Para las mentes prácticas, analíticas y escépticas, la verdad, y por lo tanto la realidad, es todo aquello que es susceptible de ser demostrado. Por lo tanto, para ellas, el método científico es el único medio por el cual los sentidos y la razón pueden adquirir el conocimiento del mundo y sus fenómenos. Existen, sin embargo, experiencias individuales no factibles de ser reproducidas en un laboratorio, pero compartidas en las vivencias de muchas personas, que revelan la existencia de una realidad alterna, invisible pero cierta. Esas experiencias son los sueños. Gracias a ellos el ser humano puede atisbar el mundo espiritual y conocer algunos de sus aspectos esenciales.
Para concretar lo que he esbozado en el párrafo anterior, transcribiré a continuación un sueño que me envió un joven identificado como PEDRO y la respuesta que le remití explicándole el sentido de las imágenes que tanto lo inquietaban:
“Soñé que iba caminando y vi a una señora que me miraba, de pronto se vino hacia mí y al pasar era un espíritu. Pasó el susto y me vomité. Después me encontré acurrucado en un andén y pasaron volando muchos espíritus felices, les pregunté si eran felices y dijeron que sí; luego me encontré en un sitio donde había muchos ataúdes y la gente llegaba a pedir que les quitaran la vida para ocupar los ataúdes, las personas querían morir para ser felices. Después vi un auto y un señor en la parte trasera del auto. En el maletero, en el fondo, había un hueco y ahí metió 2 niños que gritaban. Las personas querían morir.”
Esta fue mi respuesta:
“Pedro, el sueño que narras te pone de presente que existe un mundo espiritual, que ese mundo es real a pesar de que tienes muchas dudas sobre su existencia. Mucha gente cree que la muerte es el fin de todo, que no existe “el otro lado”, y por eso vive afanada tratando de “sacarle el jugo” al máximo a la vida presente. Tú, sin embargo, tuviste la fortuna de comprobar que la muerte no es el fin sino una transición; que existe un mundo espiritual donde los seres que viven ahí son felices. Cuando viste que las personas que estaban vivas pedían “que les quitaran la vida para ocupar los ataúdes” y que “las persona querían morir para ser felices” Dios te estaba mostrando que el mundo material es pasajero, que la dicha plena, es decir, “el cielo” no es un lugar sino un estado que se alcanzará cuando los seres humanos nos liberemos de las cargas emocionales que nos impone el hecho de vivir en un mundo donde todo es competencia, discriminación, maltrato, envidia, resentimiento etc. Te pido que reflexiones sobre el mensaje que Dios te envió en este sueño para que empieces a cambiar algunas actitudes que tienes frente a la vida y las relaciones personales. No temas a la muerte, acepta que Dios existe, que existe también un mundo espiritual que es tan real como el material. Allá iremos todos al marcharnos de este plano. Y ahí seremos felices porque no tendremos un cuerpo que nos convierta en personas feas o bonitas ni posesiones materiales para medir si somos pobres o ricos. Solo sentiremos amor y podremos ayudar a quienes quedaron en el mundo material (familiares y amigos) mediante mensajes que les transmitiremos a través de sus sueños.”
La experiencia onírica de Pedro lo puso en contacto con esa realidad alterna que mencioné al principio de esta entrada. Allá impera el amor, la libertad y la verdad. En este mundo material, que muchos creen único, es poco probable que alguien verdaderamente quiera morir para ser feliz. La felicidad, como la entienden algunos, está asociada a la conquista de logros que los coloquen por encima de los demás. De igual manera el sentido exagerado de la propia importancia, el fariseísmo de creer que se es “mejor” que el otro, el arrobamiento ante la propia belleza, la conquista del poder, la acumulación de bienes de fortuna y otras tantas actitudes similares, generan en el ser humano el indeclinable deseo de vivir por siempre. La idea de morir a muchos les causa pánico. Por eso hay que darle la razón al autor de la famosa frase “TODOS QUIEREN IR AL CIELO PERO NADIE SE QUIERE MORIR”. Esa es la verdad.
La mayoría de las personas se aferra a la vida con ansiedad. La idea de partir dejando atrás personas amadas, bienes, títulos, fama, prestigio, etc., aterra a más de uno. Ese temor de perderlo todo nace de la falta de conocimiento del mundo al que llegarán después de liberarse del cuerpo físico. Es decir, “el otro lado”. Algunas personas, como Pedro, han tenido la feliz oportunidad de vislumbrar esa realidad intangible pero cierta. Por ese motivo el mensaje de esta clase de sueños generalmente le señala a quien lo tuvo que debe cambiar su manera de vivir, que la vida no consiste en la búsqueda permanente del placer y la satisfacción plena de los sentidos. Soltar la rienda a los instintos y a las bajas pasiones jamás proporcionará la felicidad. Al contrario, después el efecto de rebote dejará en la conciencia el sabor amargo del remordimiento y la frustración por haber perdido el tiempo, la salud, el dinero y, en muchos casos, la vida misma en acciones poco edificantes. Por eso es necesario “matar” esas malas energías y sentimientos negativos para que pueda brotar la felicidad. Se trata de un renacimiento en términos espirituales, no hay que morir físicamente para alcanzarla, como en las imágenes del sueño de Pedro. Solo hay que cambiar de actitud.
Varios temas de reflexión pueden ayudar a extractar algunas conclusiones sobre las inquietudes que más preocupan a mucha gente. Veamos: Primero, ¿Al final, qué importancia tiene ser alto, bajo, gordo, flaco, feo, hermoso, etc.? Aparentemente ninguna. Todos los esqueletos parecen iguales. La belleza y demás atributos físicos desaparecen, incluso con el simple paso de los años. Entonces, la felicidad no está en la apariencia exterior. Segundo, ¿Qué se puede hacer con el oro, los carros, las casas, el dinero, las joyas y demás pertenencias ante la inminencia de la muerte? Nada. Todo se queda de este lado y otros lo continuarán disfrutando. Tercero, ¿Y los títulos, académicos o nobiliarios? Tampoco sirven. Ser doctor, rey, conde o marqués no cuenta para nada. Entonces, ¿cuál es la moneda que circula en el otro lado? Sencillamente la moneda del amor. Pero para gastarla allá hay que empezar a acuñarla de este lado. Recuerden: “amarás al prójimo como a ti mismo”. Esta frase de Jesús de Nazaret, incluida en su respuesta a la pregunta de un escriba sobre los mandamientos, resume toda la enseñanza de los Evangelios y su contenido es un verdadero mandato para aquel que quiera ser feliz de este lado y del otro. Vale para todas las personas, incluso para aquellas que por distintas razones no profesen el cristianismo. Ella no encierra una postura religiosa sino un plan de vida.
A manera de corolario deseo puntualizar lo siguiente: El otro lado sí existe. Es el plano espiritual, al que marcha nuestra esencia invisible después de abandonar definitivamente el cuerpo físico. Allá no vale cuán importantes o ricos pudimos ser en este mundo. Solo nos tomarán en cuenta nuestras acciones. Por eso, hagamos el bien, sin mirar a quién. De ese modo seremos útiles, felices y verdaderamente valiosos ante nuestro Creador.
La Navidad, el nacimiento espiritual del Niño Dios en el corazón de cada persona, debe traer consigo paz y amor para que surja en todos la nueva criatura, buena y feliz, que esperamos ser. Bendiciones.