Icononzo, un municipio ubicado al oriente del Tolima como muchos lugares del país, no se escapó de la guerra.

Este municipio queda a hora y media de Ibagué, la capital del Departamento del Tolima y a menos de tres horas de Bogotá, hace parte de la subregión del Sumapaz y es agrícola por excelencia. Su riqueza natural es su principal atractivo, aunque últimamente se ha visto amenazado por el inevitable cambio climático. Muchos lo reconocen por ser el dueño de un puente natural que lo conecta con el departamento y por ser el balcón del oriente tolimense.

Su cercanía con el Sumapaz ha sido inverosímilmente su entrada al conflicto armado y ésta quizá sea la causa más cercana a su estigmatización. Su ubicación geográfica conecta con los departamentos de Cundinamarca, Huila y Meta, una ruta apetecida por los grupos al margen de la ley. Por esta razón, Icononzo ha sido testigo de las horribles formas de violencia que han escrito nuestra historia, desde la época de disputa política a muerte entre liberales y conservadores, las luchas campesinas de los años 60’s hasta el surgimiento de las guerrillas.

Mis primeros cuatro años de vida los viví en Icononzo y desde que tengo memoria supe lo que era padecer las incursiones de las FARC en el pueblo, no tan directamente pero sí muchas veces a través de angustiosas llamadas de mi familia alertándonos de lo que allí pasaba. Luego, vivimos los temibles episodios de las irrupciones de los paramilitares que por medio de amenazas selectivas intimidaron por mucho tiempo al municipio. Ahora llevamos aproximadamente seis años sin que ninguna de las dos presencias sea más dominante que la otra y sin que ninguna de ellas sea peligrosa para nosotros, me incluyo porque una parte de mi vida depende de este lugar.

Sin embargo y a pesar de tantas experiencias lamentables que se vivieron por culpa de la guerra, hoy en día estamos contando otro cuento. Icononzo está respirando otros aires y se repone de tanto dolor. Lo que más me causa orgullo es que la mayoría de las iniciativas que quieren darle otra cara al municipio vienen por cuenta de los jóvenes, que han decidido escribir una historia feliz para las generaciones que vienen en camino.

La generación de la paz, como han llamado a la juventud en esta coyuntura histórica, está decidida a olvidar y empezar a proyectar para el municipio nuevas formas de vida, dejando atrás la violencia para convivir con esperanza y felicidad. A través de exploraciones en bicicleta, muestras folclóricas, construcción de bibliotecas en las zonas rurales, promoción del ecoturismo y zonas emblemáticas por medio de deportes extremos, pintura en el parque principal para que los niños expresen su amor por el municipio y trabajo por los derechos de la niñez; la juventud icononzuna insiste en volver a nuestras raíces y retomar lo que la guerra nos había dejado en pausa.

Y es que sin duda, los jóvenes tenemos una responsabilidad trascendental para el momento que vive el país. Sobre nuestros hombros recae la posibilidad de hacer de Colombia el lugar para que los niños que están creciendo puedan estudiar en vez de formar parte de una fila de la guerrilla, donde puedan correr de felicidad y no de miedo. Así que como esos jóvenes del oriente tolimense, yo también me sumo a dejar de lado el rencor que la guerra ha dejado en mi alma y a proponer ideas a través de estas líneas.

Llegó la hora de apostarle a la paz, de dejar el miedo en el olvido y de volver a creer en lo que realmente somos. De gozarnos este país, de reír en los parques de los pueblos, de volver a los mitos del “Mohán», “la llorona”, “la patasola” y otros más, de recorrer los parques nacionales, de maravillarnos con nuestras especies animales y por supuesto de perdonarnos y volvernos a querer.

Icononzo ya empezó a sembrar semillas de felicidad, ¡que los demás pueblos se unan y cambiemos a Colombia de verdad!