En un lugar del oriente antioqueño, a tan solo 31,7 kilómetros de Medellín, se encuentra El Carmen de Viboral, un pueblo famoso por sus vajillas artesanales, sus frijoles Bostonianos y unos caminos verdes y tranquilos, hoy amenazados por el imparable avance de la conversión del campo en zona urbana.
Todavía en mis recuerdos persisten las imágenes de casitas campesinas, campos sembrados de maíz y gran variedad de hortalizas. Las de ahora son visiones difusas: hay construcciones de todo estilo y condición y fincas de conservado y hermoso diseño antiguo, que a duras penas se mantienen, y sembrados cubiertos de plásticos negros donde crecen hortensias y flores que cansan la tierra con su excesivo consumo de agua.
Campesinos sin tierra
Los campesinos apenas tienen tierras para cultivar porque El Carmen de Viboral se ha convertido en el objeto más deseado por las inmobiliarias perdiendo su identidad, en beneficio de una urbanización descontrolada. Las ventas están disparadas y los terrenos que antes ocupaban fábricas de loza o fincas agroindustriales se están transformando en grandes complejos residenciales.
A lo largo y ancho de las veredas de este municipio conocido por su producción artesanal de vajillas y la riqueza agraria, la tierra negra y generosa, se ve ocupada por casas lujosas, restaurantes y actividades lúdicas que hacen feliz al visitante y arrinconan a labriegos y residentes de vieja data. El futuro es incierto para una tierra que lucha por su agua, por su identidad y por conocer el lugar que ocupa en una geografía usurpada.
Desde su coche de lujo, una señora, mira con rabia el aviso de no tirar basura en ese rincón ecológico situado a escasos metros de un lugar protegido por vallas, a todas luces, bonito y cuidado. “Qué bueno que hace fotos”, me dice la señora sin bajarse del carro. Sí, le respondí, es una imagen que duele, pero se me ocurre que si además del aviso se pone un contenedor para depositar basura, quizá cobraría sentido tener cámaras y un cartel de penalización. Se quedó callada un rato y luego me respondió: «Es algo que no se me había ocurrido y evidentemente hay que hacer».
Parece muy dramático y de cierta forma lo es, pues municipios como El Carmen de Viboral no deberían perder esa esencia campesina tan necesaria en estos tiempos pandémicos que han mostrado el camino, no hacia la sobre explotación, sino hacia la recuperación de hábitats naturales, ricos en agua, diversidad biológica y que ofrecen enormes posibilidades de conservar y diversificar cultivos amigables para el medio ambiente. En este municipio es mucha la basura que se encuentra en lugares tan bellos como el parque que rodea el casco urbano, en las cunetas de sus carreteras veredales y en cuanto lugar que escapa al control de sus dueños.
Sigo mi camino algo abatida después de ver cómo se transforma un municipio considerado no hace mucho tiempo como uno de los más vírgenes y hermosos del oriente antioqueño.
La calma vuelve a recuperarse con el encuentro de Hernán y se visita su huerto y a otros campesinos en el mercado que se celebra cada domingo en el Parque Principal.
En la vereda La Chapa Hernán Velásquez empezó en solitario desde 2015, su proyecto Raíces. En su huerto imparte talleres y enseña los secretos de las plantas, las virtudes del alimento ancestral, cultivado con tranquilidad y mimo. Un concepto que desarrolló Carlos Osorio desde su tienda Hojarasca y en las tierras que comenzó a cultivar siguiendo los preceptos de la biodinámica después de una larga intoxicación por los químicos que usaba en sus cultivos. Carlos experimentó un cambio profundo con la práctica de una agricultura sostenible. Para Hernán fue un ejemplo a seguir, pues los cultivos libres de pesticidas han dejado de ser una apuesta arriesgada y solitaria. Un grupo de románticos se han dedicado en los últimos años a consolidar un modelo de cultivo realmente apegado a los ritmos de la tierra.
Es la cara brillante que lucha cual David frente a ese poder corrosivo y despiadado del progreso. Quizá por eso las sombras de El Carmen de Viboral se disipan cuando caminas por entre los puestos de un mercado verdaderamente campesino. Frutas y verduras saben a verdad y a fogones que practican el antiguo arte de los preparados campesinos.