Este año y como ha sucedido durante los últimos diez, nuestra capital es epicentro de un sinfín de actividades culturales y deportivas agrupadas bajo el insólito nombre de Festival de Verano. Entre las cosas que forman parte de lo que yo sé de Bogotá, está el hecho irrefutable de que en nuestra capital carecemos de esta estación del año, al igual que en el resto del país por nuestra posición geográfica. Pero pasando por alto estas precisiones, el panorama de la capital por estos días esta más cerca del otoño que del verano; está bien, admito que el fenómeno del calentamiento global ha trocado el clima capitalino, subiéndolo quizás un par de grados, pero de ahí a que tengamos verano restan unos 100 años de calentamiento global continuo. Así, nuestra “nevera” es epicentro de una festividad que en su concepción resulta un poco ajena y contradictoria, basta con ver el desfile de comparsas en el cual los torsos semidesnudos, algo amoratados por el frío, brindaban un espectáculo preocupante en el tema de salud de los alegres jóvenes cuya sonrisa se mantenía intacta gracias a los calambres faciales provocados por el viento inclemente, además, los cuerpos dorados por el sol fueron los grandes ausentes de las carnestolendas bogotanas, al igual que el publico ligero de ropas, como acontece en las festividades veraniegas en otras latitudes del planeta.
Para mi, uno de los encantos de Bogotá es la diversidad cultural que ella encierra; todas las regiones del país, e incluso otras naciones, han construido su espacio dentro de la capital creando una atmósfera de tolerancia y aprecio por las formas culturales ajenas a las propias; en este sentido la fiesta bogotana revindica estas expresiones y abre espacios de interacción resaltando el verdadero espíritu de los capitalinos como grandes admiradores de las expresiones culturales foráneas.
El mes de agosto nos muestra la capital que más me gusta, tardes despejadas con una deliciosa brisa fría en la cual es muy placentero recorrer sus calles, eso sí, con un abrigo generoso. Es como si Bogotá se embelleciera para su cumpleaños (cuya celebración no siempre ha sido aplazada y sometida a estados de paranoia por reposesiones presidenciales), es una época perfecta para realizar un evento y en eso estoy de acuerdo, aunque para mi gusto serían preferibles los eventos en espacios cerrados, para que la única comparsa recorriendo las calles sea la de los vientos alisios, que no causan trancones, pero si arrancan árboles y tejados de nuestra capital; así que aún hay tiempo para enderezar el camino y bautizar nuestra naciente tradición con términos más acordes a nuestra realidad como por ejemplo “Fiesta de la diversidad” o “Fiesta del viento” o un nombre que no se burle de los apestados asistentes; no debemos olvidar que nuestro Festival de verano es el único en el mundo que cuenta en su haber con un muerto de hipotermia (en las gélidas aguas del lago del Parque Simón Bolívar).
Así que, por ridículo que suene, si va a asistir a algunas de las interesantes actividades del Festival de Verano, ármese de un buen abrigo, una bufanda, guantes y un paquete de pañuelos o en su defecto de varias vueltas de papel higiénico, para disfrutar a cabalidad la fiesta de nuestra capital no frost.

Pd. 1: Un profundo agradecimiento a Martha Senn por su sensatez y por no dejar prosperar la alocada idea de llevar este festival a las dimensiones de Carnaval.
Pd. 2: Me enteré de una noticia de última hora: Ante el estruendoso fracaso al postular a nuestro país para la sede del mundial 2014, nuestro presidente y su equipo de genios trabajan en la solicitud de los Juegos Olímpicos de Invierno, cuya sede está por definir entre Barrancabermeja y Barranquilla. Al parecer hay buenas posibilidades (esperamos que asistan más delegaciones que a la posesión).

Don Beto