Dios ha concedido a todos los seres humanos algún don, aunque la mayoría no sea consciente que lo posee y por eso no lo reconozca como tal. Es así, por ejemplo, que la bondad, la generosidad, la sabiduría, la paciencia, la ternura, la honestidad, por mencionar solo algunas virtudes, son estimadas solamente como simples cualidades y no como verdaderos dones. Sin embargo, en la actualidad, dentro de ciertos círculos, en los cuales impera el relativismo y el afán de alcanzar determinados fines sin escatimar los medios utilizados, se les califica negativamente. Es así que al bondadoso se le tilda de bobo; al generoso, de estúpido; al honesto, de «pendejo». En fin, esas virtudes, que son auténticos dones porque no solo edifican a la persona que las posee sino también a aquellas que reciben su efecto positivo, constituyen verdaderos impedimentos para que sus depositarios sean exaltados como ciudadanos ejemplares. Ese contrasentido es difícil de entender pero es así como se manejan, en el mundo de hoy, muchas instituciones que supuestamente están llamadas a favorecer a la comunidad. Algunos de sus dirigentes son deshonestos e incapaces; paradójicamente, son las figuras preclaras que destacan los medios aunque caigan después como verdaderos ídolos de barro.
Otros dones facilitan el reconocimiento social, por su ejercicio, de aquellos que los recibieron. Es el caso de la mayoría de los artistas como los pintores, escritores, escultores, bailarines, inventores etc. Su talento queda plasmado en las obras que realizan. Muchas trascienden el tiempo y quedan consagradas como verdaderas reliquias que deleitan estéticamente las generaciones de todas las épocas.
En mi caso siempre me he preguntado por qué recibí el don de interpretar los sueños. También me pregunto hasta cuándo lo voy a tener; si existe en alguna parte del mundo otra persona que lo posea y si su cerebro funciona igual al mío en el momento en que interpreta. Estos interrogantes me los planteé desde el principio y aún ahora me los formulo y no he hallado -y tal ven nunca lo logre- respuestas satisfactorias.
Vivir con el don no ha sido fácil para mí. En cada etapa de mi vida él ha desempeñado un papel importante en mis quehaceres. Al principio, en mi niñez, viví desconcertada porque me sentía diferente. Los adultos me miraban con curiosidad y me asaltaba el pánico cuando, al interpretar un sueño, debía anunciar sucesos tristes o trágicos como la muerte de un ser querido, un accidente, una enfermedad etc. Para una niña esa era una responsabilidad difícil de manejar. Además, mi familia me presionaba y me decía que las personas a mi alrededor no debían saber que yo tenía ese problema (así lo llamaban) porque iban a pensar que era bruja o estaba poseída por el demonio. Me asusté tanto con esas advertencias que cada mañana me despertaba con la ilusión de que el don hubiera desaparecido. Sin embargo, para mi sorpresa, ahí estaba.
Mi adolescencia no fue mejor. La situación que comenté anteriormente persistía pero me acostumbré a interpretar los sueños de mis compañeras de colegio y de algunas amigas. Ellas me esperaban todas las mañanas, antes de empezar las clases, y me contaban lo que habían soñado la noche anterior. Recuerdo que se emocionaban mucho con mis palabras y me hacían sentir que el don no era tan malo como me lo habían hecho creer. Era para mí una gran satisfacción comprobar que las ayudaba y empecé a darle las gracias a Dios por permitirme ser una persona útil para los demás.
He aprendido mucho gracias al don, especialmente sobre el comportamiento de los seres humanos, sus actitudes, motivaciones, reacciones tanto positivas como negativas; pero, por encima de todo, aprendí a conocerme a mi misma. El don ha sido mi guía como hija, hermana, esposa, madre, tía, cuñada, suegra y ahora abuela. Cuando comprendí que no era un problema sino una bendición, asumí la vida de otra manera. Entendí que Dios orientaba a la humanidad entera hablándole día a día por medio de los sueños. Por eso acostumbro, antes de acostarme, pedirle que me envíe el mensaje que voy a necesitar al día siguiente, particularmente si tengo algún asunto importante que resolver. A quienes acuden a mí les aconsejo que hagan lo mismo. Dios responde y siempre con acierto.
Sé que el don no se hereda. Ninguno de mis hijos lo tiene. Tampoco ningún otro miembro de mi familia. Creo que se extinguirá conmigo y seguramente regresará cuando mi espíritu vuelva y habite otro cuerpo. Tengo la convicción que así ha sido y así será. Cada vez vuelve renovado acorde con la época.
Siempre me preguntan por qué me demoré para compartirlo con todos. Mi respuesta es sencilla: por la forma en que fui educada siempre temí al qué dirán pero mi familia, amigos, compañeros, empleados, en fin, quienes me rodeaban, todo el tiempo lo tuvieron a su disposición. Nunca pensé que al iniciar la escritura de un blog sobre los mensajes de los sueños (hace siete años) se creara un gran revuelo en todo el mundo.
A Dios le pido que me siga guiando y que no permita jamás que nadie, nuevamente, me haga sentir avergonzada de mi don.