Nuevamente circula por allí una lastimera carta en la que otra vez el más importante de los poetas nacionales se queja por la que él considera la ruina espiritual de la Casa de Poesía Silva.
Según la misiva este ruinar inició hace varios años tras sufrir el abandono de centenares de poetas quienes se alejaron de la institución al no obtener el cambio que pedían en la dirección. Entonces, luego de este exilio masivo: ¡pum!, la casa se empezó a caer. Uno tras otro cientos de poetas fueron saliendo y claro, se llevaron la poesía.
Dejaron en pie apenas una edificación desolada.
Es una verdadera lástima porque antaño, según el vate, sí se hacían las cosas que se debían hacer y pululaban en la antigua residencia Silva Gómez los más destacados maestros de las letras del orbe, quienes alegres departían y regalaban su sabiduría. Noches de jolgorios letrados se repetían una y otra vez como emulando aquella última reunión en la que José Asunción terminaría siendo su comensal número trece. Ah tiempos aquellos, siempre es verdad que todo tiempo pasado fue mejor. Aunque, parafraseando a Silva, quizá sea que el tiempo y la distancia embellecen el recuerdo vago de las cosas.
Parece ser que el malestar en esta ocasión es provocado por la reciente imposición de la condecoración José Asunción Silva al Representante a la Cámara Telésforo Pedraza. El poeta intuye y especula que quizá la misma se debe a que hay por allí un aporte de por medio. Una platica que a alguien le entrará y quién sabe cuánta es. Especulación que ha tenido eco entre su corrillo de seguidores quienes muy juiciosos e indignados se han aplicado a replicarla.
Un supuesto truculento que desconoce, u omite voluntariamente porque la resolución está publicada en el número más reciente de la Revista Casa de Poesía Silva, que tal imposición fue decidida por la junta directiva de la casa, de la cual no hace parte el director, por allá en diciembre del 2015. El evento, pues, estaba en mora de realizarse y la condecoración se le otorgó, según tal acta, por el apoyo a un proyecto iniciado en 2014 que se llama La poesía al alcance de la voz el cual se desarrolla en regiones tan apartadas en la geografía nacional como el Bordo, Patía, en el departamento del Cauca, el Retén en el Magdalena o Toledo en el Norte de Santander.
Ahora bien, me pregunto, con esta especulación el poeta nos quiere dar una lección de ética y enseñarnos que está mal que la poesía busque apoyos en la política. Si la cosa es así estamos jodidos, esa relación es bien estrecha en la historia de la poesía colombiana. Está en nuestro ADN poético y entonces nos condena. Hasta el mismo José Asunción Silva alguna vez escribió una reseña condescendiente sobre la obra de Rafael Núñez para no malograr un trabajito en la Legación Colombiana en Venezuela.
Y miren ustedes lo que escribiría sobre nosotros, por allá en 1883, José Antonio Soffia, un diplomático chileno que había sido enviado a nuestro país para ganar para Chile nuestra gracia hacia el final de la Guerra del Pacífico:
Hay un modo de manejar a los colombianos. Y es que todos piensan que son poetas. Y todos tienen una vanidad tremenda por su poesía. Entonces, por favor, yo quiero que me manden un presupuesto para publicar los poemas de los colombianos eminentes porque no hay mejor modo de congraciarnos los chilenos con los colombianos que publicar sus poesías.*
Y saben qué, le funcionó. Somos unos sucios, cargamos la mancha original.
Sin embargo, lo que más me llama la atención de la carta es la equivocada idea que subyace en ella del poeta como el propietario de la poesía. Desde Valéry sabemos que la poesía es patrimonio de cualquier persona sin distingo de clases, ni de conocimiento académico, ni de profesión, ni de oficio. Es nuestra y nadie nos la puede arrebatar, ni siquiera los poetas.
Esta vanidad tremenda quizá sea la que no le deja ver al autor de la carta el valioso trabajo que se realiza actualmente en la Casa de Poesía Silva. En efecto no se ven poetas, salvo los que están colgados en las paredes, pero se ven adolescentes leyendo poemas, abuelas con sus nietos escuchando Los Maderos de San Juan, niños y niñas corriendo y buscando la medallita de plata que le dieron a Silva en el Liceo de la Infancia. Gente siendo feliz viviendo la poesía. La poesía viva.
Ver eso es mejor que ver a esos cientos de poetas acartonados que, la mayoría de ellos, más que estar preocupados por la Casa deberían estar preocupados por la poesía que es lo que menos se les ve en sus escritos. De un momento a otro ahora todos resultaron estar preocupados por defender el legado de María Mercedes Carranza. No se lo creen ni ellos mismos.
La verdad es que aquí no puedo menos que concordar con el director de la Casa de Poesía Silva cuando parafrasea la famosa frase de Georges Clemenceau y dice:
La poesía es un asunto demasiado serio como para dejarla en manos de los poetas.