A muchas personas les fascina blandir la férula de la ciencia para “castigar” a quienes cometen la osadía de proponer verdades o principios que no coinciden o se contraponen a aquellos que profesan. Es decir, motu proprio resolvieron integrar, a estas alturas del desarrollo del pensamiento y la tecnología, el tribunal de la inquisición científica para quemar en la hoguera de sus diatribas a los disidentes de su fe. Quizás olvidan que durante la guerra fría tanto norteamericanos como soviéticos se aplicaron a estudiar con mucha seriedad fenómenos que desbordaban las leyes científicas y no tenían una explicación satisfactoria dentro de los límites de la lógica y los postulados del ser. Me refiero a casos conocidos, comprobados y documentados de telepatía, telequinesis y otros que por su naturaleza fueron calificados como “paranormales”.

El objeto de tales estudios era desarrollar, a partir de esas experiencias, nuevas armas para mantener a raya al enemigo o espiarlo con mayor efectividad. Son muchos los reportajes escritos sobre el tema los cuales invito a leer para que los interesados conozcan con más detalle este aspecto de las investigaciones llevadas a cabo en la segunda mitad del siglo veinte.

De todo ese material quiero destacar que lo más importante a mi modo de ver es la actitud libre de prejuicios y llena de expectativas con la cual tanto soviéticos como norteamericanos emprendieron sus trabajos. No descartaron la investigación suponiendo que el tema era propio de gente ignorante o de personas fantasiosas. Tampoco establecieron como premisa la imposibilidad de la existencia de facultades especiales para concluir que ningún ser humano podía poseerlas. Al contrario, su punto de partida para acometer ese proyecto fue la consideración de que todo era posible y por lo tanto valía la pena indagar a dónde se podía llegar.

Me causa extrañeza, por eso mismo, que sean muchas las personas que atacan o descalifican sin argumentos válidos pero soportados en la “ciencia” a quienes demuestran poseer un don, una facultad o un talento especial para desarrollar una actividad que está fuera del alcance de la mayoría. Lo peor de todo es que hablan sin tener el sustento de la experiencia previa que les permita evaluar el objeto de sus críticas. Es decir, sin el ensayo y verificación del funcionamiento o fracaso del don o talento materia de análisis no sería posible llegar a una conclusión con una gran probabilidad de acierto. Este procedimiento de comprobación fue justamente el que llevaron a cabo soviéticos y norteamericanos.

En el caso concreto de la interpretación de los sueños suelo escuchar las voces de quienes desde la esquina del sicoanálisis predican con insistencia que los sueños solamente son la realización de deseos reprimidos. Son defensores de oficio de Freud y sus teorías y descartan de plano la existencia de una alternativa con un enfoque diferente pero válido que permita encontrar la verdad que encierran las imágenes de un sueño. Algunos olvidan, quizás, que el célebre médico en los inicios de su carrera fue víctima de la incomprensión de sus colegas precisamente porque sus teorías no coincidían con lo que ellos consideraban verdades inmutables.

En su momento Freud dijo una verdad indiscutible hasta hoy: las imágenes de los sueños tienen un significado. El problema, en consecuencia, era encontrar el significado de esas imágenes. Freud inició su búsqueda partiendo del análisis pero yo encontré la respuesta, con el paso del tiempo, en una obra mucho más antigua que las publicaciones del sabio austríaco: la Biblia.

Al principio, durante mi niñez, yo misma no sabía que los sueños eran mensajes de Dios. Mi conocimiento se limitaba a decirle a la persona que me narraba un sueño lo que ocurría en su vida o la ocurrencia de acontecimientos futuros. He dicho hasta la saciedad que el primer sueño que interpreté en mi vida, siendo muy niña, fue uno de mi madre que ella le contaba a una de mis tías. Sin tener plena conciencia de lo que decía dije con mucha naturalidad que mi hermano menor –en ese entonces- sufriría un accidente. Ese mismo día en horas de la tarde el niño, de apenas un año de edad, sufrió una herida cuando el biberón de vidrio cayó de sus manos. Durante mucho tiempo creí que todo el mundo podía hacer lo mismo. Después me convencí de que no era así.

Con el correr de los años y del avance de mis estudios en un colegio católico fui aprendiendo las enseñanzas propias de las materias de cada curso y las bases de mi formación religiosa. En las Sagradas Escrituras descubrí que desde el principio Dios se comunica con los seres humanos por medio de los sueños para guiarlos, aconsejarlos, advertirlos de un peligro, en fin, para ayudarlos. También me enteré que en momentos históricos determinantes para el pueblo escogido dotó de la capacidad de interpretar los sueños a personajes como José el hijo de Jacob y a Daniel.

Algunas personas creen que poseer la capacidad de interpretar los sueños y saber lo que pasa en la vida de otras personas es un motivo de felicidad. Debo decirles que no es así. Al contrario, son muchos los momentos difíciles y sufridos que vivo cuando me veo abocada a decirle a alguien lo que está haciendo a espaldas de los demás, especialmente si se trata de su pareja. O cuando sé a ciencia cierta que mi interlocutor me está diciendo una mentira para quedar bien conmigo o para justificar un incumplimiento de su parte. Por eso creo que en determinadas situaciones lo más sano para el equilibrio emocional es no saber lo que piensan o hacen las personas que nos rodean. Algo de verdad hay en el refrán que dice “ojos que no ven, corazón que no siente”.

A los que creen que he vivido de interpretar los sueños debo decirles que no es así. Hace tiempo aclaré que en cierto momento de mi vida, en mi temprana juventud, decidí ocultar mi don para evitar que me confundieran con una adivina. Eduqué a mis hijos con mi trabajo como empresaria independiente y solamente cuando vi que todos concluyeron sus estudios universitarios y formaron sus propias familias, decidí poner el don al servicio de los demás. Interpreto de manera gratuita los sueños que me llegan al correo info@elportaldelossuenos.com en el programa “Los mensajes de los sueños” que emito por mi página web www.elportaldelossuenos.com de lunes a jueves a partir de las 9:30 p.m. hora de Colombia. De manera excepcional las personas que voluntariamente desean hacer una donación para apoyar una obra social y contribuir con los costos de emisión del programa, pueden hacerlo.

Es mi obligación dejar en claro, también, que existen muchos vividores que ocultándose bajo el manto de “intérpretes de sueños” se dedican a defraudar la credulidad de quienes les confían sus expectativas relacionadas con la experiencia de un sueño y a cambio reciben una sarta de mentiras sin fundamento. En estos casos el fraude podría no ser económico porque ese detalle –aunque grave- sería el menos relevante. El engaño o estafa moral radica en distorsionar el contenido del mensaje que puede ser de una trascendencia vital para el soñador.

Cada persona que haya experimentado un sueño y quiera conocer su interpretación debe saber que Dios le envió un mensaje respecto a lo que está aconteciendo en su vida con el fin de guiarla para que tome una decisión correcta.

El Portal de los Sueños

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