La ONU venía advirtiendo que el mundo del turismo estaba provocando la extinción de especies, la aceleración del cambio climático, el colapso de los antiguos barrios familiares, convertidos a cuenta de la gentrificación, en lugares problemáticos para la convivencia ciudadana y la conservación de tesoros arquitectónicos. Y, de repente, ese grito que tímidamente se acallaba con políticas poco eficientes vino a silenciarse con la pandemia que le ha echado el cierre a los movimientos frenéticos y desmesurados del turismo masivo.
Las ciudades y rincones más bellos del planeta venían acusando un cansancio extremo ante la llegada masiva de turistas. El ansiado respiro llegó bajo el paraguas de un virus que lo ha cambiado todo.
Siempre se ha criticado el desgaste con la llegada masiva de turistas y, sin embargo, destinos como Benidorm convierte la experiencia en una actividad relajante a pesar de sus impresionantes índices de ocupación. Benidorm, encuentros cercanos, no obstante su elevadísima ocupación, ostenta cifras increíbles en su conservación de fondos marinos, mobiliario urbano y playas, que suelen tener bibliotecas para niños y en sus paseos espacios para descansar muy bien diseñados. Pero hoy los 20 mil puestos de trabajo directos, están en serios aprietos, en una ciudad que depende exclusivamente de ingleses, alemanes, franceses y, las cada vez menos, familias españolas, confinadas y atemorizadas por un virus letal que se ceba en los encuentros masivos.
Ya muchos lugares turísticos habían entendido que el turismo masivo es una industria que, si no está bien estructurada, puede convertirse a largo plazo en un problema, pues suele ir acompañada de turismo de borrachera, desgaste cultural y sobre explotación de los recursos naturales, vinculados al mar en los destinos de sol y playa. De la tasca al atasco.
No todos los destinos tienen la desdicha en este momento de crisis sanitaria, de estar al borde del hundimiento. Los viajes a hoteles rurales, a las ciudades que permiten recorridos menos masificados, e incluso el descubrimiento de los propios lugares donde se vive, ha permitido sobrevivir a la industria del turismo, que ha tenido que reinventarse con mundos virtuales, actividades más relajadas y contenidos que no obligan a caminar codo con codo.
Uno de cada diez puestos de trabajo del planeta provienen de la actividad turística, lo que está obligando a los gobiernos a retomar con la velocidad del rayo, empresas deslocalizadas y actividades que generan otra forma de estabilidad económica. La Agenda 2030 de Desarrollo Sostenible creada en 2015 por la ONU, a través de 17 objetivos que buscan la igualdad entre personas, proteger el planeta y asegurar la prosperidad, es ahora o nunca cuando debe aplicarse, y no hasta el 2030″
Entre tanto, los viajes van a medio gas y su pausa ha hecho replantear su modelo a las plataformas colaborativas como Airbnb, blablacar o HomeAway, entre otras muchas. El planeta tiene una tregua, pero la responsabilidad individual no será suficiente cuando se controle la pandemia. Son los gobiernos los que deben legislar y crear estrategias educativas para que la llegada de visitantes no signifique nuevamente el empobrecimiento de ciudades y parajes naturales.
Garantizar la seguridad de los destinos y los viajeros es un quebradero de cabeza para los lugares que han depositado todas sus expectativas en el turismo, pero hay quienes han hecho de la necesidad una virtud, volcándose en la recuperación de oficios, en la creación de empresas familiares, como los cultivos ancestrales olvidados a causa, en muchas ocasiones, de la rentabilidad que produce la llegada de viajeros y la explotación de complejos hoteleros, que demandan ingentes cantidades de agua y electricidad. Es necesario el regreso a formas de subsistencia más respetuosas con el agua, las especies nativas y los recursos energéticos.