Los días previos a la visita del Papa me fue invadiendo una gran emoción solo de imaginar a un Papa recorriendo los paisajes vinculados a mi infancia: el parque Obrero y su hermoso Hogar San José, el parque de Boston, la Avenida de la Playa. Un Papa que hizo santa a la Madre Laura.
Todavía tengo vivo el recuerdo de los años que pasé en el colegio de La madre Laura y atrás en las abiertas aulas del hogar San José, adonde me llevó la curiosidad infantil y la generosidad de un centro que ha tenido en su ADN la prioridad de servir a la comunidad. Fue un año perfecto. En aquel lugar rodeado de jardines y mucha espiritualidad aprendí a bordar en cartulina y el arte de las conversaciones. Nos fascinaba ir a cargar los niños huérfanos lo que me permitió pasar un año en ese hogar que el papa Francisco visitó.
El Medellín de mi infancia era un lugar de puertas abiertas y mucha humanidad. Con una amiga viajera traspasamos las fronteras de nuestro barrio. Una mañana de vacaciones llegamos a los predios sembrados de mangos y pomas del colegio La madre Laura situado en Buenos Aires Vergel. Petrificada y horrorizada presencie cómo los perros mordían a a mi compañera de travesuras. Una monja muy azorada nos rescató de las garras de los perros. Curó las heridas de mi amiga y nos reprendió con gran cariño. El amor por esas monjas no se hizo esperar: conseguí estudiar en ese lugar ligado para siempre a la bondad. Tristemente el colegio cerró y mi vida se trasformó en los nuevos colegios en los que el espíritu laico me privó de esos infantiles y provechosos acercamientos a Dios. La hermana Elvia tenía el convencimiento que sería monja, pues solía participar en la misa leyendo el evangelio y comentándolo después con el desparpajo y la ingenuidad de la niñez.
Ahora vivo el fervor y la pasión que despierta un Papa que habla las lenguas de la solidaridad y el amor tan necesarios para una población castigada por la violencia, por el abandono de las iglesias y por el miedo que despierta el pobre, el diferente, y en la que se hace vital, las palabras sanadoras en una ciudad que percibo herida, pero no vencida.
Todos con el Papa
Días antes recorrí despacio esos lugares y personajes que visitó el Papa y que hicieron parte de un tiempo en el que Medellín con 270 mil pobres y 70 mil comenzaba a padecer los problemas de las ciudades que crecen.
Me empezó a extrañar el tono burlón de mis sobrinas cuando hablaba de mis fantasías papales y de la emoción que me provocaba un Papa que trasmite justicia, equidad y modernidad. «Tú que nunca vas a una iglesia te vas a dar la paliza para ver el Papa», me espetó una amiga de la infancia. Cada vez que escuchaba la palabras de Francisco me soñaba el papamóvil desplazándose despacito y saludando desde su tribuna a esa multitud hambrienta de amor y atención.
No hice nada para acreditarme porque quería verlo entre la multitud, pero me acerqué al Hogar San José y le expliqué a monseñor Santamaría, tan amado por esa gran obra que realiza, mis intenciones y me dijo «ponte a las doce frente al mural del Papa. Por esa puerta saldrá el Papamóvil».
La noche anterior me acerqué al lugar indicado, donde ya había grupos acampado. Una señora muy hostil al principio decidió ayudarme y guardarme un puesto. A cambio le prometí café a lo que respondió que no era necesario. Esa noche hice tortas y en la mañana, muy temprano las llevé con café. Se pusieron contentos y me enseñaron mi sillita. Les dejé el termo y me marché a hacer fotos.
La ciudad aún no se había ubicado detrás de las vallas, lo que me hizo confiar en que volvería ese lugar de privilegio donde podría hacerle una buena foto al Papa, e incluso, que bendijera una medallita que compré para mi escéptica sobrina. A la altura de la iglesia de Boston había más gente que en la Avenida de la Playa. La fachada de la iglesia ofrecía una triste imagen. Un arreglo vegetal que parecía de plástico coronaba el arco de la puerta principal y al lado un hombre luchaba con una escalera para colocar unas letras de bienvenida. Parecía como si el de la papelería de la esquina se hubiera demorado mucho en fiarles el papel dorado para forrar las letras, o que la caja menor se hubiera tardado en aprobar el dinero para decorar el escenario. Extraño que los policías que custodiaban las calles hicieran el curso con un año de anticipación y que una de las iglesias más clásicas de la ciudad estuviera haciendo a última hora una decoración más digna de un párroco de vereda que de un Papa. En el Carmén de Viboral, municipio cercano a Medellín tenían la Iglesia adornada con imágenes y frases muy bellas de Francisco. Chocante que en la ciudad donde los silleteros crearon obras gigantes para la feria de las flores en los centros comerciales, no tuvieran una sola silleta en todo el recorrido del centro. Cuando por fin terminaron la fachada al arco y a la corona le añadieron otra de plumas, en la tierra de las flores, con una diminuta imagen del Papa.
Y entonces de verdad el cielo se echó a llorar y cuando quise darme cuenta al recorrido del Papa le habían echado candado. No pude ir a mi sitio de privilegio porque era imposible pasar al otro lado de la calle. Así que me resigné a ver el Papa desde otra barrera menos afortunada. Llovía y la gente exasperada por la desinformación -que sí que el Papa subía y luego bajaba, afirmaban unos, mientras otros aseguraban que pasaría en un coche tapado porque el Papa movil solo era para la misa del Olaya Herrera-. Entre especulaciones y un público que yo sentía, aún en su entrega y paciencia por las condiciones de encierro y lejanía, melancólico y apático, se iba acercando la llegada de Francisco y de pronto lo hizo y pasó tan rápido que la gente quedó aún más aplanchada.
Yo tengo que confesar que sentí una intensa emoción y el pecho me dolía tanto que llegué a pensar que estaba sufriendo un ataque al corazón. Las fotos quedaron mal y la verdad no me importó porque allí en medio del estupor y una cierta decepción entendí por qué en Medellín la gente humilde se siente tan alejada de Dios y de los hombres: no hay misericordia con ellos. Mientras en Cartagena el papamóvil se vio descubierto y a la gente abrazando un Papa que emociona y enamora con sus palabras, en Medellín todo fue prisas, menos, para reunirlo plácidamente con la jerarquía eclesiástica.
La gente de Medellín merecía y necesitaba más.