Llama la atención que en la franja del continente donde se encuentran los dos países más diversos del planeta no exista un Arca de las dimensiones del Svalbard, con sus 983.5000 muestras, muy por encima del de For Collins con 625, Pekín 4000.000, New Delhi con 4000 o San Petersburgo con 325.000, y cuya fuente principal de abastecimiento lo constituyen las selvas ubicadas en diversos puntos del planeta en las que ejércitos de investigadores acampan por allí como sombras, descubriendo y catalogando la riqueza de selvas y bosques que contienen información vital y que descansan en los más de 1700 bancos de semillas, ninguno con las características y la logística de estos cinco megabancos de especies botánicas.
Los campesinos de antes recuperaban una parte de su cosecha para sembrar al año siguiente. Tesoros genéticos que mantenían el equilibrio y la diversidad en el medio rural. La industrialización de la agricultura, la monopolización y el patentado del patrimonio local de semillas y técnicas han dejado al campesino a merced de las multinacionales. Lo que en un momento fue rendimiento, ligereza y una aparente mirada futurista, se ha convertido para los países pobres en una gran pérdida de soberanía alimentaria y dependencia de multinacionales que fijan con sus criterios lo que cada país debe sembrar en función del mercado internacional.
Colombia debe recuperar su puesto de productor de papas, maíz, arroz, frijol y carne e insumos para una agricultura más sostenible.
Las tierras de cultivo se han ido sustituyendo por grandes extensiones de flores, palma africana y ganadería. Hay abuso de fungicidas y pesticidas, que ha contaminado suelos y cultivos. Hasta llegar a producir titulares tan tristes como ese de que «Antioquia se quedó sin frijol».
No obstante, según la FAO, Colombia cuenta con una situación privilegiada para incrementar su producción agrícola y puede convertirse en una de las grandes despensas del mundo, «pues es uno de los siete países en Latinoamérica con mayor potencial para el desarrollo de áreas cultivables».
Un informe que nos pone a soñar, pues entre 223 países en donde se evaluó el potencial de expansión del área agrícola, sin afectar el área del bosque natural, Colombia fue clasificada en el puesto 25. De los 22 millones de hectáreas cultivables que tiene el país, sólo están sembradas 4,8 de ellas. Si a estas cifras se les suma el gran potencial de la altillanura colombiana para desarrollos forestales y agrícolas, estimado en 3,5 millones de hectáreas, el panorama es muy prometedor.
Según la FAO, el 80 % de la cantidad de alimentos nuevos que se necesitarán para el 2050 deberán salir de sociedades agrícolas mejor estructuradas, provistas de bancos de semillas autóctonas, cuyo principal escollo es la desaparición de una de cada cinco especies a causa de la deforestación, la agricultura extensiva, la contaminación, la urbanización desmedida en humedales y en tierras aptas para el cultivo, factores que avivan el debate del cambio climático.
«Un panorama que debe cambiar liderado por políticas transformadoras del sector productivo colombiano, apostando por mejoras genéticas, tecnologías de punta, agricultura de precisión, automatización, desarrollo de núcleos, economías de escala, valor agregado y todo con enfoque de mercado». Hay que dar el paso y que esas previsiones salten de los despachos al campo.
Colombia es un país privilegiado por su ubicación geográfica, variedad cultural, climas diversos, flora, fauna, cuencas hidrográficas y recursos naturales. Tales fortalezas han hecho que la agricultura colombiana sea una fuente de ingresos para una parte de sus habitantes.
Por tal razón se hace necesario que el Estado colombiano defina políticas públicas y estrategias para fortalecer y promover una agricultura sostenible en el país. Así se logrará un responsable y adecuado aprovechamiento de los recursos naturales.