Fotos: Victoria Puerta. Los apasionados por los buenos productos y las mesas autenticas y ancestrales, deberían hacer el recorrido por el Piamonte italiano, cuna del slow food

En Bra funciona la hostería de Boccondino: sede del movimiento slow food. Probamos un guiso preparado con los tintos de la región, pasta artesanal y un postre de panacota que aún tengo en la memoria gustativa.

En diciembre de 1989 Carlo Petrini presentó el movimiento slow food para luchar contra «la estandarización del gusto en la gastronomía». La investigación del producto local y sobre todo el respeto y la recuperación de sabores y saberes culinarios ancestrales han convertido este lugar en un verdadero santuario del conocimiento gastronómico. Una librería, un bonito patio y varios salones preparados para conferencias y encuentros, sirven de apoyo a un movimiento que ha generado uno de los centros de estudio más importantes del mundo, la Universidad de Ciencias Gastronómicas.

Apenas con el eco de un movimiento que se repite como un mantra entre ciertos cocineros llegué al norte de Italia, a la región de Piamonte, donde reinan las trufas blancas de Alba y los vinos de Barolo, que acompañan las mesas de una región hermosa que además se ha apropiado con pasión del chocolate y el café.  En sus bares y comercios se respira un tratamiento muy cuidadoso de los tesoros de una tierra que se encuentra entre valles, colinas y lugares donde se vive una forma de comer exquisita y natural. En ninguno de sus restaurantes encontré esos menús largos y cansinos tan de moda en los restaurantes de nuevo cuño.

Buscando más referencias de lugares vinculados al slow food, fuimos a la panadería, Pecorino Vesco, ubicada en Turín, olvidada ciudad que tiene mas de veinticinco kilómetros de portales y donde se inventó el chocolate sólido. En Pecorino Vesco te ofrecen unos panes de masa madre y harinas venidas de todos los rincones de Italia, amén de unos bocados hechos con delicadeza y amor para acompañar los ricos espumosos de la región.

Buscando esa esencia romántica viajamos hasta Cuneo, y por esos despistes de viajeros, llegamos al mercado ubicado en un viejo edificio, mal iluminado y frío, pero con sus entrañas repletas de productos increíbles: quesos de cabra, embutidos aromatizados con romero y desconocidas hierbas del Piamonte, tomates secos y pequeñas bombas de sabor cultivadas en huertos caseros. Después de decepcionarnos con el otro mercado, que ahora es un triste compendio de baratijas chinas y que aún las guías promocionan como mercado con encanto en el que se  encuentran antiguedades y productos locales, paseando como al descuido descubrimos La Osteria della Chiocciola. No podíamos marcharnos sin llevarse un par de botellas del excelente vino de Barolo, pero al final pasamos a su comedor ubicado en la segunda planta.

Comer allí es un autentico priviligio. No solo hay un gran respeto por la comida, sino por el bolsillo del comensal. Un menú de 34 euros, bebidas aparte, bastó para dejarnos felices de poder degustar cuatro platillos y un postre, hecho a la manera de los restaurantes con estrella Michelín, y que además se pudo compartir en platos individuales, cosa que no les gusta a los restauradores de medio mundo. Unidas al restaurante funciona, una tienda de vinos, aceites y diversos productos gourmet

 

Foto: Victoria Puerta.En las tierras del Piamonte italiano

 

Hay palabras bonitas que de tanto escucharse se vuelven huecas y hay otras que ingresan en tu diccionario y te vuelven la vida un constante olor a tiempos antiguos y hermosos. Tiempos apacibles, comidas preparadas  con criterio, paisaje y hombre que se funden en el plato. El Piamonte y su gran aporte al mundo de los que aprecian las cosas hechas con fundamento. El slow food, o la vida convertida en placeres lentos

 

Foto: Victoria Puerta. Hay que apartarse de los circuitos turísticos para descubrir lugares como Monforte. El arte está en el aire.