a ilustrar el caso de Fontibón, parte de la ciudad cuyo pasado es superior a los 468 años que se celebran, una pequeña muestra del olvido y desagradecimiento del pueblo bogotano.

Día a día y con una honda tristeza soy testigo de cómo la historia de Fontibón es borrada de una manera indolente; nací y viví escuchando historias que despertaron mi admiración y aprecio por la actual localidad 9, pero hoy su pasado es solo una simple anécdota que reposa bajo capas de espeso polvo en los archivos y bibliotecas y en la memoria de unos cuantos.

Para los que no lo sabían, desde siempre Fontibón ha tenido un rol especial en la historia de la ciudad, algunos estudios arqueológicos y etnohistoricos le dan predominancia dentro de la organización social y religiosa de los antiguos muiscas; no en vano algunas piezas del Museo del oro provienen de esta localidad. La conquista, la colonia y la república siguieron dando un papel predominate al pequeño poblado; su iglesia (Santiago Apóstol), fue epicentro del adoctrinamiento religioso, trayendo ilustres religiosos como San Pedro Claver defensor de los esclavos y el padre Bermúdez, ilustre lingüista. Fontibón también se constituyó en sitio de llegada de los administradores reales por lo que pronto fue reconocida en cedula real como un pueblo de la Real Corona, así, ilustres personajes entre los que se contaban religiosos, expedicionarios, nobles, virreyes y la gloriosa campaña libertadora, utilizaron la población como puerto y desde allí planeaban su entrada triunfal a la capital de la república.

Pero la localidad de Fontibón de hoy dista mucho de aquel momento feliz en que era  tratada con respeto; la condición de puerto la sigue conservando, sólo que ahora es punto de partida de ruidosos aviones que están dejando sordos a sus habitantes y de flotas que en paraderos improvisados han sembrado el caos en sus vías de acceso; la rica arquitectura ha sido remplazada por un sinfín de construcciones mal planificadas, es el caso de la imponente casa del parque en la cual se destacaba una hermosa pileta que hoy es reemplazada por el parqueadero de un supermercado donde los habitantes siguen pisoteando su pasado. Los personajes ilustres han sido borrados, incluso el puente donde un famoso virrey era inmortalizado es hoy un lugar horrendo en donde la talla que algún día fue el rostro del ilustre personaje es hoy un mamarracho con la cara cicatrizada más afín a personajes de la historia contemporánea de Fontibón como Johny el leproso y otros tantos delincuentes.

Las otrora haciendas; cuna y sitio de descanso de varios presidentes, sencillamente desaparecieron o fueron transformadas en posada para ratones y otras plagas en su interior y baños públicos en su exterior. Ya ni siquiera el tren que llenó de vida años atrás a la localidad, recorre su centro, ahora sólo quedan las vías férreas solitarias, convertidas en un sitio apto para actos delictivos en cualquier hora del día.

Aun así su pasado persiste ya sea en la memoria o en tantos sitios abandonados, suerte similar a la que han sufrido otras localidades como Engativa, Soacha, Bosa y Usaquén, cuyo pasado prehispánico y colonial ya desapareció ante la mirada indiferente de sus habitantes

Pueblo que olvida su pasado esta condenado a desaparecer y esa implacable sentencia hace parte del presente de Fontibón que hizo a un lado el pasado que un día el gran historiador Roberto Velandia exaltó como pueblo de la real Corona y pasó a ser la modesta localidad 9 de una Bogotá que tristemente sigue sus pasos.

 

DON BETO