Parafrasear en parte la estrofa inicial del conocido tango Cuesta abajo para titular esta entrada me sirve de apoyo para tratar un tema ignorado por muchos y sufrido por otros. Ya les diré por qué.
Antes de entrar en materia debo explicar que debido a una cirugía de columna que me practicaron hace poco me vi forzada a guardar cama durante varias semanas. En ese tiempo me dediqué, entre otras actividades, a ver en televisión películas, series y documentales en distintas plataformas.
En una de esas series extranjeras vi, desempeñando un papel secundario, a un artista de avanzada edad cuyo rostro me pareció familiar. Cuando lo reconocí plenamente recordé que durante la década de los ochenta, cuando él era un hombre joven, había sido el protagonista de una serie de televisión muy popular. Era, en esa época, un hombre famoso. Quedé impactada no por la marca que el paso del tiempo había dejado en su rostro sino por verlo en el presente interpretando un personaje de poca importancia en una fugaz aparición. Sentí pena por él y dolor en mi corazón porque entendí que le dieron esa pequeña participación solamente para ayudarlo.
Frente a esta situación mi cabeza se llenó de preguntas. ¿Era necesario que él continuara trabajando a su edad? ¿Su situación económica lo obligó a hacerlo? ¿Acaso rogó para que le dieran ese pequeño papel? ¿Qué hizo con el dinero que ganó cuando fue un artista famoso?
Sentí tristeza si las respuestas a mis interrogantes llegaran a demostrar que debió bajar la cabeza y humillarse para recibir una “ayuda”. También si fue irresponsable en su época dorada y derrochó el dinero que ganó gracias a sus muchas actuaciones.
Reflexioné, entonces, en que sin ir tan lejos, en nuestro país había muchos casos similares no solo de artistas, también de boxeadores, futbolistas, cantantes y de hombres y mujeres de distintas profesiones. En ese momento vinieron a mi mente las palabras que, hace varios años, durante una conversación, me dijo un familiar refiriéndose a su experiencia cuando estando en una tertulia con amigos vio pasar por la acera del lugar donde estaban a quien fuera uno de sus ídolos de juventud: un excampeón mundial de boxeo convertido en ese momento, por su apariencia y maneras, en un indigente. Él me dijo: “casi lloro cuando lo vi, me parecía imposible que esa figura famélica y desgreñada fuera el mismo hombre exitoso que me hizo madrugar varias veces para verlo pelear en países asiáticos defendiendo su título mundial. Me sentía orgulloso de sus triunfos y lo admiraba mucho”.
Creo que personas como ésa no estaban preparadas para manejar tanto la fama como el dinero. Lamentablemente, además, la mayoría de quienes se acercaron a ellos durante sus momentos brillantes lo hicieron para adularlos y sacar provecho económico de su confianza. Las falsas amistades solo conducen al vicio y a la ruina moral y financiera. Por eso se dice que la riqueza sirve para saber cuántos amigos tenemos y la pobreza para saber cuántos amigos nos quedan.
La falta de consejeros leales y capacitados hizo rodar por la pendiente del fracaso a hombres y mujeres talentosos. Muchos terminaron viviendo en la calle y otros en asilos gracias a la caridad de amigos, familiares o de personas bondadosas que los recordaban con cariño.
Desarrollar el valor de la responsabilidad o asesorarse de personas honestas y expertas en materia financiera, debe ser un principio para tener en cuenta por todos. Particularmente por aquellos que, gracias a un golpe de suerte o producto de sus esfuerzos o talentos, amasaron bienes de fortuna. Es lamentable perderlo todo por causa de malos manejos propios o ajenos. Llegar a la vejez en esas condiciones es doloroso si, además, para sobrevivir, es necesario tocar el corazón de conocidos o viejas amistades. Por eso siempre he dicho que inspirar lástima para invocar la caridad de otros no es una opción. No se debe renunciar a la dignidad bajo ningún pretexto.
Por otro lado hoy día, gracias a la tecnología y las redes sociales, tenemos una nueva categoría de personajes famosos por lo que hacen, dicen o promocionan. Se trata de los influencers (que significa “influyentes” o “influenciadores”) y los youtubers. Son lo mismo, pero su apelativo varía de acuerdo con la plataforma que utilicen. La mayoría son jóvenes y se caracterizan porque su afán es llamar la atención de sus potenciales seguidores. Varios, por esa razón, han perdido la vida intentando tomarse fotos desde puentes, bordes de precipicios, techos, escaleras, etc. Pero lo peor de todo, en mi opinión, es la explotación del dolor propio o ajeno con fines utilitaristas. Algunos han llegado al extremo de publicar fotografías junto a los cadáveres de familiares o amigos acompañadas de frases que reflejan falsos sentimientos de amor y tristeza.
En este punto vale la pena pensar en cuál es el futuro de la humanidad ante el evidente desarrollo de una cultura de la inmediatez y la ganancia rápida. En consecuencia, los valores tradicionales se han ido diluyendo sin remedio. El desprecio por el estudio es evidente. Las universidades, con el tiempo, serán repositorios de un conocimiento inútil. La dependencia social de la tecnología para resolver asuntos cotidianos es mayor cada día. La inteligencia artificial nos asiste para elaborar tareas de toda índole. Ya no es necesario pensar ni investigar. La solución de cualquier problema está a un clic. Por este camino avanzamos muy rápido hacia la involución total. Pronto seremos robots humanos dirigidos por máquinas que piensan. El panorama es apocalíptico. La debacle de la humanidad se avecina a pasos agigantados si no reaccionamos pronto. Pero….¿cuándo?
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