La desigualdad en Colombia es profunda. Somos un país que a pesar de sus riquezas naturales y humanas está inmerso en una brecha enorme de tipo social y esta característica es notable desde el mismo momento del nacimiento. Se puede empezar a vivir en la mejor de las clínicas con la atención médica ideal pero también se puede nacer en algo menos que una enfermería y con la suerte de tener un médico cerca. Y esto sucede en la mayoría de los ámbitos de vida de los más de cuarenta y nueve millones de colombianos.
Pero el muro que más separa al campo de la ciudad es el de la educación. Aunque se han esbozado esfuerzos por desaparecer esta barrera, en materia de oportunidades educativas el camino sigue siendo largo y escabroso para los campesinos del país.
Tienen razón cuando afirman que el principal motor de desarrollo de cualquier ser humano es la educación, de esto depende un futuro mejor y por supuesto una mejor calidad de vida. Sin embargo, la mayoría de los niños del campo en Colombia no tienen acceso a una educación apropiada a su contexto y a sus necesidades.
Al sistema educativo campesino lo aquejan grandes dificultades que van desde la infraestructura de las instituciones hasta la calidad de la enseñanza que se imparte en las aulas escolares, las implicaciones se notan en el precario progreso y en dificultad para superar la pobreza en estas zonas del país. Además de lo anterior, preocupa el trabajo infantil, según el DANE, sitúa de 1.018.000 niños trabajadores a 36.1% de ellos en labores agrícolas y ganaderas. Ésta situación se presenta de manera cotidiana y por costumbres familiares.
El impacto se mide en cifras, por ejemplo se puede mencionar que mientras en las ciudades y municipios se ha logrado una cobertura por encima del 90%, en lo que respecta a la educación básica primaria; en las zonas rurales del país no ha logrado igualar este porcentaje en la tase de matrícula. Lo mismo sucede pero con una diferencia más prolongada en las matrículas de básica secundaria, donde es evidente un retraso en las cifras de estudiantes que se registran en los colegios rurales respecto de los que se matriculan en las ciudades o en las cabeceras municipales. Quizá porque se le resta importancia o porque se rompe la línea educativa entre los estudios básicos y los estudios superiores.
En lo que se refiere a estudios de básica secundaria, en las cabeceras municipales, cerca de un 40% completó el ciclo, a diferencia de las zonas rurales, donde menos de un 30% finalizó los estudios de básica secundaria. Por eso es notable que en las partes urbanas, en promedio un 27 % de la población accede a estudios superiores (carreras profesionales o técnicas), entretanto en el campo tan solo un promedio de 4,5% de sus habitantes acudió a un centro de educación superior. (Palabra Maestra, 2015).
Es así como el triste panorama rural merece toda nuestra atención y de manera urgente, la invitación una vez más es a aprovechar la coyuntura para unir esfuerzos en torno a las necesidades de nuestros campesinos y de esta manera contribuir a que la educación sea el factor más importante para el desarrollo de los campesinos, eliminando la frontera que nos divide entre el campo y la ciudad.
@Lore_Castaneda
“Porque el campo es el eden más lindo del mundo entero”
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