Podría llenar este espacio con cifras y con una serie de argumentos, pero sé que a la final no nos llevan a nada, porque todo sigue igual, porque no avanzamos más allá de titulares noticiosos, de cadenas virales y uno que otro hashtag. Lo que hoy escribo me sale del alma.

En Colombia, 1086 mujeres están perdidas y las autoridades no avanzan con las investigaciones, no importa la edad que tengamos, acá y en el resto del mundo, poco interesa que una mujer ya no esté con su familia. Nos matan, nos maltratan, nos violan, nos desaparecen y la razón es porque provocamos, porque nos vestimos demasiado atractivas, porque vamos por calles prohibidas, porque estábamos ebrias, porque somos mujeres.

Debo confesar que cada vez que leo una noticia en la que narran cómo mataron a una mujer o que la Policía no da pasos significativos ante una denuncia de desaparición, no entiendo por qué el mundo simplemente no arde, por qué tardamos tanto en reaccionar, por qué no somos solidarios en todos los casos, por qué no nos unimos más; si es que la que deja de estar podría ser nuestra mamá, nuestra tía, nuestra hermana, nuestra prima, nuestra amiga.

Sara Sofía Galván, como muchos niños y niñas de Colombia, no corrió con la suerte de tener un hogar y los recursos afectivos y económicos suficientes para garantizarle una niñez feliz; su madre tampoco, fue explotada sexualmente, ella también es una víctima de un sistema que se aprovecha de los más vulnerables y no solo lo digo por la situación económica. Sara Sofía repitió la historia de abandono que su mamá y su tía vivieron.

Hoy no tenemos certeza de lo que pasó con la niña y la culpa es compartida, un ICBF que no fue capaz de hacer un acompañamiento estricto a la custodia de la menor, una policía judicial que empezó a actuar porque los medios de comunicación les halaron las orejas por su negligencia y un presidente de la República que el caso le parece poco importante.

Viene a mi mente otro caso, el de Lynda Michelle, una menor de quince años que fue asesinada en el temible barrio del centro de Bogotá llamado El San Bernardo; fue su madre la que se infiltró en la zona y dio con los asesinos de su hija. Decidió vestirse de habitante de calle para encontrar las respuestas que las autoridades buscaban pero a paso muy lento. Pasó días y noches preguntando sobre la suerte de su hija, no tenía nada más que perder y su amor de madre le ayudó a encontrar no solo a los responsables del crimen, sino la paz de poder dar sepultura a su niña.

En la mayoría de los casos son mujeres las que denuncian una desaparición, pero además se convierten en las líderes de la búsqueda de su ser querido. Lo hacen obligadas ante el desespero por el poco nivel de reacción de los competentes, porque fueron ignoradas cuando buscaban una respuesta sobre una desaparición que nos las deja vivir.

Hay muchos que critican el feminismo porque nunca han sufrido lo que las mujeres padecemos por el simple hecho de ser de este género, pero, además, no deseamos que cuando caminen por cualquier lugar tengan miedo de ser abusados, no pretendemos que cuando los desaparezcan el silencio sea la respuesta y no pedimos que sus denuncias sean atendidas como un caso más de situaciones sentimentales por resolver.

Una vez más quiero recordarles que los derechos son para todos y todas o dejan de ser derechos y pasan a ser privilegios, no podemos desfallecer ahora que comprendemos que a las mujeres se les cuida más, no se les culpa.

Cuando una mujer deja de estar, vamos a buscarla hasta encontrarla.

@Lore_Castaneda