Día a día cientos de miles de nuestros conciudadanos están experimentando una patología que se extiende por nuestra ciudad con celeridad y como una plaga se ha extendido por todos lo barrios y clases sociales de nuestra capital, un terrible mal: el fin de los minutos.
Este mal endémico en nuestro medio, es capaz de matar de ira a cualquier persona; no tiene nada que ver con enfermedades terminales, y mucho menos causara bajas en nuestra sociedad, sin embargo se contabiliza más de una rabieta diaria por culpa de este naciente flagelo. El odioso mal está ligado directamente con la telefonía celular, que tras acabar con la privacidad de los usuarios, se dispone de manera inmisericorde a terminar con la tranquilidad y los nervios de las personas que ven como rápida y progresivamente van perdiendo los minutos que les quedan. Pero al igual que los indolentes laboratorios médicos de la actualidad, las compañías han desarrollado medicamentos para este mal en forma de tarjetas prepago, y al igual que aquellos, han abusado de esta nueva necesidad, subiendo el valor de los minutos al punto que el desesperado usuario sólo alcanza a realizar un par de llamadas con una tarjeta de 10000 pesos. Existe otra solución un poco clandestina que consiste en comprar minutos en la calle, actividad a la que se dedica una cantidad creciente de conciudadanos quienes generosamente proveen de tiempo a las personas que sufren este mal (no se trata de desempleo, son físicas ganas de colaborar).
El flagelo telefónico también irrumpe en la tranquilidad de los seres humanos que rodean a la victima, cientos de incursiones ocasionadas por la imprudencia de los afectados, logran también afectar a personas ajenas a esta enfermedad en los lugares menos apropiados, como por ejemplo, en cines, clases, conferencias, citas medicas, entrevistas laborales y hasta en los mismísimos velorios somos atacados por timbres estridentes. El destinatario de la llamada nunca tiene el artefacto a la mano y suele dejar repicar el timbre algún tiempo causando malestar y algunas veces algo cercano al odio, en las personal que lo rodean, posteriormente inicia una conversación sobre temas casi nunca urgentes, en los cuales, a todo grito, refiere la dificultad de hablar en ese momento.
Otra situación irritante que suelen protagonizar estos individuos, consiste en consultar constantemente la llamativa pantallita a ver así hay llamadas, consultar la hora, etc.; por lo general este luminoso artefacto suele echar a perder momentos cruciales en las películas por cuenta del imprudente adicto.
Pero el daño más grave que ha causado este flagelo, es que brindó la excusa perfecta a los incumplidos e irresponsables que están convencidos de que ”se me acabaron los minutos”, es una excusa válida para personas sensatas y serias que sí cumplen. Se ha popularizado tanto esta excusa que ha remplazado las penosas enfermedades de las mamás y las abuelas y hasta los insufribles trancones, por favor más respeto y creatividad.
Por último, es preocupante ver la cantidad de niños y jóvenes invadidos por este mal, casi siempre contagiados por padres o adultos irresponsables, cada vez es más corriente ver cagones de escasos años, con sofisticados aparatos que se han vuelto un nuevo problema dentro de las aulas, además de exponer a los pequeños a ser blanco de los ataques de raponeros y cacos ansiosos de tecnología de punta.
Así que cuídese, no se deje contagiar por estos adictivos utensilios que han logrado transformar nuestra cotidianidad, y si usted es de esos enfermizos seres, esperamos que se acuerde de estas palabras antes de contestar una llamada en el cine… por favor!!!
DON BETO