“La pintura es una poesía muda y la poesía es una pintura que habla”

La frase es de Simónides de Ceos, el poeta griego, quien será el primero en establecer la comparación entre pintura y poesía aproximadamente en el año 470 antes de nuestra era. De eso nos enteramos por Plutarco cuando nos cuenta que el poeta estableció tal comparación porque a su entender: “las acciones que los pintores representan mientras suceden, las palabras las presentan y las describen cuando ya han sucedido”.

Así entonces mientras el pintor necesita tener su modelo presente en el momento en que realiza un cuadro, al poeta solo le bastaría estar presente en el momento. Luego lo reconstruirá y lo hará inmortal a través de su memoria y la técnica de sus palabras. De allí que el poeta de Ceos también sea reconocido como uno de los padres de la mnemotecnia.

Se cuenta que ideó un método para recordar tan efectivo que luego de salvarse milagrosamente de morir aplastado por el derrumbe del techo de la casa de un boxeador de nombre Skcopas, donde se encontraba cenando y presentando un poema que había compuesto por encargo para celebrar una victoria de su anfitrión, será capaz de identificar a cada uno de los comensales entre el montón de cuerpos irreconocibles porque recordaba perfectamente quién estaba en cada uno de los lugares de la mesa en la que compartían la cena.

Todo apunta a que el motivo que llevó al poeta a establecer tal comparación se debe a una necesidad práctica. Simónides quería que su labor fuera reconocida como un oficio cuyo producto final tenía el mismo valor de trascendencia en el tiempo, y efecto de ennoblecimiento y grandeza, que las obras del pintor o del escultor; ya que con sus epinicios el poeta estaba entrando en el mercado de las obras que ofrecían y garantizaban la inmortalidad.

La poesía, dirá Simónides, es mejor para perpetuar la memoria porque su estatus de realidad da mayor garantía de la eternidad en tanto que no la afectan ni la lluvia, que no le hace mella, ni el paso de los años, que no desgasta sus colores. Fue así como en aquellos días el poeta terminó cobrando mucho más por sus poemas que el pintor por sus pinturas o el escultor por sus esculturas.

Al conseguir Simónides el reconocimiento del poema como un objeto artístico, elaborado por el ser humano no dictado por la Musa, y de la palabra como la “imagen de las cosas” —otra de sus frases—. Aparecen entonces entre nosotros las imágenes que no son vistas por los ojos en un entorno natural, sino que son evocadas y animadas a través de las palabras en la imaginación.

El fundamento de la comparación iniciada por el poeta de Ceos se hará popular cuando Horacio lo incluya en su Epístola a los Pisones, hoy en día también conocida como la Poética de Horacio. En el fragmento 360 encontramos su célebre tópico: “Ut pictura poesis”, en el que nos dice que la “poesía es como la pintura”, y continúa, “habrá una que te cautivará más si te mantienes cerca, otra, si te apartas algo lejos”.

El poema es entonces un objeto susceptible de ser contemplado y la imagen que nos presenta puede ser dictada por la realidad, surgida en la imaginación del poeta o una combinación de ambas. Cuando se corresponde con esta última, dirá Horacio, el poema nos agradará las veces que sea que volvamos sobre él.

La posibilidad de producir imágenes que imitan pero que no se encuentran en el entorno de lo considerado real, es el carácter de la poesía que no le da buena espina a Platón y por eso mejor toma distancia de los poetas expulsándolos de su República. Los pintores también tendrán que empacar sus corotos en tanto que sus imágenes son copias de una copia de las verdaderas imágenes que se encuentran en el mundo de las ideas.

Para Aristóteles la imitación, o mímesis como le decían ellos, es el punto de origen de toda creación y la única diferencia entre las imágenes de la poesía y las de la pintura, estará nada más que en los medios con los que cada una de estas artes crean dichas imágenes.

Además de crear sus propias imágenes la poesía puede hablar sobre, y recrear —o si lo prefieren, les da voz a—, las imágenes contenidas en las pinturas. Este recurso literario es conocido con el nombre de: Écfrasis.

La écfrasis es una vieja figura retórica que en principio era entendida como una “descripción extendida, detallada, vívida, que pretende mostrar el objeto ante los ojos”. Así la define Hermógenes de Tarso en ese tratado de ejercicios retóricos que le atribuyen y que es conocido como la Ecphrasis Progymnasmata.

