Uno de los efectos de la globalización es el crecimiento del turismo, en particular el llamado turismo cultural; el creciente interés por conocer esas particularidades que hacen a cada lugar único y que permiten a cada cultura perdurar en la gran aldea global es tema recurrente de documentales, portales de internet etc., que están encaminados a saciar las ansias de conocer de un creciente número de personas.
Hablando de episodios de viajes, hace unos días conocí un sujeto (para no revelar su verdadera identidad lo llamaré Armando Porro), quien tiene en su haber una experiencia que no muchas personas han vivido; nuestro amigo conoció y tuvo en sus brazos al perro más lindo del mundo. Para sorpresa mía y de los que lean esta historia, el perro más lindo del mundo, no está muy lejos, habitó las calles de nuestra capital y fue descubierto hace unos 25 años por Armando y un grupo de adolescentes, que en exclusiva para Lo que yo se de Bogotá han contado la historia que exponemos a continuación:
Empecemos por aclarar que esta clase de viajes puede hacerse con unos pocos pesos y sin necesidad de salir de la ciudad; no requiere equipaje, ni traje de baño, ni chanclas, ni repelente, ni accesorio alguno y su duración no sobrepasa unas cuantas horas, lo cual abre la posibilidad de muchos viajes en un día.
Transcurrían los primeros años de la década de los 80´s y en uno de los colegios de curas del centro de Bogota, cuatro jóvenes tejían una amistad que perduraría hasta nuestros días; este grupo de jóvenes amantes de los carros y del rock and roll, pasaban su días entre Led zeppelín, Rolling Stones, y otras bandas de las cuales empezaban a coleccionar acetatos y cassettes que regrababan entre todos; recuerdan que en esa época la capital era más tranquila y que un paseo por el centro de la ciudad a cualquier hora no implicaba una brutal desplumada, como ocurre actualmente en el mejor de los casos. Como una actividad que reforzaba los lazos de nuestro grupo, tenían un rito que cumplían una y otra vez, casi hasta llegar a los treinta años; la actividad consistía en ir al parque de los periodistas, tomar chicha o algunas cervezas y hablar de lo ocurrido en el barrio. Después, cuando la noche caía, buscaban a un Hippie de confianza y le compraban un moño de marihuana, después de armar y fumarse el porro entre todos, partían al barrio en donde todos residían, ya que las extensas caminatas aminoraban los efectos de la bareta y así llegaban tranquilos y cansados a sus hogares, aunque, claro, algunas veces llegaban con un hambre espantosa (mejor conocida como la cometrapo) y otras veces con un estado de animo hilarante e incontrolable (la risueña). El recorrido de carácter semanal transcurría sin novedad hasta que una revelación fue hecha a uno de los integrantes del grupo.
Una noche, una vez consumido el tabaco e iniciado el recorrido, este muchacho hizo un descubrimiento que cambiaría su vida. En una calle, no recuerda cual, pero ubicada entre la carrera décima y la avenida Caracas, en inmediaciones de la calle 26, un pequeño can apareció ante los ojos de nuestro grupo; era pequeño, le habían cortado la cola y las orejas; tenia pegotes en su pelo, provenientes de sustancias que no se podían identificar, su aspecto era grotesco y se caracterizaba por los altos niveles del llamado olor a perro; a manera de collar llevaba un pedazo de cabuya, muestra de un muy antiguo propietario; este pequeño ejemplar no batía la cola en señal de alegría, por el contrario, se notaba triste y resignado, pero nuestro amigo en una revelación divina se arrodilló y recogió al perro, a pesar de la indiferencia e este; lo besaba, lo abrazaba y lo elevaba al cielo diciendo: no es hermoso? Sus amigos, algo atónitos no comprendían el estado de exaltación de su compañero, quien en una danza mística de felicidad agradecía a dios por la revelación, es el perro más lindo del mundo… y tiene corbata!!!…