El miedo a la reconciliación es propio de quienes se han acostumbrado a vivir en el odio y en la crítica destructiva. Dejar de ver a la contraparte como un enemigo es clave para un proceso de paz exitoso y entender que el perdón es la única oportunidad que nos queda para superar el dolor y la tristeza de la guerra, es algo que los constantes contradictores de este acuerdo quieren pasar por alto.

Al momento de criticar y juzgar, olvidan que la mayoría de los 15.700 miembros de las F.A.R.C también son víctimas, que muchos de ellos estuvieron ahí por obligación, porque nacieron en las filas de la guerra o porque los reclutaron de muy pequeños. Entonces que bailen y se reconozcan como parte de ese lado de la sociedad civil debería ser un buen síntoma de reconciliación.

Pero no solo bailar es un buen síntoma, cooperar a que el proceso pueda llevarse a cabo, es digno de felicitar. En la cuenta de Twitter de Rodrigo Londoño se puede observar un video donde los verificadores de la ONU y un grupo de excombatientes halan un carro que se hunde en una de las típicas trochas de nuestro país. Pareciera un acto simple pero a la luz de la negociación es una lectura positiva, es un hecho que demuestra la buena voluntad de paz de las partes.

Para los opositores de derecha, que se eliminen barreras sociales entre negociadores y futuros exguerrilleros cae como piedra en el zapato y es algo impensable porque siguen atrapados en el pensamiento de guerra y en la polarización política. Pero se debe ser valiente en asumir que existen nuevas formas de reconocer al ser humano que se esconde tras un camuflado, de devolverle la vida que siempre le negaron, de perdonarlo (si fuera el caso) y de enseñarle con base en la confianza que la sociedad tampoco lo va a rechazar cuando abandone los fusiles y las botas de caucho.

Ahora nos debe unir un reto mucho más complejo que el mismo Acuerdo de paz y es su implementación. 2017 es el año definitivo para la desmovilización y el desarme de las F.A.R.C como grupo armado. Y uno de los factores determinantes es la normalización de la sociedad civil que se dividía mayoritariamente entre civiles y combatientes de esta organización. Entonces en este proceso es indispensable inyectar pedagogía tanto para los que se están sometiendo al tránsito a la vida civil como para los que los vamos a recibir en sociedad. Se debe posibilitar que la resocialización de los exguerrilleros no sea infructuosa y se respeten los derechos humanos.

Difiero entonces de aquellos que pretenden hacer un cerco entre “buenos” y “malos”, de quienes quieren seguir marcando diferencias sociales y de estigmatizar a los que piensan diferente. Me separo de la opinión de los que rechazan las zonas de concentración cerca a sus municipios, que además deberían llamarse “zonas de reconciliación”, recordemos que el otro término fue usado para sembrar crueldad y terror en los tiempos del fascismo. Abrir espacios para el olvido de las formas de guerras y para el inicio de nuevas formas de civilización en vez de escandalizarnos debería alegrarnos.

@Lore_Castaneda