Con el tiempo la definición general de esta figura se fue adecuando y hoy en día es entendida como la “descripción precisa y detallada, también animada, de un objeto o artefacto de arte. Esta obra de arte puede ser real o ficticia”.

El ejemplo más citado de écfrasis sobre una obra de arte ficticia es el fragmento 478, y siguientes, del canto XVIII de la Ilíada. En el cual se relata con sumo detalle el tipo de relieves que labró Hefesto en el escudo de Aquiles. Escudo que nunca tuvo un referente en lo que entendemos como realidad.

Ovidio es el autor de la antigüedad que con mayor asiduidad utilizó este recurso en sus poemas referido a obras de arte reales. Curiosamente sus poemas han generado a la vez una gran cantidad de pinturas que recrean los mitos o personajes mitológicos creados por él.

Muchos son los poetas que a lo largo de la historia han recurrido a la écfrasis dentro del desarrollo de su obra poética. Para no alargar mucho más esta entrada mencionaré apenas unos pocos:

Théophile Gautier, Charles Baudelaire y John Ruskin quizá sean los que más destacan en Francia e Inglaterra; Gustavo Adolfo Bécquer en España; Rubén Darío resalta en nuestro contexto latinoamericano; y en Colombia sobresale Nelson Romero Guzmán, quien fue reconocido con el LVI Premio Casa de Las Américas 2015 por su libro Bajo el brillo de la luna. Libro cuyo protagonista es Edvard Munch y que hace parte de una trilogía conformada por: La quinta del sordo (2006), cuya figura central será Francisco de Goya y Surgidos de la luz (1999), en el que trabaja a Vincent Van Gogh.

En el blog de Santiago Elso, titulado justamente Ut pictura poesis, encontrarán una amplia muestra de ejemplos de écfrasis.

Si usted es poeta, o aficionado a la poesía, y resulta tener entre sus textos alguno que haga uso de la écfrasis está de suerte, pues justamente ese es el tema del actual Concurso Nacional de Poesía que está convocando la Casa de Poesía Silva y que ha nombrado, siguiendo la vieja frase de Simónides, La poesía, pintura que habla. El plazo de entrega vence el próximo lunes 18 de septiembre y el fallo se hará público el 19 de octubre. Solo tiene que enviar tres copias de su poema y apuntarle a uno de los cinco premios que están entregando y que son muy buenos.

Finalizo esta entrada compartiéndoles un poema de Nelson Romero Guzmán titulado Jacobsen el cual hace parte del apartado Autorretratos de su libro Bajo el brillo de la luna:

JACOBSEN

Yo, el doctor Jacobsen, curo la depresión de todo Copenhague. Asisto al pintor, que parece haberse encerrado en la oscuridad más aterradora de sí mismo. El ruido aparatoso de su caída, con todos los utensilios de su gloria, debo recoger y volver a poner en su lugar. Para que esto ocurra, me convertiré en él. Ser otro es una tarea infame, pero sólo así podré salvar al artista de la inutilidad, de no ser gerente de un banco de Noruega o comerciante de autos en Ámsterdam. En las noches, el brillo de la luna se filtra por la ventana del cuarto hasta el lecho donde lleva varios meses delirando; se le oye conversar con la visitante, confesarle su obsesión por la muerte. Con sus dedos temblorosos, en la ventana le acaricia los cabellos a la iluminada alcahueta del cielo; eso lo sabe todo Oslo y esa leyenda le ha merecido la fama. Mi trabajo como psiquiatra de este hospital consiste en pintar de blanco la puerta del paraíso. Sólo así podré llegar hasta el fondo del alma de los enfermos. En ese fondo se me aparece Edvard Munch dibujando una luna y, mientras lo hace, distiendo sus nervios con pociones de bromuro y fuertes shock que aplico a su conciencia. En la medida en que le espanto los fantasmas, le desdibujo la luna, borro la blanca puerta del paraíso; luego le desvanezco su traje negro. Finalmente, le borro el título al cuadro: Melancolía.

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Al poco tiempo apareció un escrito anónimo en la portada de un diario de Cristianía, que en su cierre dice: A seis meses del pintor haber abandonado la clínica, en sus cuadros nunca más  volvió a asomarse la  luna. Triste desprestigio de los psiquiatras.