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La Ciudad del Vaticano es un Estado único en el mundo, no solo por su tamaño o su influencia religiosa, sino por una característica que lo distingue de cualquier otro: es una de las pocas instituciones en las que las mujeres siguen completamente excluidas de los espacios de decisión. El Vaticano es una anomalía en el mundo contemporáneo. Durante siglos, la estructura de la Iglesia católica ha mantenido una jerarquía exclusivamente masculina, relegando a las mujeres a roles de servicio y obediencia, pero nunca de liderazgo. La pregunta es inevitable: ¿por qué, en pleno siglo XXI, la Iglesia Católica sigue sin permitir que las mujeres ocupen cargos de poder?

Una historia de exclusión

Para comprender esta realidad, es necesario mirar hacia el pasado. Desde los primeros siglos del cristianismo, la institucionalización de la fe fue encabezada por hombres. Aunque existen evidencias de que en las comunidades cristianas primitivas las mujeres tuvieron un papel activo, con el tiempo la estructura eclesiástica se alineó con el modelo patriarcal de la sociedad romana. La consolidación de un liderazgo exclusivamente masculino se justificó con la idea de que Jesús eligió solo a hombres como apóstoles, aunque las mujeres estuvieron presentes en su ministerio y en la expansión del cristianismo.

Con el tiempo, los concilios y documentos oficiales de la Iglesia reforzaron esta exclusión. En el siglo IV, el Concilio de Laodicea prohibió formalmente la ordenación de mujeres. Más adelante, el Concilio de Trento reafirmó la estructura clerical exclusivamente masculina, mientras que el Código de Derecho Canónico, aún vigente, establece que solo los hombres pueden recibir el sacramento del orden sacerdotal.

Las razones detrás de la exclusión

La Iglesia ha mantenido una serie de argumentos para justificar la exclusión de las mujeres del sacerdocio y de cualquier cargo de decisión dentro del Vaticano. Uno de los más repetidos es la idea de que un sacerdote debe “representar a Cristo”, y que, por lo tanto, debe ser varón. Esta interpretación, sin embargo, ha sido ampliamente cuestionada, ya que no existe una razón teológica de peso para impedir la ordenación de mujeres.

Otro argumento utilizado es la “tradición”, como si el hecho de haber mantenido una estructura patriarcal durante siglos fuera razón suficiente para no cambiarla. Sin embargo, muchas prácticas de la Iglesia han evolucionado con el tiempo, desde la liturgia hasta la relación con la ciencia.

También se ha esgrimido la idea de que las mujeres tienen un “papel diferente” dentro de la Iglesia, centrado en la maternidad, la educación y el servicio. Este argumento refuerza una visión esencialista y limitada del papel de la mujer en la sociedad, que no reconoce su capacidad para liderar en igualdad de condiciones.

A pesar de la resistencia institucional, las voces que exigen igualdad dentro de la Iglesia son cada vez más fuertes. Movimientos de mujeres católicas, teólogas feministas y sectores progresistas dentro del cristianismo han planteado la necesidad de revisar estas estructuras de poder. La pregunta no es si el Vaticano cambiará, sino cuándo y bajo qué circunstancias lo hará.

La Iglesia católica se enfrenta a una encrucijada: mantenerse aferrada a una estructura de poder obsoleta o abrirse a una reforma que refleje los valores de justicia e igualdad que dice predicar. Mientras tanto, las mujeres siguen siendo las grandes invisibles en el corazón de una de las instituciones más influyentes del mundo.

Y toda esta reflexión pasaba por mi cabeza mientras veía la película Cónclave, porque es imposible verla con ojos de mujer y no pensar en lo obligatorio, ¿por qué nadie hace nada al respecto? Bueno, quizá la lucha ahí demorará aún más, pero lo que no se debería repetir es aquella foto de los alcaldes de la ciudades principales de Colombia sin mujeres. Se vienen elecciones y es más que necesario nuestra representación en estos escenarios de poder. Porque la historia de la humanidad ya nunca más será sin nosotras.

@Lore_Castaneda

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