Como si se tratara de un desamor, los resultados electorales del pasado 2 de octubre aún tienen a más de uno con el corazón roto, con desesperanza y desilusión. Luego de dos semanas seguimos sin respuesta ante la incertidumbre generada por la campaña del “No”, que además resultó estar engalanada por engaños, que en lo personal no lograron sorprenderme. Los “ganadores” aún proclaman que su votación fue legítima y en el estricto sentido de la palabra tienen razón, todo en cuanto a que la democracia es, entre otras cosas, la imposición por votos de una mayoría. ¿Pero qué han logrado desde entonces? ¡Nada!

Los acuerdos de paz originales buscaban cesar la violencia que para muchos se ha vuelto eterna e insoportable, también pretendían dar un vuelco importante a la manera de hacer política en el país, de incluir con fuerza tajante a las minorías, a la oposición; de blindar con justicia las regiones más apartadas del país; de regresarle las tierras a sus verdaderos dueños, a los campesinos; de buscar una manera idónea para erradicar el problemas de las drogas ilícitas, pero sobre todo de darle una oportunidad a las partes de superar los conflictos por la vía del diálogo y no por la rebeldía, eso era clave.

De haber ganado el “sí” seguramente ya estaríamos encaminados a muchos de esos propósitos y al menos estaríamos desarmando a una guerrilla que mostró voluntad de paz. Pero las urnas hablaron y nos dejaron con la boca abierta. La tensa calma después del plebiscito es agobiante, estamos ante una espera que no puede durar 54 años más y los anuncios nos alejan cada vez más de un acuerdo.

Por su parte, el que para mí es el responsable de no dejar caer la negociación de paz, deja ver poco a poco sus verdaderos propósitos políticos y electorales, alejados de cualquier intención de renegociar el Acuerdo. Sus propuestas resultaron ser inocuas y evidentes: beneficiar a los suyos, tratar de sacar de líos a sus amigos y garantizar impunidad a sus seguidores. Enredar el proceso hasta las presidenciales es el mejor camino para asegurar su continuidad en la memoria de los colombianos y de paso ser el protagonista en una nueva vía (seguramente sin negociación) para alcanzar la paz.

Así que estamos en las mismas, sin la paz y sin el queso, sin un acuerdo de paz y sin un posacuerdo. Porque como siempre nos toca esperar que los gobernantes reciban nuestras presiones ciudadanas y rogar (como si estuviéramos en el medioevo) para que pronto se llegue a una solución que deje a la partes satisfechas.

Mientras la espera nos agobia todos los días, la esperanza no desaparece y así tiene que ser, no pueden detenerse las marchas, las caminatas, las arengas, las banderas, la expresión popular es el único mecanismo que nos queda para no permitir que esto se convierta en un escalón político (de los mismos de siempre) para mantener el poder sin tener reconocer la participación de los que piensan y opinan diferente.