Escuché algo así: ¡Ya hay demasiadas mujeres en esta entidad! Recordé de inmediato el primer capítulo del libro que estoy leyendo, se llama Una Habitación Propia de Virginia Woolf, un ensayo que narra las dificultades a las que se enfrentan las mujeres al no tener una independencia económica. Y se pasaron muchas otras dudas por mi cabeza, entre esas, ¿cuántas barreras tuvieron que cruzar las mujeres que hoy ocupan esos espacios en aquella entidad o en cualquier otra? ¿Por qué cuando se trata de muchos hombres en un lugar de trabajo, no se escucha la misma queja?

Virginia explica que una mujer debe tener una habitación propia donde pueda escribir, pero para que eso suceda, por supuesto debería tener una cuenta bancaria lo suficientemente gruesa para que los gastos no terminen desviando su propósito, es decir, tener libertad financiera para no invertir ese tiempo en trabajos mal pagos o en tareas que no le permitan cumplir sus sueños.

Este primer capítulo del libro también trajo al presente algo que mi mamá me contó ya hace varios años. (Aclaro, eran otros tiempos, hoy el pensamiento en mi familia ha cambiado para bien). Era 1983 y mi mamá había quedado en embarazo de su primer hijo. Ella acostumbrada a responder por sí misma, a trabajar, a estudiar; se enfrentaba a una situación que le cambiaría sus planes por completo, sin embargo, decidió crear su familia junto a mi padre. La historia de mi papá algún día se las contaré, pero por ahora puedo decirles que, a diferencia de mi infancia, la de él no fue muy sencilla. Fue criado por mi abuelo, un hombre profundamente machista, razón por la cual, la respuesta de mi papá al enterarse del embarazo de mi mamá fue la siguiente y coincide con su crianza: ¿o renuncias a tu trabajo para cuidar a nuestro hijo o nos divorciamos? Mi mamá ya está disfrutando las mieles de su pensión.

La premisa en mi casa ha permanecido desde aquella vez: “tener trabajo en una bendición” y mi mamá se ha encargado de tatuarme en el corazón y en la razón que una mujer que tiene su propio dinero, que no depende de su marido, que se puede comprar lo que desee cuando quiera, es una mujer totalmente libre y quizá más feliz. “Pase lo que pase no renuncies a trabajo, hija”.

Y entonces, hablando de barreras, siempre recuerdo con cariño ir con mi mamá a su trabajo (a las escuelas de Icononzo y a las de Bogotá), amanecer en sus brazos porque ella estaba haciendo su especialización y solo le quedaban las madrugadas para estudiar y hacer sus trabajos, tener que repetirle las tablas de multiplicar en la cocina porque ella llegaba tarde de trabajar con mi papá y ahí era el momento de verificar que algún día yo usaría las matemáticas en mi vida. Y así con todo.

Mi mamá junto con mi papá (que luego entendió el rol de ella y de las mujeres), se ha encargado de ayudarme a abrir los caminos, no solo con enseñanzas sino con apoyo económico para que yo hoy pueda estar sentada en la sala de mi apartamento un lunes festivo escribiendo esta columna.

Siempre me pregunto, ¿qué hubiera pasado sí mi mamá en vez de seguir trabajando hubiera aceptado la propuesta de mi papá?

@Lorecastaneda

#Elfeminismoesnecesario